Pedro Sánchez
Frankenstein es Sánchez
El presidente, por interés personal, ha convertido España en un país donde hay ciudadanos de primera, los secesionistas, y de segunda, los demás españoles, que pagamos la fiesta de los desleales
Pedro Sánchez lleva tiempo llenando de agua la piscina donde borrar el delito de sedición. No es un ingenuo. Tenía claro lo que supondría. Así que el Gobierno ha ido preparando el chapuzón. ¿Cuántas veces hemos escuchado esa frase de que la Cataluña de 2022 es muy diferente a la de 2017? ¿Y otra, igual de enlatada, sobre la necesidad de homologarse con las democracias europeas? Sin embargo, el peso de la realidad hunde las justificaciones: la reforma es una amnistía encubierta, un traje a medida regalado al independentismo.
El presidente, por interés personal, ha convertido España en un país donde hay ciudadanos de primera, los secesionistas, y de segunda, los demás españoles, que pagamos la fiesta de los desleales. A partir de su llegada al poder, Sánchez ha ido encadenando decisiones en favor de los separatistas, desde la elección de una exministra de Justicia Dolores Delgado como fiscal general del Estado, a la creación de mesas bilaterales de diálogo, pasando por los indultos a los golpistas del 1-O, el asalto al Tribunal de Cuentas para neutralizar las reclamaciones económicas a los líderes del «procés» o el cese de la directora del CNI, Paz Esteban, para responder al «España nos espía» de sus compañeros de viaje. Si me apuran, añadiré el blanqueamiento de los herederos de ETA, porque Otegi es un peón más para favorecer la continuidad de Sánchez en el poder.
Pero que nadie piense que el presidente se conmueve por su actuación o cree que no tiene otro remedio para asegurarse la mayoría en el Congreso. Al revés. Frankenstein es Sánchez. Ha visto que las medidas de gracia le quedaron bien resueltas y ahora continúa ensanchando la ley vendiéndolo como «otro paso para la convivencia». Uno más. ERC da por hecho que el delito de malversación también será modificado. Y el núcleo duro presidencial de ninguna manera cierra esa puerta. De hecho, desean que los cambios puedan entrar en vigor antes de fin de año. Se ensancha la ley, en la sedición, en la «okupación», en la inmigración ilegal, para que lo que es delito se vea como algo normal. Ingeniería social. Ojo: hoy ser oposición es inmoral, luego será ilegal.
Sea como fuere, en puertas de las municipales y autonómicas del 28-M, el chapuzón de la sedición corta la digestión a algunos barones socialistas. Tanto el manchego Emiliano García-Page como el aragonés Javier Lambán han marcado distancias. Eso sí, cuidándose mucho de hacer cualquier crítica directa a Sánchez. Nadie les ha secundado. Sánchez no tiene ataduras ni oposición en sus filas. Hace lo que quiere. Quien ha instado a los dirigentes socialistas a asumir la responsabilidad de posicionarse es Alberto Núñez Feijóo. El líder popular, ante la gravedad de los hechos, considera que todo el PSOE está concernido. Ciertamente, el silencio hace corresponsables a los mandamases que dicen amén ante los temerarios movimientos del secretario general.
¿En qué lugar queda la Justicia española si el Gobierno cree «injustas» las penas impuestas por sedición? A los pies de los caballos. Desarmada. Poco le importa a Sánchez, un líder sin prejuicios que le impidan quebrar cuantas reglas de juego democráticas necesite, poniendo su conveniencia personal y la de sus siglas por delante del interés de España. Pero, junto a él, son cómplices los que le acompañan por la peligrosa senda de los cálculos políticos y los tratos inconfesados para volar la Constitución. Que nadie se despiste. La fase venidera, prevista si Sánchez renueva otro mandato, será la aventura constituyente para crear un Estado plurinacional, permitiendo un referéndum en Cataluña. Todo está sobre la mesa. Planificado. El próximo mojón del camino es controlar el TC con un magistrado «afín» como Cándido Conde-Pumpido. Lo demás es ir construyendo «relatos» mientras se desmantelan los contrapoderes paso a paso.
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