Sabino Méndez
«Patchwork»
De un gobierno cosido a retales lo más factible a esperar es un proyecto de gestión ensamblado también a costurones. La votación para renovar el Constitucional fue el último ejemplo más claro de ello, pero lo que nos queda por delante en cuestión de proyectos y ocurrencias va a entregarnos episodios fabulosos.
Si tu permanencia política depende del intercambio de cromos, es lógico que tu proyecto de tarea de gobierno pueda terminar siendo poco más que un simple álbum. Un álbum de cromos como aquellos que teníamos de pequeños, con sus huecos notables, con aquel cromo que no salía nunca, con sus espacios en blanco, etc. Algo que solo el propietario podía entender y encontrarle sentido, porque cualquier visitante que abriera aquellas páginas al azar, con lo único que se tropezaba era con una de esas lecturas incoherentes que provocan las colecciones inacabadas.
En el patchwork gubernamental hay tantos grupos y subgrupos, vicepresidentes de primera, de segunda y de tercera regional, apoyos condicionados, peros y ministros haciéndose la oposición a sí mismos, que finalmente cualquier propuesta o novelización de propuesta más o menos alucinada es plausible que alcance acceso a los mecanismos decisorios. Todas ellas conviven en un bombo del cual los niños de San Ildefonso del Consejo de Ministros sacan la bola que toca y la vocean en los medios entre grandes gesticulaciones. Por supuesto, esa cantinela obedece siempre a estrictas causas de supervivencia en todos los grupos, subgrupos y facciones que orbitan actualmente en torno al gobierno de coalición.
En primer lugar, siempre a mayor volumen, se sitúa la fundamental supervivencia general, es decir, la prolongación de este régimen en la Moncloa y luego, con un tono menor, breve pero chillón, llegan los cortos estribillos de los subgrupos y afines, no tanto para preguntar como en la época de Pujol: «¿Qué hay de lo mío?» (de esos ya solo queda el PNV), sino como para plantear cromos pictóricos destinados a apuntalar su pequeña supervivencia propia dentro de los fieles de su consumo interno. Debido a ello, aparece un día por los pasillos de Moncloa en espíritu tanto grupos radicales pidiendo derogar todas las leyes económicas posibles como Esquerra Republicana de Cataluña reclamando algo tan improbable como eliminar el título al Rey con lo de la ley de memoria democrática. Cosas que, en el momento de la inflación, la carestía energética, los problemas de suministro y la incertidumbre de cómo vamos a salir de las crisis, suenan a chiste. Parece increíble que manías como esa puedan ocupar los pensamientos de cualquier gestor mínimamente responsable en una tesitura como la que estamos viviendo. Pero ese es el panorama al que se ha condenado (y de rebote nos ha condenado a todos) el actual gobierno a causa de su propia composición y andamiaje. Obviamente, el obsesivo onanismo con los temas que recuerden lejanamente a cualquier cosa del palacio de la Zarzuela es una característica bien conocida de los ultraderechistas de ERC. Pero que saquen a pasear ese fetiche, estrictamente particular, cada equis tiempo en nuestras vidas, con la que está cayendo, es una verdadera lata. Deberían comprender que el resto mayoritario de la población tenemos algo mejor que hacer con nuestras biografías. Cosas como enderezar la trayectoria económica de este país, por ejemplo. Algo que, con el actual patchwork contradictorio en que se ha convertido la izquierda española, va a resultar muy trabajoso de encarrilar.
Dado que la única excusa que han sido capaces de edificar para justificar todo este desbarajuste estratégico es tan solo la necesidad de diálogo con todos y por encima de todo, el presidente del gobierno, por mantenerse en su cargo, va a ser visto escuchando a todo loco Carioco que se muestre en su presencia con un presente de votos, incluido cualquier turulato. Ya no se sabe exactamente si lo que tenemos es una izquierda o una colcha de ganchillo de aquellas de los 70.
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