Debate Estado Nación

La bengala del náufrago

La España real ya espera poco de Sánchez. Basta testar la calle para darse cuenta de la alarmante situación.

Mensaje machacón desde La Moncloa: “La política se juega cada día”. El núcleo duro de Pedro Sánchez no ha dudado en exprimir el momento –a sus ojos, “de cine”– que les ha traído el debate sobre el estado de la nación. Según dicen, ha sido un “reconstituyente” para su alicaída bancada y, además, el mejor pegamento para la coalición y la mayoría Frankenstein. Desde el palacio presidencial se asegura que la reconstrucción del tablero de alianzas –conglomerado de izquierdas radicales, secesionistas y nacionalistasrepresenta para Sánchez el oxígeno suficiente para jugar con libertad el resto de la legislatura.

Ciertamente, el volantazo que ha escenificado el presidente le ha servido para juntar de nuevo en el Congreso a sus correosos costaleros, a quienes habían temblado las piernas tras el batacazo andaluz. Ahora Sánchez, a golpe de BOE, podrá ir sumando piezas a su ensayo de carga ideológica con el que ir tirando. Muy pendiente, claro, de las elecciones municipales y autonómicas de mayo de 2023, que van a ser un mojón importante en la cuenta atrás. Con todo, bien sabe, aunque lo disimule, que ha tenido que achicar el espacio a Yolanda Díaz, cada día más maniatada para ahormar su proyecto. Es natural que exista revuelo en el ambiente entre algunos mandatarios monclovitas y la impulsora de Sumar. Tanto o más como lo hay entre Díaz y el tándem formado por Ione Belarra e Irene Montero, las “Pili y Mili”, según las denominan en ámbitos gubernamentales. Por cierto que, como fondo, cada vez se otea con mayor insistencia el regreso de Pablo Iglesias a la política como plan B de los morados.

Dicho de otro modo: la necesidad de Sánchez de taponar el boquete con sus aliados ha quebrado el relato propagandístico del Gabinete de que trabaja para una mayoría social. Sólo el mero hecho de reforzar su dependencia del conocido como “el bloque” anula ese travestismo. Eso sí, las circunstancias mandan: es lo que le toca si quiere gobernar hasta finales de 2023. Veremos si tal revulsivo gubernamental, es decir, renunciar a la centralidad, despojarse de la apuesta “socialdemócrata” del Congreso federal del PSOE de octubre pasado y volver a un liderazgo que, según sus guionistas, “recupera su ADN de izquierdas”, le sirve para algo más que ver algún titular elogioso en la prensa más afín.

Porque lo vivido estos días en la Cámara Baja más parece la bengala del náufrago que se lanza a la desesperada. El barco socialista está al borde del hundimiento. Y la mayoría de las medidas que se adoptan van contra el sentir de gran parte de sus votantes. Pero actuar de otra forma hubiese supuesto afrontar las urnas. Y eso Sánchez no lo quiere ni en pintura. Sería su final definitivo. Una convicción que se sustenta en las encuestas encargadas por el círculo del presidente y que arrojan el derrumbe del PSOE. Especial fuente de preocupación son territorios como Madrid o Andalucía. Hasta el punto de que su estado mayor augura próximos ajustes en la sede de la calle Ferraz, está por ver si con réplicas más o menos inmediatas en el Consejo de Ministros.

Mientras, la España real ya espera poco de Sánchez.Basta testar la calle para darse cuenta de la alarmante situación. Y lo peor está por llegar, con una galopante inflación que se lleva por delante la economía de millones de familias que no llegan a final de mes. Lo curioso, aunque se lo callen, es que tales previsiones las tiene La Moncloa. Al igual que la certeza de que las actuales medidas anticrisis no van a lograr taponar las heridas de la clase media. Es muy difícil, con las cosas así, que Sánchez sobreviva políticamente. Se verá pronto. Y entonces de nada valdrá al presidente del Gobierno “sacar pecho” ante desplomes en la bolsa de entidades del Ibex 35 porque “han tenido beneficios extraordinarios”.