Opinión

Castilla elástica

Ni Mañueco, ni Igea, ni Tudanca han conseguido conectar claramente con el votante y eso es lo más preocupante del resultado de las elecciones en Castilla y León.

El candidato del PSOE a la Presidencia de la Junta, Luis Tudanca, a su llegada para valorar los resultados electorales el 13-F
El candidato del PSOE a la Presidencia de la Junta, Luis Tudanca, a su llegada para valorar los resultados electorales el 13-FPhotogenic/Claudia AlbaEuropa Press

Las lunas de miel son euforizantes y maravillosas, pero tienen el inconveniente de que exigen un engorroso preliminar llamado matrimonio. Las uniones matrimoniales que duran son las basadas en el amor, la voluntad y las afinidades, no en las simples relaciones de conveniencia. Así les fue a Ciudadanos y el PP en la comunidad castellano-leonesa. Tanto, que cuando el interés estratégico decidió que lo mejor era poner a uno de los cónyuges de patitas en la calle, el otro lo hizo sin dudar ni un momento. Con los resultados de las nuevas elecciones en la mano, puede decirse que la maniobra le ha salido justita a Mañueco, pero cabría preguntarse en qué lugar del horizonte pone su punto de mira esa estrategia.

La sugestión colectiva de estas últimas semanas ha sido creer que las elecciones castellano-leonesas suponían una especie de batalla metonímica de lo qué serán las futuras generales. Pero si nos abstraemos de esos lugares comunes que alimentan a los tertulianos e intentamos leerlas como lo que realmente han sido (básicamente, unas autonómicas) podemos preguntarnos si la táctica tenía algún sentido más allá del corto plazo.

En una situación de poder, cuando aparece la disidencia, los que mandan han de conseguir que esa disidencia desaparezca o absorberla. Si no lo consiguen del todo (por pequeña que sea la representación que quede de esa disidencia) puede decirse que la insurgencia ha ganado algo. Lo curioso es que ni siquiera a Igea, que es a quién más le convendría atender a ese razonamiento en las actuales circunstancias, parece interesarle esa dirección. Es como si Ciudadanos considerara todavía ingenuamente que aquellos votos que en su momento les cayeron de la mano de Bárcenas y Puigdemont eran realmente suyos.

El ánimo con el que Igea se presentó ante los militantes al comprobar que no desaparecen, parecía tener poco de fe y alivio, sino más bien de compromiso engorroso. Incluso hizo un amago de sonrisa que, como tal, fue un rotundo fracaso. La alegría de Mañueco era todavía casi más inquietante, recordando a una especie de rabia sonriente muy poco prometedora. La posición más manicomial era, sin lugar a dudas, la de Tudanca: ni siquiera con el enemigo dividido conseguía mejorar resultados. Los innumerables partidos provinciales y particulares se lo comen por las patas y así el socialismo cae víctima de sus propios mitos según los cuales hay que dar voz a todo el mundo y todo ese blablablá… El contratiempo es que precisamente esas nuevas voces te la quitan a ti. Castilla se estira y se encoge, pero él retrocede.

La diferencia esencial entre el programa de un partido y el candidato que ofrece ese programa al votante no es su mayor o menor sapiencia, sino la manera en cómo se establece la comunicación entre ellos. Ni Mañueco, ni Igea, ni Tudanca han conseguido conectar claramente con el votante y eso es lo más preocupante del resultado de las elecciones en Castilla y León. La participación sigue bajando. Los programas ya están claros hace mucho tiempo, pero la desafección de la gente para con los políticos va en aumento. Quizá les piden más de lo que ellos pueden dar. Al fin y al cabo, los límites de su papel derivan de la naturaleza de sus virtudes.

Los propios políticos no están siendo inocentes en ese proceso. Cada día prometen más, rugen más, simplifican más; cambian sus prioridades sin atender a aquello para con lo que se comprometieron con los votantes. Si eso se practica, además, a la defensiva, con la paranoia de que los demás vienen a por ti, lo que se consigue es hacerle la campaña gratis a Vox; sin luna de miel.

La venganza del bipartidismo cae sobre Ciudadanos como cayó sobre Podemos. Ahora bien, si el precio de la venganza es darle la llave de la gobernabilidad a Vox, más que una venganza hablamos de hara-kiri.