Coalición
Moncloa reorienta su hoja de ruta con Yolanda Díaz
La estrategia de dar oxígeno a Podemos se percibe como un riesgo si, en paralelo, los socialistas no son capaces de crecer por el centro
El Gobierno ha vivido una de las semanas más convulsas desde que se fraguó la coalición. Desde los partidos que la conforman se reconocía estos días que había sido la crisis más grave que les había enfrentado hasta ahora. Un choque que trascendía lo meramente ideológico -que ya había provocado otros roces en el pasado, por la necesidad de Unidas Podemos de marcar perfil y no renunciar a sus banderas-, pero que esta vez se había resquebrajado la confianza, por lo que interpretaban como «personalismos» y afán de protagonismo de la vicepresidenta segunda.
Cuando Pablo Iglesias abandonó el Ejecutivo, en Moncloa se felicitaron del cambio de ciclo. No escondían que su salida había tenido un impacto directo en el clima interno del Gabinete. Decían, entonces, que con Yolanda Díaz al frente de la delegación morada «los trapos sucios se lavaban en casa» y no se aireaban públicamente para meter presión y ganar en la opinión pública las batallas que se perdían en el seno del Consejo de Ministros. «Menos Twitter, menos ruido y menos grandes titulares», llegó a decir la también ministra de Trabajo en su primera arenga a las tropas moradas en una reunión interparlamentaria. Una intervención que se aplaudió desde las filas socialistas, donde destacaban su sintonía con estos postulados.
Sin embargo, esta dinámica se rompió cuando el 22 de octubre Ione Belarra anunció vía Twitter, para sorpresa de algunos miembros del Gobierno y del PSOE, que convocaba de urgencia el comité de crisis de la coalición por «injerencias» de Nadia Calviño en la negociación de la reforma laboral, que hasta ese momento estaba liderando Yolanda Díaz. Este fue el detonante de una lucha de poder inédita dentro del Gobierno que se ha intentado zanjar esta semana con una foto de unidad, pero que ha «roto» la confianza dentro de la coalición.
En la parte socialista perciben que Díaz ha querido echar un pulso al presidente del Gobierno, algo que no había ocurrido ni siquiera en la etapa de Iglesias. De este modo, creen que esta actitud de la vicepresidenta obedece a su contexto personal, en plena configuración de un «frente amplio» a la izquierda del PSOE para el que la derogación de la reforma laboral supone su piedra angular. Podemos, o lo que resulte de la nueva amalgama de siglas, se juega mucho en la consecución de esta bandera, que además de ser punta de lanza tradicional de su discurso, la tiene encomendada la propia Díaz dentro de la cartera de Trabajo.
Haciéndose cargo de esta coyuntura, en la parte socialista del Gobierno habían adoptado una posición subalterna, reaccionando ahora cuando han visto que se les quería dejar al margen. Sánchez es plenamente consciente de que no le interesa «ahogar» a Podemos, porque –en un contexto de acusada fragmentación parlamentaria– necesitará a los morados para reeditar el poder. El margen de mejora que pueda lograr Díaz, respecto a los 35 diputados actuales, unido a las expectativas de crecimiento del PSOE permitirían fortalecer su entente actual y desembarazarse de alguno de los yugos que les desgastan.
Así lo reconocía el propio Sánchez recientemente en una entrevista en la Cadena Ser: «Yolanda Díaz es una muy buena ministra de mi Gobierno. Si a mí me pregunta por candidaturas, yo soy extremadamente respetuoso con lo que hagan otras formaciones políticas, en este caso Unidas Podemos. Lo que sí que creo es que sería importante que se diera ese proceso de unión en ese espacio a la izquierda del PSOE porque al final, el sistema electoral en nuestro país penaliza la división».
Esta estrategia de dar alas a Díaz, que ya expuso hace semanas este diario, ha flaqueado en la última semana. En Moncloa recalculan sus opciones, que vienen apoyadas por los estudios demoscópicos que manejan y en los que se aprecia el fortalecimiento de la figura de Díaz, en la línea que también reflejan otras encuestas como el CIS, donde es la líder mejor valorada, por delante de Sánchez. Esto no la convierte en «presidenciable», aducen, donde el perfil de Sánchez destaca muy por delante, pero es en esta variable donde Díaz ha comenzado a despuntar desde el bajo porcentaje que acumulaba hasta ahora. En paralelo a la necesidad de dar oxígeno a Podemos siempre se percibió el riesgo de que esto supusiera un retroceso para los socialistas, si no eran capaces, a su vez, de crecer por el centro.
Una empresa que el PSOE ha intentado ya en el pasado, en las elecciones de 2019, sin excesivo éxito. De hecho, en la campaña de noviembre, ante la debacle de Ciudadanos, Sánchez ya buscó ganar espacio por el centro (con propuestas como traer a Carles Puigdemont, prohibir los referéndum ilegales o no conceder los indultos) y perdió 750.000 votos y tres escaños. Sin embargo, a pesar de la mala experiencia, en Moncloa ya se han enfocado en este rumbo de nuevo, que quedó nítidamente marcado en el discurso que pronunció Sánchez en el cierre del 40 Congreso del PSOE, y que será más visible y acusado, una vez que se aprueben definitivamente los Presupuestos.
Estas serán las últimas cuentas de la legislatura, así lo asumen en privado fuentes socialistas, y a partir de 2022, cuando todavía restarán dos años para las elecciones, se comenzará un paulatino distanciamiento de los socios, dentro y fuera de la coalición. Esto no supone, anticipan, que el horizonte electoral se vaya a adelantar, no –al menos– hasta que las circunstancias sean propicias. De momento, hay que ganar tiempo. Sánchez necesita que las buenas previsiones económicas se materialicen y que la «recuperación justa» que proclama llegue a todos los niveles.
En el horizonte, también la presidencia por turno de España de la Unión Europea en 2023 para la que el presidente ya ha creado un gabinete propio y a la que no piensa renunciar. Díaz, por su parte, debe ensamblar las sensibilidades del «frente amplio» de izquierdas. Hasta entonces, todos harán de la necesidad, virtud. La falta de alternativa y la amenaza de Vox juegan como contrapeso para que la cuerda, aunque se tense, no llegue a romperse.
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