España
¡Que vienen los ultras!
Frankenstein ha rugido como un volcán en erupción. Las sirenas de la «alarma antifascista» suenan desde los laicos campanarios de la izquierda castellana y leonesa y obtienen su réplica en el resto de España. Animan al «progresismo» a prepararse para soportar a las «hordas ultras» marchando por las calles. Para no repetir las elecciones en Castilla y León, PP y Vox han cometido el «pecado» de acordar un gobierno autonómico respaldado por 44 de los 81 procuradores elegidos en los comicios. ¡Qué barbaridad! Respetar las mayorías amplias expresadas por los votantes parece ser lo contrario que dicta el catón sanchista.
Hasta el antiguo líder de los populares, Pablo Casado, que tras el finiquito de sus barones está envuelto en una gira nostálgica de adioses, ha alertado a los socios europeos de su partido de que «el nuevo PP» de Alberto Núñez Feijóo ha roto el «cordón sanitario» que él tejió contra quien fue su amigo y compañero de siglas, Santiago Abascal. La ansiedad de Casado por frenar a la ultra llegó tan lejos que se quedó en soledad con su escudero Teo García Egea elaborando dosieres en la planta noble de Génova contra mandatarios de partido sin «pedigrí casadista» suficiente para tener cargo. Muy leal.
Seamos serios: Vox es un partido de derecha, católico y populista. Defiende sin rubor la nación española y la igualdad de sus ciudadanos, sean hombres o mujeres. La formación verde tiene una visión máxima contra el Estado de las Autonomías que no es la del PP. Se conforma con luchar contra los «chiringuitos» que llenan de grasa nuestras administraciones, muy especialmente en las comunidades autónomas, y que en vez de resolver problemas despilfarran dinero público entre los afines ideológicos, creando redes clientelares.
Vox también rechaza una UE burocratizada que desde la lejanía toma decisiones que en ocasiones incomodan a la gente corriente de los Estados miembros. Prefiere una Europa cuyos pilares sean las soberanías nacionales, todas democráticas, que una Europa federal donde las opiniones públicas nacionales se diluyan en beneficio de Bruselas. La inmensa mayoría de los votantes de Abascal son antiguos simpatizantes y afiliados del sector más conservador y liberal del Partido Popular. Sin duda, habrá un puñado de nostálgicos franquistas, como en el PSOE los hay firmes partidarios de la Segunda República. Anecdótico.
La llegada de Alberto Núñez Feijóo ofrece al PP la oportunidad de un revulsivo que le dé normalidad. Gestión y reformismo. El líder gallego defiende otro estilo político, alejado de frivolidades y ruidos, consciente de que se ha de configurar una alternativa solvente que mire la centralidad. Sus primeros nombramientos, el de Esteban González Pons como número dos en la dirección del partido y Cuca Gamarra para ser su prolongación en las relaciones institucionales, han tenido buena acogida en la familia popular. Dirigentes del PP definen a Feijóo como un Rajoy 2.0: alguna razón tienen, pero creo que su personalidad política moderada va más allá.
Buena parte de la sociedad ve con buenos ojos el cambio de timón que representa Feijóo. Así lo malicia La Moncloa y Ferraz, lanzados a exprimir como línea de combate el pacto PP-Vox, asociándolo a supuestas tendencias radicales del presidente gallego. El alto mando socialista envía a sus huestes whatsapps en cadena para derramar el diluvio sobre el líder «in pectore». «La derecha se confunde ya con la extrema derecha», difunde la «maquinaria de picar carne» del PSOE. Les interesa grabar esa idea en los españoles por si el Partido Popular cede y pierde así sus posibilidades de gobernar salvo si logra mayorías absolutas. Además, saben que también es un potente pegamento para la coalición social-comunista y los costaleros independentistas y bilduetarras que mantienen viva la legislatura de Pedro Sánchez. Alfonso Fernández Mañueco ha acertado con el paso que ha dado. El pacto de Gobierno de Castilla y León asume plenamente la Constitución y el Estatuto de Autonomía. Punto.
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