Terrorismo

El otro secreto que ETA no quiere revelar: los zulos donde aún esconde armas y explosivos

Expertos antiterroristas advierten del peligro de que, por el deterioro, puedan estallar los artefactos si alguien los manipula

Imagen de archivo del levantamiento de un zulo de ETA
Imagen de archivo del levantamiento de un zulo de ETADepartamento Vasco de SeguridadAgencia EFE

Poco a poco los presos etarras van siendo acercado a cárceles de Navarra y el País Vaco; en un proceso irreversible, que se hace de tapadillo, obtienen la semilibertad como paso previo a la libertad absoluta.

Entre los beneficiados por la política del Gobierno a cambio de los favores de EhBildu, coalición dominada por Sortu, la sucesora de Herri Batasuna, se encuentran cabecillas de la banda y pistoleros de los “comandos” que, además de no ayudar a la Justicia a esclarecer los crímenes pendientes, conocen a la perfección la ubicación de los “zulos” en los que están guardadas armas y sustancias explosivas.

Según han informado a LA RAZÓN fuentes antiterroristas, ETA esconde más de un centenar de armas, algunas de ellas nuevas, tal y como llegaron de fábrica, y una cantidad importantes de sustancias con las que se pueden fabricar bombas.

Las primeras pueden ser utilizadas en cualquier momento, pero por lo que se refiere a las segundas, el paso del tiempo las ha convertido en muy peligrosas, hasta el punto de que cualquier paseante por el monte (donde suelen estar escondidos los zulos) puede perder la vida si su curiosidad le lleva a intentar adivinar lo que hay dentro de un bidón que acaba de descubrir. Se trata de una irresponsabilidad de ETA, una más, a la que la vida humana, como ha demostrado a lo largo de su siniestra historia, le importa lo más mínimo, siempre que no sea la de uno de los suyos, claro.

Lo que deberían aclarar los cabecillas terroristas, a los que el Gobierno trata con tanta deferencia, son las razones por las que mantienen ocultas las armas después de la famosa pantomima, representada en Bayona en 2018, en la que, supuestamente, escenificaron un “desarme total”.

En algunos casos, se ha dicho que esos zulos están perdidos ya que, en el “traspaso” de mando de un cabecilla detenido al que le sucedía dentro de la cúpula etarra, no se le dieron los detalles de la ubicación de los mismos. Falaz argumento ya que, en cualquier caso, el arrestado sí conocía su localización y –para esto ETA no se salía nunca del guión -- se dejaban por escrito las coordenadas y otros detales sobre el lugar en el que estaban los escondites.

Dentro de un tiempo, más pronto que tarde, se verá a los etarras paseando por las localidades de Navarra y el País Vasco, para regocijo de los suyos y el temor --sí, el temor—de víctimas y personas contrarias al independentismo vasco. Con su aire chulesco, de perdonavidas, de quienes, a la postre, se sienten vencedores del “conflicto”, llevarán en su “mochila” particular los secretos que nunca comunicaron a las Fuerzas de Seguridad y la Justicia, entre ellos los de la localización de las citadas armas y sustancias explosivas.

Una especie de “salvo conducto” y aviso para navegantes en el sentido de que, llegado el momento (que no se vislumbra en el futuro inmediato) aún les queda la capacidad de matar, algo en lo que demostraron ser unos consumados expertos.

Ya que no quieren colaborar para aclarar los más de 300 crímenes sin resolver, los etarras podían indicar la ubicación de los zulos, la mayoría en Francia, si es verdad que han decidido no volver a empuñar las armas y colocar las bombas. Hasta lo podrían hacer de una manera anónima.

Si no dan este paso, será por las razones que ellos conocen y que los demás pueden sospechar. Por cierto, que no estaría de más que Francisco Javier García, “Txapote”, informara de dónde escondió la pistola del 22 con la que asesinó a Miguel Ángel Blanco. Eso, conociendo la personalidad de este individuo, se antoja un imposible.

Además de estas armas, se ha dicho que hay otras que, durante la entrega de 2018, fueron “requisadas” por la facción disidente de ETA, ATA, algo que no se ha podido acreditar pese al tiempo pasado y que, desde luego, no han sido utilizadas.