Antonio Martín Beaumont
Quedada en el Senado
Quienes hablan con Pedro Sánchez cuentan que está ilusionado porque aspira a recuperar aliento en su cara a cara el martes en el Senado con Alberto Núñez Feijóo. Considera que sus gestiones internacionales y el “liderazgo” del que presume en Europa son argumentos suficientes para deshilachar la imagen de político moderado y eficaz de la que goza el líder del PP, que es su obsesión. “Va a hacer una comparecencia propositiva”, apuntan asesores monclovitas, “poniendo en evidencia el obstruccionismo de la derecha”. Pero la carestía de la vida, la pobreza energética, el guirigay gubernamental, la sumisión a ERC y sus inmorales trapicheos con Otegi, excarcelando sanguinarios etarras, suponen bazas inagotables para los de Génova: “Por mucha propaganda que despliegue –reiteran–, este Gobierno está alejado de la gente”.
Agosto nos dejó la cicatriz de 400.000 cotizantes menos en la Seguridad Social. Sin embargo, el ministro del ramo, José Luis Escrivá, cuenta a los españoles que ha sido “un buen mes para el empleo”. ¿Nos toman el pelo? Como en la pandemia, cuando se dijo que, de no haber sido por las medidas del Consejo de Ministros, y pese a ser uno de los países con mayor porcentaje de muertes, habría habido 150.000 fallecidos más. O con la inflación: lleva tres meses por encima del 10%, pero debemos alabar al presidente porque sin sus “eficaces” recetas los precios estarían más altos. Congratulémonos por tener el “Gobierno de la gente”, como lo presentó en un alarde de originalidad Pilar Alegría, ministra de Educación y nueva portavoz del PSOE.
Pensemos el infierno por el que transitaríamos si a los mandos de España estuviese un líder negacionista, insolidario, sin ideas, que bloquea la Constitución y quiere acabar con los servicios públicos, tal como esbozan los ministros a Núñez Feijóo. Por ello en La Moncloa no les entra en la cabeza que en Galicia, Madrid, Castilla y León o Andalucía el sanchismo haya sufrido una debacle en las urnas, ni que todas las encuestas digan que ellos se despeñan mientras los populares suben. Lo que falla es la comunicación, alegan, porque los medios (“comprados” por empresarios avaros que ahogan a las clases trabajadoras) ponen sordina a tantísima “obra pía” de Sánchez para que “la gente” llegue holgadamente a fin de mes.
Por eso mismo La Moncloa esconde las decisiones del presidente hasta que él mismo las anuncia. Juega al “factor sorpresa” en su guerra contra “la trama” de los poderosos. Tanto como para coger con el pie cambiado a sus propias filas. Nadie debe escandalizarse de que sus ministros más cercanos, como Félix Bolaños o Isabel Rodríguez, se hayan quedado tapando sus vergüenzas tras el enésimo volantazo del jefe al hacer suya la bajada del IVA del gas que venía reclamando Feijóo desde marzo y que ellos han criticado ferozmente. La confusión es general entre los cuadros socialistas por el personalismo de Sánchez, pero, como dice un barón encogiéndose de hombros, “donde hay patrón no manda marinero”. Aunque crezca la zozobra por la imagen de improvisación, chapuza y radicalismo en una crisis económica tan cruel como la que tenemos encima.
El patio de la izquierda no está para fiestas. Los sondeos les pintan el rostro sombrío. “Ojalá tuviese más Ayusos en el partido”, desliza en privado Feijóo ante los datos que anticipan una mayoría absoluta en la Comunidad de Madrid. La cocina demoscópica dispara las expectativas de teñir de azul PP toda España el 28 de mayo. De ahí el miedo de muchas federaciones del PSOE, que ven cómo los votos se les escapan “a chorros”. La alarma ante el desgaste sanchista brama. La tentativa de revertir la situación pasa por reconectar con los ciudadanos. ¿Y quién cree en el presidente? A tal fin, su equipo ha diseñado una agenda de proximidad: mítines por todos los rincones para mostrar cercanía. En Sevilla se estrenó el sábado entre pitos y abucheos. Ya sólo sus subordinados le aplauden. Sánchez no tiene crédito.
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