Cataluña

La vía para indultar a Junqueras: “La UE no entiende que haya políticos presos”

Moncloa prepara los argumentos para vender la medida de gracia. La relación con el independentismo marcará la nueva época

El exvicepresidente de la Generalitat, Oriol Junqueras, en un acto unitario organizado por Òmnium Cultural a las puertas de la cárcel de Lledoners
El exvicepresidente de la Generalitat, Oriol Junqueras, en un acto unitario organizado por Òmnium Cultural a las puertas de la cárcel de LledonersSusanna SáezAgencia EFE

Cataluña vuelve a quemar en el PSOE. Quedan dos semanas en la negociación del nuevo Gobierno catalán, antes de ir a elecciones, llenas de obstáculos, y en las que la impresión que deja el choque de trenes en el independentismo es que todo puede pasar.

Pero, al mismo tiempo, la agenda aprieta en el Ejecutivo de Pedro Sánchez, donde, salvo que haya de nuevo una convocatoria electoral, tendrán que enfrentarse a los indultos y a la mesa de diálogo.

Y es que ERC, la formación de Oriol Junqueras, pretende aprovechar la debilidad de los socialistas tras el batacazo electoral en Madrid para exigir mejores condiciones en las negociaciones.

Las elecciones madrileñas han cerrado la puerta a un final precipitado de la Legislatura, al menos, en teoría, y con los elementos que hoy se conocen.

La última debacle electoral del PSOE ha confirmado el desgaste del «sanchismo» y la necesidad de ganar tiempo, parapetados en una campaña de buenas noticias con la que intentarán recomponer la figura antes de someterse a un nuevo examen electoral.

Los indultos son un problema para el PSOE y para el «sanchismo». En Moncloa justifican incluso en Europa la necesidad de mover esta impopular ficha en el tablero nacional. «Nos está perjudicando porque en Europa no entienden que haya dirigentes políticos en la cárcel».

Pero este argumento, con el que hace semanas se planteaba el escenario post 4-M, choca con la sangría madrileña y con el coste electoral para Pedro Sánchez, y, por ende, para el PSOE de cualquier medida de gracia, aunque sea parcial, en favor de los líderes del «procés».

Cataluña se mueve con otras claves que son las que explican que el ex ministro Salvador Illa fuera el cabeza de lista más votado en las últimas elecciones catalanas, pero fuera de Cataluña las alianzas, los guiños y la política de apaciguamiento del independentismo, aunque se vista con la razón del interés general, implica un importante desgaste para las siglas del partido.

En el último año el PSOE ha salido mal parado de las consultas electorales en el País Vasco y Galicia, lo que refleja ese desgaste del Gobierno que afecta a los dos socios de la coalición.

La tensión en Cataluña entre ERC y JxCat podría terminar en un adelanto electoral, pero es la opción que se considera menos probable. Las espadas están en alto y se sostienen los pulsos finales, pero, por más que en el partido de Carles Puigdemont aireen que unas nuevas elecciones les podrían llevar a imponerse sobre ERC, por reagrupamiento del voto, esto ni está garantizado ni es tampoco garantía de que los de Oriol Junqueras fueran a dejarles gobernar.

Y el veto de la izquierda, negociable todavía en el caso de ERC, no tiene marcha atrás si el candidato a la Generalitat fuera del partido de Puigdemont. Por tanto, todas las partes tienen más que perder, que ganar, de someterse de nuevo al examen de los catalanes en las urnas.

Una vez se despeje el horizonte catalán, determinante para la estabilidad de Sánchez en Madrid, el Gobierno volverá a recibir la presión para que constituya la mesa de partidos a la que lleva dando largas desde que echó a andar la legislatura.

El Tribunal Supremo tiene que dar a conocer su informe sobre los indultos, que será contrario. Y Sánchez quedará sometido a la doble presión: la de su partido, para que no siga avanzando por un terreno que les perjudica electoralmente, y la de su propia supervivencia en Moncloa.

Precisamente, quienes han ido abonando el terreno con argumentos como el arriba citado, el de que es Europa quien obliga, supuestamente, a mover ficha en favor de los líderes del «procés», son los que hoy están más señalados dentro del PSOE.

“Sanchismo”, una marca por encima de las siglas del PSOE

Pero también es verdad que esto no hace mella en Moncloa. En ese círculo que rodea al presidente del Gobierno se habla del «sanchismo» como una marca que está por encima de las propias siglas del PSOE. El proyecto es el «sanchismo» y todo debe estar sometido a él, porque los dirigentes territoriales del PSOE no son capaces de valorar, según el análisis de la «fontanería» de Moncloa, hasta dónde puede llegar ese proyecto construido en los despachos de Palacio.

Para que sobreviva el «sanchismo» es condición imprescindible que el Gobierno sea capaz de mantener las alianzas de la investidura que le blinde incluso en unas elecciones en las que el PSOE no llegue a ser la primera fuerza, pero, aun así, sume más escaños que la derecha. Y aquí es donde encaja la obligación de medir hasta dónde les cabe seguir avanzando en relación a su hoja de ruta catalana, sin que les suponga un coste político que debilite territorialmente y, por efecto arrastre, al «sanchismo».

En la legislatura que de verdad empieza ahora, como ha proclamado la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, el Gobierno también tiene pendiente de tramitar la reforma de los delitos de sedición y de rebelión, que tiene como objeto rebajar la condena a los políticos que cumplen prisión por el golpe unilateral del 1-O.

En el plan de Moncloa, ésta puede ser otra decisión sin margen para estirar más en el tiempo, pero asumiendo que tampoco entra dentro del paquete de buenas noticias con las que esperan levantarse del golpe de del 4-M.

Los fondos y la vacunación son los talismanes en los que confían para tapar todos los sobresaltos. Pero ya han saltado las alarmas sobre la urgencia que puede poner Bruselas a la reforma de las pensiones y sobre las dificultades para canalizar en tiempo y en forma los fondos de la UE en proyectos de entidad.