Opinión
Robles y Albares, al rescate del «pacifista» Sánchez
«No podíamos quedarnos al margen de nuestros aliados», confirman desde el Ejecutivo
«Esta situación realza el liderazgo del presidente», repiten sus más fieles colaboradores, enganchados a cualquier oportunidad. Y ello aunque la asfixiada opinión pública perciba cada día con mayor rigor que, más allá de «elaborados» discursos oficiales sobre escudos sociales, son las clases medias y bajas quienes están pagando la crisis a costa de su bienestar. Además, la guerra amenaza con ser para las familias un acelerador de la injusticia y de la desigualdad. A lo que añadir el hondo problema de credibilidad que arrastra el propio Pedro Sánchez, por muchas unanimidades para consumo mediático que se lancen desde el Comité Federal del PSOE.
«Todo cae por su propio peso». Esta es otra de las frases del argumentario monclovita que más se escuchan en estas horas. Es la forma que tienen para «exigir» adhesión a la acción desplegada en ayuda del pueblo ucraniano. El «todos a una» resulta de obligado cumplimiento en medio de la incertidumbre reinante. «Nadie está en condiciones de anticipar lo que ocurrirá mañana», añaden los cercanos a Sánchez. Ya es mucho admitir, después de tanto titubeo para adoptar lo que denominan desde La Moncloa «decisiones complicadas».
El envío de armas ofensivas a Ucrania se ha parecido mucho al baile de la Yenka. Y es que las discrepancias en el Gobierno trascendieron el perenne berenjenal en el que vive Unidas Podemos para ubicarse en la misma órbita socialista. Nada menos que los titulares de Defensa, Margarita Robles, y de Exteriores, José Manuel Albares, debieron emplearse a fondo para convencer al presidente de mandar armamento. La «resistencia» de Sánchez estaba haciendo un roto terrible a España ante la Unión Europea y la OTAN. «Costó, pero hubo giro presidencial», afirman fuentes cercanas a Robles.
Sánchez lo justificó durante su comparecencia ante el Pleno del Congreso de los Diputados en el cuestionamiento de «algunos grupos parlamentarios» –curiosamente miraba directamente al Partido Popular– al compromiso con Ucrania. En el entorno de Robles y Albares lo reconocen sin ambages: «No podíamos quedarnos al margen de nuestros aliados». En realidad, el presidente trató de huir, hasta que no tuvo más remedio, de cortar la hierba al jardín minado de pacifismo de salón de Unidas Podemos.
Desde la facción socialista del Consejo de Ministros ya se advierte de la ruptura sin retorno de la relación de Yolanda Díaz con la cúpula de Podemos. Tal vez la vicepresidenta segunda sea la referente de los morados en la coalición, pero quienes llevan las riendas del partido son Ione Belarra e Irene Montero, con la alargada mano de Pablo Iglesias teledirigiendo en la sombra los movimientos. Las «hermanas» se niegan a que Díaz siga arrogándose la voz morada del Gobierno, pese a que tenga tras de sí a los comunes y a Izquierda Unida.
Si la escalada bélica aumenta cualquier cosa puede ocurrir. El grupo parlamentario de Unidas Podemos ya se está resquebrajando entre partidarios de Díaz y partidarios del dúo Belarra y Montero. Sánchez busca surfear este molesto ruido volcado en reforzar la autonomía de su vicepresidenta. Pero, el mismo núcleo duro del socialismo tiene meridianamente claro que las tensiones van a terminar salpicando al presidente. De hecho, cada vez más voces advierten que el tablero de juego deseado por Sánchez puede saltar por los aires en el momento menos oportuno.
Mientras, la invasión de Ucrania ya se ha llevado por delante una recuperación económica que el PSOE alegremente daba por enfilada con la salida de la pandemia. El Gobierno está preparándose para asumir una revisión a la baja de todas sus previsiones para 2022. Ante el impacto de una inflación disparada y de precios energéticos desbocados, poco efecto van a tener los intentos de los guionistas presidenciales de fabricar la imagen de Sánchez como gran estadista.
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