Memoria Histórica
El museo ambulante de la Guerra Civil que recorre Barcelona
Nick Lloyd, británico que lleva más de 30 años en España, muestra objetos de la contienda en rutas guiadas por la Ciudad Condal en las que no faltan hijos y nietos de brigadistas
Ante los muros de la iglesia de San Felipe Neri el tiempo se detiene en una fecha y una tragedia ocurrida durante la Guerra Civil en esta plaza escondida del Barrio Gótico de Barcelona. El 30 de enero de 1938, una bomba de la aviación italiana provocó 42 muertos, 20 de ellos niños que se habían refugiado en los sótanos del templo. El «dramático» episodio lo narra in situ varias veces al mes Nick Lloyd, que esgrime ante un auditorio expectante un ejemplar original del «New York Times» publicado al día siguiente del bombardeo.
Oriundo de Manchester, Lloyd (56 años), llegó a España en 1988. Su intención era «dar clases de inglés», además de las «ganas de viajar y vivir aventuras», como muchos compatriotas, también aquellos que vinieron como voluntarios a una guerra que fue el preludio de la que pronto sería mundial.
Nick estuvo primero dos años en Aragón, y luego se trasladó a Barcelona, donde su vida iba a dar un giro. En Poble Sec descubrió la placa que recuerda a Francesc Boix, nacido allí en 1920 y cuyas fotos fueron pruebas decisivas de la criminalidad nazi. «Me quedé alucinado con su historia», explica. «Todo empezó con Boix y los españoles de Mauthausen, el barrio obrero de Poble Sec, la historia local...», cuenta Nick, completamente integrado en España, casado con una barcelonesa con la que suma doce años de relación y dos hijos.
Poco a poco, su interés le llevó a «leer sobre las Brigadas Internacionales, el “Homenaje a Cataluña” de George Orwell...», e incluso empezó a «buscar las ubicaciones» donde se desarrolla el libro, aunque le «costó mucho». Aquello que arrancó como una afición iba a convertirse en otra cosa al coincidir con una crisis personal de Nick, «harto de enseñar inglés», que intentó entonces hacerse «guía de la naturaleza con el lobo ibérico» como protagonista. Fracasó, aunque se lo «pasó muy bien», dice, y fue cuando «me di cuenta de lo que quería». Empezó a diseñar una ruta y, para formarse, pasó «un año de estudio muy duro», pero ese esfuerzo ha supuesto que «con el tiempo» haya «aprendido muchísimo» sobre el periodo de la Guerra Civil, e incluso llegara a escribir un libro: «Forgotten Places: Barcelona and the Spanish Civil War».
Esa etapa de autodidacta la compaginaba con las clases de inglés y haciendo traducciones, aunque ya iniciaba «algunas rutas» por su cuenta «de vez en cuando». Iba saliendo «poco a poco», pero fue un artículo publicado en «The Guardian» hace diez años el que le dio a conocer y cambió todo. «Dejé mi trabajo y desde entonces no me dedico a otra cosa».
Comenzó a organizar visitas que a día de hoy son dos a la semana, «incluidas universidades y escuelas, muchas de Dinamarca», que compagina desde hace ocho años con una ruta mensual para Cementerios de Barcelona, con el Fossar de la Pedrera como enclave emblemático. Actividad gratuita –el resto es a razón de 25 euros por tres horas–a la que hay que apuntarse desde que surgió la pandemia. Pero, desde hace cuatro años, este británico que se expresa también en catalán y usa el inglés en su tarea como guía, ha incorporado una curiosa innovación: una muestra ambulante.
Al principio pensó en montar un museo al uso, pero no salió bien –«deberíamos haber empezado con algo más pequeño», lamenta–, y de esa «frustración» nació la idea. Fue introduciendo objetos invirtiendo «bastante dinero», aunque «la gente ha ido donando» también para completar un muestrario que llena dos mochilas que antes de la pandemia Nick dejaba en dos bares donde se las cuidaban entre una salida y otra. Ahora ya no tiene dónde dejar sus cosas –cerraron los negocios– y lleva todo en un único bulto, en una versión «light» del proyecto, más modesta y cómoda de transportar.
Cuenta en total con unos 80 objetos entre los que hay cascos de las Brigadas Internacionales; tinteros –«las cartas que los soldados mandaban por correo eran su conexión con lo que habían dejado atrás»–; un casco italiano; alpargatas con sello republicano compradas a un suministrador barcelonés de antigüedades «con una colección impresionante»; un gorro anarquista del Frente de Aragón; cerillas de la CNT; jabón de afeitado marca Colgate hecho en Nueva York, «probablemente» perteneciente a uno de los 1.800 americanos que vinieron a España con el Batallón Abraham Lincoln; un mechero atravesado por una bala encontrado en Teruel; billetes originales de tranvía autorizados por la CNT; entradas para el teatro; un carné de la CNT de un joven de 20 años emitido el 19 de julio de 1936 en Barcelona, que le vendió la nieta del anarquista explicándole que su abuelo «se había alistado ese mismo día», cuando el golpe comienza de madrugada, con el presidente Lluís Companys insomne paseando por Las Ramblas a la espera del peor desenlace.
Antes usaba documentos, pero Lloyd se sirve ahora de estos objetos, a los que acompaña de «una historia particular» para sus clientes, de los que «un porcentaje alto» cuenta con «una implicación personal». Se trata de hijos y nietos de brigadistas que «siempre traen sus historias, y no es lo mismo hacer una ruta con turistas normales, que lo somos todos, que con gente así, con relatos muy fuertes y conmovedores», asegura Nick. «Siempre les doy espacio para hablar», puntualiza.
Durante las restricciones de movimiento por el coronavirus, Lloyd se dedicó a organizar «rutas virtuales», así que se vio obligado a «planear nuevos itinerarios y a desarrollar el relato del conflicto de forma más amplia, incluyendo el Jarama, la batalla del Ebro...». Dice haber aprendido «un montón, porque si enseñas una cosa la asimilas mucho más». Hasta que llegó la pandemia su interés en el terreno militar era menor, le atraía más lo sucedido en la Ciudad Condal, «los bombardeos, el aspecto social, el exilio»... pero no le quedó más remedio que «reinventarse».
Empezó a retomar la actividad en la calle en julio del año pasado aunque, en octubre, la variante ómicron «fue un golpe». Tras unas semanas de recaída general, en febrero se contagió en casa toda la familia, y de esa época le ha quedado a Nick una ligera tos que no le impide atender la demanda de sus rutas con una periodicidad que ya se parece a la de otros tiempos. «No hemos llegado donde estábamos, pero las calles están llenas, aunque hace falta precaución todavía», advierte no obstante sin intención de bajar la guardia.
Cerca de la catedral, Nick Lloyd retoma el relato de los sucesos de San Felipe Neri. «A las 9:11 cae la primera bomba y la cripta colapsa. Cuando están sacando los cadáveres, cae un segundo proyectil...». La fachada de la iglesia, cubierta de impactos de metralla, impone respeto entre un auditorio que se renueva. «Me viene mucha gente de Twitter», asegura Nick, desencantado por «el odio y los ataques» que ha vivido en la red social. Tanto, que se pensará si comparte este testimonio desde su propia cuenta, con más de 10.000 seguidores.
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