El personaje
Félix Bolaños: el guardián de la seguridad
El lunes Dos de Mayo, festividad de la Comunidad de Madrid, Félix Bolaños llegó a la Real Casa de Correos con el semblante muy serio. Flanqueado por el secretario general del grupo socialista en el Congreso, Rafael Simancas, y la Delegada del Gobierno en Madrid, Mercedes González, fue el protagonista de todos los corrillos. No era para menos, pues minutos antes había colapsado al país con una sorpresiva rueda de prensa en la que anunciaba la intercepción de los móviles de Pedro Sánchez y Margarita Robles.El escándalo estaba servido, el ministro de la Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática era ya uno de los grandes nombres políticos y mediáticos. Durante la recepción habló con muchos invitados, entre ellos Alberto Núñez Feijóo, Cuca Gamarra, Alberto Ruiz Gallardón, Esperanza Aguirre y un grupo de periodistas. El hombre fuerte de Moncloa se ajustó al guión: «No tenemos más información, estamos investigando». Así, ante los separatistas catalanes, el presidente y algunos de sus ministros pasaban de verdugos a víctimas bajo el lema de «Nosotros también hemos sido espiados».
El resto de la tormenta política es conocido, el cese de la directora del CNI, Paz Esteban, y una guerra sin cuartel en el seno del Gobierno que hubo de zanjar el propio Sánchez. Pero el «núcleo duro» de Moncloa, integrado por Bolaños; el Director del Gabinete presidencial, Óscar López, y el subdirector, Antonio Hernando, mantuvo la sangre fría. Dicen que Bolaños impuso la estrategia de «siempre que llueve escampa», aguantó el chaparrón y, con su astucia negociadora, logró el apoyo en el Congreso del PP, Cs y Vox a la Ley de Seguridad Nacional. Una jugada maestra, máxime cuando el día anterior Sánchez había tildado de «mangantes» a los populares que, no obstante, demostraron su sentido de Estado al no votar las enmiendas de los secesionistas. El ministro defendió una norma estratégica que permitirá afrontar crisis, emergencias, asuntos delicados en la labor de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, con indeseables consecuencias si se hubieran admitido las exigencias de ERC, Junts y Unidas Podemos. Con suma habilidad, Bolaños salvó al presidente de su frágil minoría parlamentaria en pro de esa Seguridad Nacional, con mayúsculas, de la que ejerce como implacable guardián.
Arquitecto jurídico del Gobierno, auténtico «fontanero» en La Moncloa de Sánchez, por sus manos han pasado los grandes asuntos de la Legislatura: exhumación de Franco, la coalición con Unidas Podemos, renovación con el PP del Poder Judicial, los indultos del «procés», las conversaciones con Cataluña, el estado de alarma, los Presupuestos y el escándalo Pegasus. Con un perfil muy discreto, serio y perseverante, Félix Bolaños es un negociador que hace de la cautela su norma de conducta. Antítesis de su antiguo amigo, el «gurú» defenestrado Iván Redondo, el titular de Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática no es locuaz, como lo era su antecesora Carmen Calvo, ni presume de buenas relaciones con los poderes económicos, como alardeaba Redondo. Su objetivo es actuar en la sombra, con absoluta lealtad a Sánchez, y engrasar la «fontanería» monclovita con mucha disciplina y poco ruido. Prueba de su carácter es la frase que pronunció el día de su toma de posesión: «Ser ministro ni se puede pedir, ni se puede rechazar».
Amigo y colaborador en su día de Redondo, cuentan que las suspicacias comenzaron durante las negociaciones con el PP para la renovación del CGPJ, que Bolaños tenía prácticamente cerradas. Según algunas fuentes, la filtración por parte de Redondo de dos nombres inadmisibles para el PP, los jueces José Ricardo de Prada y Victoria Rosell, dieron al traste con todo. Nadie sabe en verdad que pasó entre ellos, pero lo cierto es que los dos influyentes asesores del presidente alejaron posturas y libraron una sórdida batalla que acabó con la salida de Redondo y el ascenso fulgurante a ministro de la Presidencia de Bolaños. «Dos gallos de pelea no pueden estar en el mismo corral», dijo con ironía otro ministro, hoy ya fuera del Ejecutivo. Ahora, con ese temple frío, Bolaños y su equipo piensan que la tormenta amainará, porque al bloque Frankenstein de la investidura no les conviene retirar el apoyo a Sánchez o unas elecciones. De hecho, ya diseña la entrevista entre Sánchez y el presidente de la Generalitat, Pere Aragonès. También se ha comprometido a desclasificar información confidencial, siempre que un juez y la ley lo permitan.
Félix Bolaños García nació en Madrid hijo de dos emigrantes en Munich, dónde trabajaban en una fábrica. A su regreso de Alemania abrieron en Móstoles una pajarería y Félix se educó en centros públicos. Era un chico callado, introvertido, se licenció en Derecho por la Complutense, sacó el primer puesto en los cursos generales de la Abogacía y Derecho Laboral, ingresando por oposición como letrado asesor en el Banco de España. Militante desde hace años en el PSM, fue secretario de la Comisión Federal de Ética y Garantías, de la Fundación Pablo Iglesias, del Consejo de redacción de la revista Temas y Patrono de la Fundación Sistema, en aquel tiempo vinculadas a Alfonso Guerra. Conoció a Sánchez en el PSM y en 2018 llegó a Moncloa como secretario general de la Presidencia del Gobierno. Desde entonces, participó en la sombra en todos los grandes pactos del Gobierno, desde la exhumación de Franco hasta las conversaciones para renovar el CGPJ, el consejo de RTVE, la coalición con Unidas Podemos, la pandemia y las cuentas públicas. Ha sido, aún lo es, figura clave en el conflicto con Cataluña y dio estructura jurídica a los indultos del «procés». Tras el escándalo del espionaje, fue el emisario de Sánchez en Barcelona para «calmar a la fiera» independentista.
Junto al Gabinete presidencial dirigido por Óscar López y Antonio Hernando, dos hombres de partido en contraposición a Redondo, ha dado un giro a la «fontanería» de Moncloa. En su vida personal está casado con Fátima Rodríguez, a quien conoció muy joven en el pueblo de su padre, Villafranca de los Caballeros, Toledo. Tienen un hijo y, según su entorno, lleva una vida casi ascética, dedicado al trabajo, lectura de decretos e informes jurídicos. Negociador de asuntos delicados, afronta la crisis del espionaje y las relaciones con Cataluña con su estilo: sin que se note.
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