España
Miles de millones de vacunas
El presidente «revende» el 70% de vacunados para agosto que ya anunció Illa en diciembre en una rueda de prensa
Teníamos nostalgia de Aló Presidente. Hacía tiempo que Pedro Sánchez no nos regalaba una de sus sesiones de photoshop a mayor gloria de su persona. Preside el país con el mayor exceso de muerte de Europa. Hizo candidato en Cataluña al ministro de los 100.000 muertos. Viaja motorizado a lomos de una alarma inconstitucional, con la grada de los leones cerrada por derribo, y ahora va, coge y asegura, después de ensayar delante del espejo/espejito, que en agosto estará vacunado el 70% de los españoles. Un éxito colosal, pues de momento sólo han vacunado por completo al 6,1% de la población, frente al 53,6% de Israel, el 20,1% de Chile o el 18,85 de Estados Unidos. También vamos por detrás de Malta, Marruecos, Turquía, Rumanía, Lituania, Grecia o Bermuda. Por citar 7 de otros 23 países mejor situados. Yo mismo, 45 años, vecino de Brooklyn, me vacuné este sábado. Y mi ciudad adoptiva, Nueva York, ha dado luz verde a la vacunación de todos los neoyorquinos mayores de 16.
Pero nadie a orillas del East River, tampoco en Casablanca, Bucarest o Estambul, fue bendecido por un gobierno de progreso. Rutilante, atómico y glorioso. Maqueado por un traje inclusivo y con doscientos mil asesores de imagen. Maestro en las artes de la telegenia. Mandarín de la compra/venta de canales de comunicación. Iluminado por el odio. Que pacta con los enemigos de la nación, desde el populismo al secesionismo, y nunca olvida las guerras de nuestros antepasados. Sánchez prefiere vacunarnos junto a quienes impugnan la reconciliación del 78. Dirige un gobierno de perfil cainita. Guerracivilista. Encima, magufo. Iluminado por el resplandor feroz de las guerras culturales. Muy capaz de enjuagar la impotencia sanitaria, y la calamidad económica, con dosis masivas de cuentos y fuegos ra
Que el anuncio de las vacunas haya llegado desde Moncloa corrobora que el ejecutivo sufre de disonancias éticas y hasta cognitivas. Le cuesta distinguir lo público y lo privado. El interés general y el del partido. Igual que Donald Trump daba discursos electorales desde la Casa Blanca, ufano de colérico proselitismo y atiborrado de ego, así Sánchez, nuestro Trump, y antes Pablo Iglesias, otro exquisito hermeneuta del Estado de Derecho, tiran de los lugares oficiales como si parlotaesen desde en la salita de estar de José Félix Tezanos en el momento de anunciar la penúltima ola demoscópica modelada según los usos de Pyongyang.
Cuando Sánchez pone carita de maniquí, ojitos de póster, y ahueca la voz para asegurar que el ritmo de vacunación se va a acelerar considerablemente, o que la semana del 3 de mayo acumularemos 5 millones de compatriotas vacunados, 10 millones a principios de junio, 33 millones a finales de agosto, apetece calzarse el casco de Gila, meter la cabeza en un agujero y no sacarla en varios años. El mismo Sánchez, hace decenas de miles de muertos, un 23 de mayo, proclamó que «La gran ola de la pandemia ha sido superada y toda España ha iniciado con pie firme la transición hacia la nueva normalidad». Entonces sostenía que «lo más duro ha pasado, lo más difícil ha quedado atrás». Veía «la luz al final del túnel: lo que estamos viendo es el final del túnel». «Habrá temporada turística este verano...». Este verano era el de 2020 y «nuestra economía empieza a latir, nuestras fronteras empezarán a abrirse en el día de mañana, estamos en condiciones de avanzar, tenemos el deber de avanzar». Claro que avanzar está sobrevalorado. Sobre todo si sólo puedes progresar rumbo al desahucio o, alternativamente, el cementerio.cheados contra sus enemigos. Que son, que vienen siendo, todos los españoles que no les votan.
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