Antonio Martín Beaumont

El debate sobre Sánchez

El Gobierno lucha contra su imagen, inestable y agotada

Muchos son los cenáculos de la Villa de Madrid, esos a los que Pedro Sánchez dibuja como “los señores con puro”, donde en estos días previos al debate sobre el estado de la Nación cunde la alarma ante los derroteros en los que se ha enredado el presidente del Gobierno. Sentido de la responsabilidad se llama. El agobio por la crudeza de la crisis en ciernes y sus consecuencias para el bienestar colectivo angustia a las familias, que han empezado a cortar el grifo del gasto prescindible. Eso, aquellas que pueden reducir algunos gastos superfluos, porque una buena parte no tiene ya ni para cubrir lo necesario.

Con este pesimista ambiente afrontará Sánchez este martes, desde la tribuna del Congreso de los Diputados, lo que considera “el último gran evento político” antes del paréntesis veraniego. Un debate de política general que no se celebraba desde 2015 y que el líder socialista (a quien si algo caracteriza es un desmedido optimismo) considera una oportunidad para “marcar agenda” con sus anuncios y dejar en la retina de todos cuán equivocados están quienes le dan por amortizado, pues queda todavía por delante mucha tela que cortar.

Y ello, mientras el Gobierno lucha contra su imagen, inestable y agotada, entretenido en trifulcas con la pata morada del Consejo de Ministros que cada día suben más de tono. A lo que se debe sumar al propio Sánchez, acorralado, que se desliza ya por la arriesgada pendiente del victimismo. Lo del contubernio de poderosos para derrocarle, denunciado por quien tiene las llaves de La Moncloa y el BOE, es de traca.

El problema de imagen y credibilidad del jefe del Ejecutivo es tan significativo que no le va a valer subir al atril del Congreso para sacarse ases de la bocamanga en forma de anuncios que al final siempre quedan en papel mojado y no llegan a la economía real. Los ciudadanos ya han dejado claro en toda una sucesión de elecciones, la última el 19 de junio en Andalucía, la opinión que les merece el secretario general del PSOE.

Ciertamente, los costaleros parlamentarios habituales parecen haber decidido sostenerlo, a cambio, claro está, del consiguiente saqueo. Nada más gráfico en la insensata huida de Sánchez que la bochornosa cesión a Bildu en la ley de Memoria Democrática. Tal como celebró la dirigente filoetarra Mertxe Aizpurua: “Vamos a poner en jaque el relato de una Transición ejemplar”.

El declive es más que evidente. Y el pavor ante lo que “esté por llegar” toma cuerpo entre los muros del palacio presidencial. Los “movimientos tectónicos” -en palabras del presidente del Gobierno para referirse ante su guardia de corps a las consecuencias de la guerra en Ucrania- apuntan a una inflación cercana al 15% a finales de 2022. Sí, sí, han leído bien: ¡15%!

“Lo que se nos viene encima puede ser sencillamente brutal”, barruntan en voz baja algunos dirigentes del PSOE. “Hay que tirar de liderazgo”, replican los guionistas presidenciales, “y reivindicar la socialdemocracia”. No sé bien cómo quieren desempolvar ese tipo de estrategia yendo de la mano de comunistas, independentistas y abertzales, que difuminan los principios básicos del socialismo constitucionalista y lo radicalizan tanto que imposibilitan hacer propuestas para grandes mayorías. Un sinsentido más del sanchismo.

Lo curioso es que Sánchez quiere alumbrar un rearme ideológico frente a Alberto Núñez Feijóo, que ya le aventaja en todos los sondeos. Y desea que sea precisamente en el debate del estado de la Nación cuando empiece a vislumbrarse que hay dos maneras de afrontar la crisis económica: la “insolidaria” de la derecha y la “humana” socialdemócrata que representa él. De perdidos, al río. El presidente del Gobierno sigue sin asumir a estas alturas que, con el combustible a 2,20 euros el litro y la cesta de la compra casi al doble que hace un año, los españoles lo van a convertir en un saco de golpes.