Historia
24 de julio: la Legión salva Melilla
Tras la debacle absoluta que supuso abandonar Annual, los regimientos de San Fernando y Alcántara guardaron una ciudad atemorizada
Desde Dar Drius salen camiones rumbo a Melilla repletos de heridos. Van protegidos por los jinetes de Alcántara que se multiplican. Los caminos aceleran y dejan atrás a su escolta montada, momento que es aprovechado por las fuerzas de combate moras para asaltar tres camiones y matar a todos sus ocupantes. La llegada de los jinetes al galope evitó el asesinato de todos los heridos.
Poco después, Navarro da la orden de abandonar Dar Drius. Se corre el riesgo de que se repita el «desastre» que supuso dejar Annual. El teniente coronel del regimiento San Fernando, Pérez Ortiz, tiene claro lo que va a ocurrir y pide a Navarro que ponga en retaguardia a sus hombres. La retirada comienza a las dos de la tarde del 23. Son 2.566 sin contar con los jinetes de Alcántara. En la extrema retaguardia van algunas fuerzas de policía indígena aún fieles. Mandan estas fuerzas el teniente coronel Álvarez del Corral y el comandante Villar. Navarro ordena la salida de las tropas en silencio para no alertar a los moros, pero un incendio provocado contraviniendo sus órdenes alerta a los rifeños que se lanzan sobre la columna como perros de presa.
Los de Alcántara ven las columnas de humo desde Dar Drius. Los escuadrones avanzan desplegados, pero sin entablar combate. Tienen que proteger una vez más la retirada. Al llegar al barranco del río Igán cargarán cuesta arriba, sable en mano, apoyados por su escuadrón de ametralladoras. Tienen que proteger la marcha de la columna a cualquier precio. Los caballos están agotados, llegando a cargar al paso. Primo de Rivera ha perdido su caballo Pirote y su otro caballo Carbonero está herido en el hocico. Al alférez Luis Cistué una bala le ha atravesado el pecho. Primo ordena que vayan a socorrerlo, pero el alférez, sabiendo que su herida no tiene solución, se descerraja una bala en la cabeza para no ser una carga para sus compañeros.
La columna de Navarro avanza pero pronto se desorganiza y las tropas pierden la formación de combate, abandonando equipo y armas, convirtiéndose en una presa fácil para los tiradores rifeños que los fusilan desde la distancia. Solo el regimiento San Fernando y el de Alcántara parecen conservar la tranquilidad y su capacidad de combate.
Por fin la columna entra en Batel en «columna de barullo». Allí Navarro intenta reorganizar sus tropas con escaso resultado. Parte de la columna continua camino de Monte Arruit e incluso alguno sigue hasta Zeluán. No tienen casi agua, víveres ni municiones.
En Melilla la población está aterrorizada. Cuando llega Berenguer, con solo unos pocos oficiales, en el vapor Bonifaz, en la ciudad cunde el desaliento. Los pocos soldados y marineros que se encuentra en el puerto son arrollados por la turba aterrorizada en su intento de encontrar un barco o una lancha para dejar la ciudad. Son conscientes del futuro que les espera si las harcas de Abd el Krim entran en la ciudad.
La primera tropa que llega a Melilla es el Regimiento de la Corona, quintos, que habrían de superar en valor y arrojó a muchas tropas veteranas. Son 20 oficiales, 450 soldados y 19 mulos. La población al verles llegar se descorazona, pero a mediodía llega el Ciudad de Cádiz con 841 legionarios y 32 jefes y oficiales. Los legionarios van subidos a los palos cantando y agitados la bandera española y sus banderines. La población, que abarrota los muelles, está expectante. Millán Astray se dirige a la multitud que abarrotaba el puerto desde la borda. Ordena que cese la música y los vivas de los legionarios: «Melillense os saludamos. Es La Legión que viene a salvaros; nada temáis; nuestras vidas os lo garantizan. Manda la expedición el más bravo y heroico general del Ejército español: el general Sanjurjo. Vienen detrás de nosotros los Regulares de Ceuta, con el laureado teniente coronel Gonzáles Tablas y artillería de montaña, ingenieros y fuerza de intendencia. ¡Melillenses! Los legionarios, y todos, venimos dispuestos a morir por vosotros. Ya no hay peligro. ¡Viva España! ¡Viva el Rey! ¡Viva Melilla».
Los legionarios bajan a la carrera y forman en el puerto. Desfilan por las calles de la ciudad y, al pasar ante la Comandancia General, gritaron a coro «¡Viva el general Silvestre!». Desfilan al ritmo de «La Madelón». Recuerda Franco lo que la gente decía al paso de sus legionarios: «Ahí va Millán Astray, miradlo qué joven. Éstos son soldados, qué negros y qué peludos vienen. Mirad a los oficiales, qué descuidados, con sus trajes descoloridos; huelen a guerra. ¡Éstos nos vengarán!». Poco después llega el heroico González Tablas con sus regulares, que completamente agotados, son recibidos con cierta frialdad.
✕
Accede a tu cuenta para comentar