Antonio Martín Beaumont

Presidente encapsulado

Sánchez cree sinceramente que tiene barra libre para hacer y deshacer

Pedro Sánchez necesita activar su presencia parlamentaria. Eso le aconsejan insistentemente sus estrategas. Por ahora, va a empezar con una doble comparecencia. Y en formato largo. Este martes, en el Congreso de los Diputados, y el siguiente en el Senado, donde se medirá de nuevo con Alberto Núñez Feijóo. El presidente del Gobierno necesita ensayar la estrategia electoral contra el líder del PP, toda vez que arrastra una enorme asfixia demoscópica por su gestión. Una indigestión, más bien.

Sin embargo, en las alturas socialistas nadie quiere creer en las encuestas. Se tapan ojos y oídos ante los malos augurios. Ferraz querría que la organización hiciera abstracción de ellos. Así que el presidente, en su carrera, aspira a ganar aire en las Cortes. Para ello abusará del tiempo de intervención del que dispone, que no tendrá el líder del Partido Popular. En La Moncloa se preparan para llenar horas de televisión con la desgastada figura presidencial. «Nos interesa», admiten abiertamente.

De momento, esos mismos «fontaneros» le han montado al «jefe» un culebrón contra la Junta de Castilla y León con el aborto. En realidad, una tormenta en un vaso de agua. Aunque, claro, lo que importaba era dejar en la retina pública que el popular Alfonso Fernández Mañueco, cautivo de Vox, pone en juego los derechos de la mujer. La sobreactuación llegó hasta airear el artículo 155 de la Constitución. El Gobierno se ha movido en este asunto como en la película «Minority Report», esto es, antes de que haya delito. Y, claro, ha acabado saliéndole el tiro por la culata.

Sánchez descubrió hace tiempo que aquí nunca pasa nada cuando las barrabasadas llevan su firma. Como al apostar por la inestabilidad de una comunidad autónoma. El secretario general socialista sólo quería llegar a su mitin del sábado en Valladolid presentándose como dique de contención ante las derechas «cavernícolas». Horas antes, La Moncloa trasladó incluso que la Junta había «acatado» el requerimiento del Gobierno de no incumplir la ley del aborto. Poco importaba la verdad, a saber, que el requerimiento había sido «inadmitido» dos veces por basarse en algo inexistente.

Pedro Sánchez cree sinceramente que tiene barra libre para hacer y deshacer. Actúa como si no fuese consciente del malestar profundo de buena parte de los españoles. Aunque este fin de semana haya tenido una muestra de ello en la masiva concentración de la Cibeles. El sanchismo se aferra a la mala memoria del votante, un ofensivo argumento para la gente muy repetido ante la reciente entrada en vigor del nuevo Código Penal. Y sobre esa base construye el presidente su edificio. Da los pasos que le convienen y luego se adapta a las circunstancias, reseteándose si es necesario para sobrevivir a los acontecimientos.

Si Pere Aragonés desaíra a Emmanuel Macron para no oír el himno español en la cumbre de Barcelona, Sánchez agradece su asistencia y lo opone a barones del PP que rechazaron acudir a citas bilaterales en sus territorios. Si el goteo de rebajas de condena a agresores sexuales por la Ley del «solo sí es sí» resulta inaguantable, se parchea con pulseras telemáticas para las víctimas y el ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, llama «efectos indeseados» a que algunos excarcelados tengan un extenso historial de violaciones.

Marketing y más marketing. Como echar una partida de petanca en una plaza de Coslada diciendo que se ha reunido con pensionistas, usando de figurantes a militantes del PSOE jubilados, para tapar que acababa de llegar de verse con lo más granado del capitalismo mundial en Davos. Sánchez se refugia entre petanquistas con carné, para dar imagen de político cercano, por la enorme dificultad que implica para él pisar la calle sin ser abucheado. La caída en picado de su popularidad obliga a llevarlo encapsulado. Es lo mejor que se le ocurre a su equipo frente al viento de cara… Además de moverlo a golpe de lemas, a cual más grandilocuente.