Jorge Vilches

Sánchez trabaja el olvido

El plan es romper con el pasado y presentar el comienzo de un tiempo nuevo, el del verdadero Gobierno

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su reciente reunión por videoconferencia con el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su reciente reunión por videoconferencia con el secretario general de la OTAN, Jens StoltenbergPool Moncloa/ Fernando CalvoPool Moncloa/EFE

No se rían, pero cuando Sánchez formó Gobierno en junio de 2018 la maquinaria propagandística no ahorró elogios, y lo llamaron el «Gobierno bonito». Uno de sus portavoces mediáticos llegó a decir que Sánchez arrancaba con una «fulgurante» adaptación hispánica del «concepto Trudeau», el primer ministro canadiense, en una especie de «liberal-progresismo simpático, empático y astuto». En fin. Hoy, Sánchez apuesta su supervivencia a una sola cosa: trabajar el olvido.

A mitad de legislatura las encuestas están dando la victoria al PP. Es un varapalo para los que, desbordando superioridad moral, plantearon la «España 2050». El Gobierno de los mil años no tiene pinta de durar unas elecciones más. La conciencia de que algo, por poco que sea, se ha hecho mal en el sacrosanto sanchismo ha llegado a Moncloa. La negligencia en todas las gestiones realizadas, desde la sanitaria hasta la económica o en política exterior pasan factura.

Han sido tres años de caos, de connivencia con quienes quieren romper el orden constitucional, España y lo que se ponga por medio con tal de cumplir su «unidad de destino en lo universal»; esto es, su Arcadia, o como diría el socialista Fourier, que el mar sepa a limonada. Al sanchismo le han fallado los socios, la gestión y la propaganda, con un despliegue que ha completado el manual de marketing político.

La remontada solo la pueden conseguir con el olvido general. El plan es romper con el pasado y presentar el comienzo de un tiempo nuevo, el del verdadero Gobierno. Lo dijo la vicepresidenta tercera Yolanda Díaz el 10 de mayo pasado: «La legislatura empieza ahora». Este inicio debe contar con caras nuevas. De ahí la remodelación del Gobierno anunciada con meses de antelación, que puede servir también para distraer de la subida de la electricidad. Las crisis de gabinete se hacen siempre a mitad de legislatura para dar la sensación de refuerzo, y con la esperanza de que los errores se puedan achacar a los sustituidos.

El sanchismo cuenta presentar ese cambio como un nuevo ciclo que detenga el avance del PP de Pablo Casado. Lo hará con tres ejes: la recuperación de la «agenda del reencuentro» con los golpistas, la inmunidad de grupo con el 70 por ciento vacunado en julio, y con la lluvia de millones de los fondos europeos. De esta manera los sanchistas creen que pueden resolver los tres grandes problemas que arrastran: la desastrosa imagen de cesión al independentismo, la inexistencia de un plan sanitario, y el grave deterioro económico.

Además, el anuncio de una remodelación ministerial ha ido acompañado de otro: habrá una purga en el PSOE. Es preciso eliminar voces discordantes, filtrar que rodarán cabezas antes del verano, porque solo es posible un partido al servicio de Sánchez. Es una advertencia a Susana Díaz y a los que pretendan ganar a Espadas, el candidato sanchista, en las primarias andaluzas del 13 de junio.

El sanchismo quiere llegar a octubre, fecha del congreso del partido que se celebrará en Valencia, como un proyecto renovado. La propaganda está cantada: Sánchez presentará una unidad inquebrantable del socialismo en torno a su persona, tras depurar a los pocos disidentes que quedan y convertir la Ejecutiva en su claque norcoreana.

A esto añadirá un Gobierno remodelado para la «España 2050», o la «Agenda 2030», centrado en traer la paz con los nacionalistas y en repartir los millones europeos. El sanchismo espera ahora que la lluvia de euros haga olvidar estos tres años de desastre encadenados, insultos y crispación, en los que el Gobierno pensó que el país estaba al servicio de su gobernante, y que las normas y las instituciones eran moldeables a su propio interés, para su rédito electoral.