Josep Ramon Bosch

Baraka

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez
El presidente del Gobierno, Pedro SánchezGustavo SerranoEuropa Press

Pedro Sánchez cree estar poseído por la «baraka». Este término, uno de los más usado por los musulmanes, significa generar un halo de bienestar que irradia a quienes rodean al poseedor y cuya capacidad principal es la de transmitir belleza, fecundidad, armonía y prosperidad. En Marruecos se considera una protección d ivina de la que disfrutan los líderes o morabitos. En España, aunque no se ajuste a la literalidad, se traduce como «tener la flor en el culo».

El presidente del Gobierno español parece tener colgado un capullo al final de la espalda, desde que en julio de 2014, siendo un desconocido y en contra del aparato del partido, ganó por sorpresa las primarias a Eduardo Madina. Su trayectoria posterior han sido extrañas victorias, que empezaron con su dimisión como diputado y líder del Partido Socialista por negarse a abstenerse para investir al entonces líder popular Mariano Rajoy, una nueva campaña de primarias en la que se enfrentó a la hoy desterrada Susana Díaz y al mismo aparato que tres años antes le había aupado, su llegada a la Moncloa, vía moción de censura, y menos de un año después, la primera victoria en las urnas para el PSOE en once años. Baraka.

La primera rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros tras el verano ha servido al ejecutivo para exhibir fortaleza, tras la exhibición propagandística de la crisis en Afganistán, y la «rápida reacción» del Gobierno para atender «el drama humanitario» que se estaba produciendo, conversación con el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, incluida. El presidente del PP, Pablo Casado, obligado por las circunstancias, ha reconocido como un «acierto» del Gobierno declarar zona catastrófica a las zonas afectadas por los incendios, y el Gobierno ha felicitado al PP por «recuperar el sentido de Estado», pero con la doble intención de negociar de inmediato la renovación de la cúpula del Consejo General del Poder Judicial, y desarmar la oposición popular.

Feliz con la llegada de los fondos europeos, para combatir la crisis económica derivada del impacto de la covid-19, que aun provocando una caída de un 11 por ciento en el año 2020 y afectando gravemente la actividad empresarial, al empleo, el consumo y a las cuentas nacionales, visibilizaba al presidente del Gobierno como gestor y hombre de Estado. Satisfecho con la vacunación masiva, anunciando la solución a la crisis sanitaria al final del periodo estival y salvador de la temporada turística. Henchido de satisfacción al evitar la crisis social y sus algaradas callejeras, al tener a la izquierda radical controlada dentro del gobierno y a los medios de comunicación recordando diariamente a Franco mientras agitan invectivas contra el Partido Popular. Satisfecho por el enredo de la crisis territorial, mientras regala prebendas a los nacionalistas vascos –cárceles y Navarra–. Risueño ante la crisis institucional, con un rey a la fuga y otro sometido al desgaste diario de las noticias del padre. Baraka.

Sin embargo, el Partido Popular despunta ya en las encuestas, Pablo Casado ha conseguido asentar su liderazgo político tras casi dos años desde que asumiera el control del partido y el independentismo catalán amenaza de nuevo con desestabilizar al gobierno español en el corto plazo de tiempo.

Todo se acaba, incluso las flores se acaban marchitando. Y también la «baraka».