Opinión
Ya no sobra Defensa
La neutralidad es tan falsa como imposible cuando se llevan décadas de colaboración institucional con potencias europeas y americanas
La madurez es ese momento en la vida en el que la impertinente realidad te parte la cara. Recuerdo cuando un novato Pedro Sánchez, postulante entonces a ser conocido, dijo: «Sobra el ministerio de Defensa». Era el año 2014. Las declaraciones de Sánchez eran extrañas para una persona que había estado en Bosnia en 1995. Fue con Carlos Westendorf, Alto Representante de la ONU, a negociar con criminales de guerra. El objetivo era garantizar la aplicación de los Acuerdos de paz de Dayton. Aquella guerra costó 250.000 muertos y 3 millones de desplazados. El territorio estaba tomado por la OTAN. En la operación participó España con 1.300 soldados.
Sánchez aprendió entonces que sin un Ejército potente es imposible sentarse en una mesa a imponer la paz. Pero hacer oposición y ganarse el voto de la izquierda exige en muchas ocasiones hacer demagogia, que es el arte de mentir apelando a las emociones. Lo desveló Carmen Calvo con la facundia que gastaba entonces, cuando dijo que Sánchez era una persona en la oposición y otra en la Presidencia.
Todo cambia en el Gobierno. El dirigente se da cuenta de que la demagogia se compadece muy mal con la estructura económica, política y cultural que define las relaciones internacionales. La neutralidad es tan falsa como imposible cuando se llevan décadas de colaboración institucional con potencias europeas y americanas. España forma parte de una comunidad con intereses comunes, y eso no se puede romper cuando hay una amenaza, como es el caso de Rusia. Lo hizo Zapatero con la guerra de Irak y todavía lo estamos pagando: nuestro país dejó de ser un socio fiable.
El precio lo pagó Sánchez con el desplante de Biden. Aquella ridícula persecución por un pasillo para hablar con el presidente de EE UU fue una humillación. El norteamericano no perdonaba a un PSOE cuyo secretario general, entonces Zapatero, insultó a la bandera y al Ejército de EE UU, y rompió un acuerdo para cumplir con su demagogia electoral del «No a la guerra». Biden tiene memoria y mostró su desprecio.
Desde entonces Sánchez intenta conseguir el perdón. Ha ofrecido a nuestro país para albergar la cumbre de la OTAN en 2022, y que coincida con el 40º aniversario del ingreso en la organización, en mayo de 1982. Por otro lado, Margarita Robles, la sensata del Ejecutivo, ha dado la cara para anunciar el envío de tropas a la frontera prebélica. Un ejercicio de realpolitik: estamos en este mundo, no en una asamblea callejera de ofendiditos.
Esto es justo lo que crea problemas a Sánchez. La parte podemita del Gabinete, el comunista Garzón e Irene Montero, o su ignoto candidato en Castilla y León, tira de manual del buen izquierdista. Todos menos Yolanda Díaz, que se ha escondido. «No a la guerra», dicen. Claro, nadie quiere la guerra, y menos las democracias basadas en el libre mercado. Cualquier conflicto bélico hunde la economía y la sociedad de un país, recorta libertades y desmoraliza a su población.
Estos podemitas son como el Sánchez que hacía oposición en 2014, el socialista que mostraba antiamericanismo de pancarta, paso corto y batucada, el progresista más preocupado por una macrogranja que por los derechos humanos en Ucrania. Por eso, si Sánchez estuviera todavía en la oposición a un gobierno del PP, es muy probable que encabezara marchas contra la guerra, junto a los podemitas, rodeado de banderas republicanas y letreros con eslóganes hippies.
No hay un tema político en nuestra España que no demuestre que Podemos es un lastre. Eran una gran coreografía bolivariana y un buen recurso televisivo en la oposición. Pero en el Gobierno, cuando un dirigente debe apegarse a la realidad porque de sus decisiones dependen el presente y el futuro del país, son una auténtica calamidad. Es el problema de usar la demagogia para ganar votos y luego llegar al Gobierno.
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