Julio Valdeón
La empatía y el éxtasis
Cuando al Gobierno de Pedro Sánchez le preguntas por la ley de pandemias, sus ministros te afean el catastrofismo. Si mencionas la variante Ómicron contestan que debemos potenciar la resiliencia del personal. Al hablar de la crisis económica replican que España va bien. Si indagas en las razones de la conflictividad callejera escurren el lío aludiendo a la poca responsabilidad, magro sentido de Estado y falta de decoro, oportunidad y gusto de una oposición que todavía estima necesario ejercer de tal y de no lobotomizada comparsa.
La relación del sanchismo con la verdad es la propia del parasitismo. Cuando un organismo, Sánchez/Tenia, Sánchez/Solitaria, vive de comer y sorber los jugos gástricos de la realidad hasta lucir rollizo. Frente a los datos, piruetas retóricas, desmentidos a base de aullidos y eficaces objeciones al guerracivilismo del oponente. La movida, el rollo, la polarización, ya saben, consiste en que el rival no acepte su condición subordinada. Crispador es todo aquel que protesta cuando lo acusan de crispar y cuantos cometan la imperdonable audacia de preguntarle al Gobierno por su gestión. Al que responde al Gobierno de progreso se le estigmatiza de facha y póngame otra ración de resiliencia, pollo.
Hubo un tiempo en que España chapó su parlamento, el Gobierno metió a todos los ciudadanos en casa, a la devastación de la peste añadimos la ruina económica y luego, pasado un año, el tribunal Constitucional sentenció que aquello fue un ejercicio de despotismo no exactamente ilustrado. Vivimos peligrosamente, con el ejecutivo a salvo del control de la oposición y las calles vaciadas, en un ejercicio de funambulismo anticonstitucional. Como explicaron los jueces, el Legislativo pactó suicidarse y el Ejecutivo sacó adelante unas iniciativas que no es que limitaran los derechos fundamentales de los ciudadanos sino que, directamente, los suspendieron, colgados del aire y en manos de los gobiernos autonómicos, a los que concedieron plenas prerrogativas. Un carajal jurídico y político, propio de unos filibusteros, que juegan al póker con los derechos de unos ciudadanos a los que a menudo confunden con súbditos.
De eso y de pasarse por el forro de terciopelo las garantías fue el Gobierno de un país durante los días oscuros del Covid-19, y todo, no lo olviden, sin una triste comisión de expertos que investigue qué sabía nuestro Ejecutivo cuando decretó la alerta antimachista, recuerden que el machismo mataba más que el virus, y todos a la calle, a por ellos y olé mientras los italianos morían ahogados en los hospitales. Mientras los servicios secretos de Estados Unidos habían estado desde finales de diciembre advirtiendo a la Casa Blanca de la potencial y devastadora gravedad del virus que llegaba de China.
Para entender la devastación de las respuestas del ejecutivo, ese implacable arrastrar la panza por el lodo sentimental, bastaría con enmarcar y releer esta respuesta de la vicepresidenta, Nadia Calviño, cuando la portavoz del PP, Cuca Gamarra, preguntaba por los millones de euros de Europa que siguen sin recibirse y por la arbitrariedad que parece regir las políticas de reconstrucción. Con su mejor pose y perfil y voz de chica empollona y lista, Calviño comentó que «Si algo caracteriza a nuestro Gobierno es la empatía y que pensamos antes en las personas, por eso la respuesta ha sido diferente a la de la crisis financiera. Por supuesto llevamos 21 meses muy duros, pero los ciudadanos saben que pueden contar con un Gobierno que les tiene en la cabeza y en el corazón». Su trayectoria descendente abona un estupor bien conocido y sin embargo renovado. La metadona del poder ofusca cualquier duda. No es cuestión ahora de reflexionar acerca de los incentivos necesarios para que alguien con una trayectoria como Calviño sacrifique todo el prestigio a cambio del taconazo de los ujieres. Si quieren consultar acerca de las celadas del mando, si desean indagar sobre las trampas de uno mismo ante el espejo, existe una amplia literatura disponible, de Maquiavelo a Los Soprano. Con un colofón, francamente patético, en los protagonistas de este gobierno.
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