Jorge Vilches
Regreso a la casa común
La tarea de Alberto Núñez Feijóo es ser el casero que cobije a los esperanzados en echar al sanchismo de nuestra vida con dos plumazos electorales
Las elecciones del 28-M van a tener una lectura principal y una secundaria. La principal será examinar el estado de la reconstrucción de las casas comunes que antes suponían el PP y el PSOE. Abarcar un espectro político cada vez mayor ha sido siempre básico, pero ahora más. El bipartidismo no ha muerto, y lo que iba a nacer, el pluripartidismo redentor, se ha quedado en una trampa para ingenuos.
Los electores del centroderecha están volviendo al PP desde las elecciones de noviembre de 2019. Ciudadanos ha caído y Vox resiste porque llegó más tarde a la nueva política. Ya han surgido en la formación de Abascal los típicos problemas de la oligarquía de los partidos, que rompen la imagen de proyecto redentor con personas desinteresadas al servicio de la causa. Esto era así para quien quisiera creerlo, claro. La ruptura de Macarena Olona destripa a Vox, dejando al descubierto la realidad: son un partido más.
El PP podrá calibrar si está en el camino de ser otra vez la casa común de la derecha. Ya ocurrió en Madrid en 2021 y ocurrirá con más claridad el 28-M en otros lugares, como Murcia, Castilla y León, y Valencia. La tarea de Alberto Núñez Feijóo es ser el casero que cobije a los esperanzados en echar al sanchismo de nuestra vida con dos plumazos electorales.
De momento, Feijóo tiene un discurso moderado y tecnocrático, a veces lento y tímido, pero efectivo para hacerse con el voto centrista y el del socialdemócrata que está harto del ególatra de Moncloa. Las encuestas dicen que se acerca a tomar un millón de votos del centroizquierda, que fue la clave de Mariano Rajoy en 2011.
En comunicación política se sabe que, en una situación inquietante y opaca como la actual, no hay que arriesgar, sino subrayar lo obvio. El mensaje debe ser la vuelta a la tranquilidad, a los tiempos aburridos pero seguros, a la certeza y la transparencia. El elector potencial de Feijóo está cansado de una política basada en insultos y crispación. Convencer al elector será así más fácil porque la historia ya le suena: el PP quiere el poder para arreglar los desaguisados de la izquierda, o evitarlos.
El PSOE está lejos antes del 28-M de reconstruir la casa común que supuso en 1982 y legislaturas posteriores. A lo sumo, tomará a populistas desencantados de Podemos, pero lo tiene difícil con los socialdemócratas.
La izquierda optimista asegura que Podemos puede quedarse con las cifras de la vieja Izquierda Unida. Los realistas ven su próxima desaparición tanto en ayuntamientos como en autonomías y la posterior marcha de Yolanda Díaz, que buscará un acomodo mejor que la coalición de las purgas y la irritación constante. Esto será el fin de Podemos, que quedará agarrado a Ione Belarra y a Irene Montero, incapaces de liderar nada.
No obstante, un aldabonazo azul el 28-M puede convertir al PSOE en el partido refugio de la izquierda para evitar un posible gobierno nacional formado por PP y Vox. Ya saben: votar con la nariz tapada y la razón nublada por el miedo. Burnham, notable maquiavelista, diría que Pedro Sánchez busca la ruina previa de sus barones para constituir la última esperanza.
En este sentido, la lectura secundaria será si las elecciones locales servirán para mostrar el rechazo a Sánchez. No es que deban tomarse así, es que Moncloa las toma como un plebiscito. Toda la estrategia monclovita y de Ferraz va encaminada al mayor engrandecimiento del líder máximo, aunque sea sacrificando a los jefes locales, las siglas y las ideas.
El paquete social, la agenda exterior y la «desinflamación» de Cataluña, que son las tres bazas electorales socialistas para este 2023, están diseñadas para cumplir el plan personal de Sánchez. De hecho, ha dado más dinero a Cataluña que al resto de España, lo que carece de lógica electoral en Extremadura, Valencia o Castilla-La Mancha, por ejemplo, que tienen un papelón ante el 28-M.
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