Antonio Martín Beaumont

El plan de Sánchez, al garete

En el PP asumen que los socialistas salen con el cuchillo entre los dientes

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez
El presidente del Gobierno, Pedro SánchezFrancisco J. OlmoFrancisco J. Olmo

La entrada en vigor del nuevo Código Penal ha sido un maremoto dentro del tablero político. Sus efectos se notan en el pistoletazo de salida de la larguísima precampaña para las urnas del 28 de mayo, por más que Pedro Sánchez desee restarle importancia y diga que solo se trata de «ruido».

La reforma de la ley, hecha en clave política y al dictado de ERC (cosa que, por cierto, nadie niega) para «desjudicializar» la carpeta catalana y contribuir a que los procesados independentistas condenados salieran libres de penas, ha chocado de momento con el juez Pablo Llarena. Se ha ido al garete el proyecto del presidente, basado en la amnesia: nos lo quitamos todo de en medio, pulverizamos la sedición y rebajamos la malversación antes de las navidades, y las fiestas harán que los españoles se olviden. Los planes de Sánchez, una vez más, han fallado.

El auténtico revés ha llegado con el criterio del magistrado del Tribunal Supremo sobre la malversación, al aplicar la modalidad agravada en la causa de Carles Puigdemont, lo que puede implicar hasta 12 años de prisión y 20 de inhabilitación. En La Moncloa no solo temen que el expresident fugado, con los odios que despierta, vuelva al centro del debate a pocas semanas de las urnas, sino también que ese criterio judicial pueda extenderse a otros líderes del procés ya juzgados, como Oriol Junqueras, dejando en el aire su rehabilitación política.

«Habríamos hecho pan como unas tortas queriendo cumplir con ERC», admiten en las sentinas del Gobierno, y si así acabase ocurriendo, el paisaje cambiaría por completo. Porque Sánchez, que pretendía dar por cerrada la agenda con su socio preferente separatista y centrar sus esfuerzos en la durísima contienda electoral con Alberto Núñez Feijóo, debería enfangarse en una nueva reforma penal si desea conformar a los independentistas republicanos catalanes. Un desastre mayúsculo que se uniría a la sospecha que sobrevuela de un nuevo referéndum.

Quedar atrapado en los líos de Cataluña sin poder instalarse en la doctrina del oasis de paz catalán está muy lejos de ser la tarjeta de presentación que quería Sánchez cara a las municipales y autonómicas. De momento, el argumentario de urgencia elaborado por los monclovitas en los primeros mítines ha buscado tapar la irresponsabilidad que supone legislar a la carta para delincuentes tirando de machacar a Puigdemont con eso de que va a responder ante la Justicia gracias a ellos.

Pero ese carrete tiene poco recorrido, puesto que el problema para el líder socialista le vendrá si Junqueras y las decenas de «fontaneros» del «procés» pendientes de juicio no obtienen una solución con la chapuza legal elaborada por el Consejo de Ministros. El presidente ya probó en 2019 los sinsabores de afrontar una carrera electoral marcada por el desafío independentista. Con la repetición de las generales aquel 10 de noviembre, nada salió como ambicionaba y el sueño de escalar hasta los 150 escaños quedó reducido a 120, en medio de episodios de fanatismo separatista.

Pero no se queda aquí la cosa. Están por ver los posibles beneficios que puedan recibir otros corruptos ante el abaratamiento de la malversación. De hecho, aunque guarden un prudente silencio público, los mandatarios socialistas reconocen que este tema tiene muy irritadas a sus bases. Tras la chapuza del «solo sí es sí» y el goteo de rebajas de penas o excarcelaciones de agresores sexuales, solo les faltaba que políticos que han metido la mano en la caja salgan de rositas por el capricho de favorecer a sus costaleros secesionistas, que declararon la independencia de Cataluña y a día de hoy no niegan que vayan a volver a hacerlo.

Este cóctel ha disparado una palpable inquietud en las cúpulas regionales del PSOE. Territorios aparentemente revalidados hasta ahora constatan que las cuentas ya no salen. Las certidumbres se difuminan ante un tablero enmarañado. Y esto, a pocas semanas de las urnas. «Nos vamos por el desagüe», alertan dirigentes territoriales en la sede de Ferraz. Las apelaciones a la confianza de Santos Cerdán, secretario de Organización, caen en saco roto.

En la acera de enfrente, la inercia parece llevar volando a los populares. Feijóo ha devuelto la autoestima a una organización que acaricia el éxito. Alcanzar el objetivo de teñir de azul el mapa no va a ser fácil. El líder del PP y su círculo cercano asumen que los socialistas salen al ataque, con el cuchillo entre los dientes, tratando de embarrarlo en polémicas que martilleen su posición centrista y moderada.

Nada nuevo, sin duda, pero Núñez Feijóo y su estajanovista equipo aciertan en seguir su propio camino, ofreciendo su alternativa regeneracionista de país, resumida en convocar a la mayoría social a un proyecto realmente nacional. Les corresponde hacer un esfuerzo resolutivo por ofrecer respuestas a la vida cotidiana del ciudadano de a pie, además de emplearse a fondo en las grandes incertidumbres que Sánchez ha instalado en la nación. Feijóo tiene tras de sí a unas siglas bien unidas en torno a su figura y movilizadas por el objetivo del cambio.