La izquierda, en combustión
Los afines a Sánchez abren el cruce de «navajas» entre ellos
El «caso Salazar» muestra la lucha entre facciones. Los partidarios del presidente ya no son un bloque. La crisis del Gobierno agita al partido, que se prepara para el final

El PSOE es un partido en guerra. Si hay que sacar algo en claro del «caso Salazar» es que los socialistas andan por Ferraz con el cuchillo en la mano. Un destacado miembro del Consejo de Ministros explica: «Nuestro partido siempre ha sido especialista en riñas internas. Siempre hay alguien que quiere quedar bien cuando parece que las cosas van mal».
Lo cierto es que la psicosis se ha desatado en una organización que agoniza a base de escándalos: corrupción, acoso sexual, prostitución, y un líder con su entorno familiar implicado en procesos judiciales. Y todos en el PSOE buscan culpables de las filtraciones. Que si esto viene de fulano, que si esto otro viene de zutano...
En el núcleo de confianza de Sánchez creen saber de dónde procede el «fuego amigo» que ha destapado las denuncias por supuesto acoso sexual contra Paco Salazar, el exasesor de Sánchez en Moncloa y hasta este verano hombre clave que conectaba el partido con el Gobierno. Lo cierto es que en Moncloa les costó creerse que el político sevillano hiciera todo lo que se ha publicado en los medios de comunicación. Los partidarios de Sánchez apuntan a la delegada del Gobierno en Asturias, Adriana Lastra, como una de las artífices del ruido interno.
La ex «número dos» del partido ha sido, de hecho, la principal defensora de que el PSOE acuda a la Fiscalía a denunciar a Salazar; algo que el presidente descartó ayer. Sánchez, que asumió el «error» en primera persona, dijo que corresponde a las víctimas dar ese paso, aunque les garantizó el apoyo del partido para que puedan acudir a la Justicia con garantías. Pero, en verdad, el nivel de excitación es tan elevado que ya nadie se fía de nadie. Ni los propios defensores de Sánchez se fían los unos de los otros. La desconfianza llega hasta dentro del Consejo de Ministros.
Lastra, una de las principales referentes del movimiento feminista dentro del partido, ya echó hace unos años un pulso a los hombres de Sánchez para ganar influencia y posicionarse de cara al futuro. La batalla que libró en Ferraz contra Santos Cerdán fue épica. Y ahora, el sanchismo del que un día formó parte, la ve de nuevo agitando el avispero en el momento de mayor debilidad política del líder socialista desde que está a los mandos del PSOE.
En cualquier caso, el desconcierto se ha apoderado del partido, porque por primera vez en varios años de mandato de Sánchez, el aparato se ha estrellado con un contrapoder; algo que hasta no hace mucho era impensable. Esta batalla interna, según conceden varios dirigentes, se explica, en parte, porque los socialistas perciben un final de etapa. Todos creen realmente que el presidente estirará la legislatura. Pero, al mismo tiempo, saben que lo que queda será barro y bronca y, por eso, algunos comienzan a tomar posiciones. Todos los altos cargos del partido y del Gobierno consultados admiten que el feminismo no es negociable, que se trata de un asunto muy sensible que hace mucho daño. Y este caso ha animado a las socialistas a alzar la voz.
Algunas de ellas advierten de que «hay más casos» como el de Salazar, al que vinculan con «el grupo heteropatriarcal» del partido, compuesto por varios hombres que formaron parte del núcleo de poder del partido y del grupo parlamentario y que se permitía hacer comentarios machistas a algunas diputadas. El propio presidente admitió, en una conversación informal con periodistas en el Congreso, que es normal que a su partido se le exija más que a cualquier otro cuando se trata de machismo. El feminismo del PSOE estalló esta semana contra la dirección, a la que acusó de encubrir a Salazar por tratarse, precisamente, de un «hombre del presidente».
La secretaria de Igualdad del partido, Pilar Bernabé, mantuvo un encuentro con las responsables autonómicas del ramo para intentar aplacar los ánimos. Aunque fracasó. La cita estuvo marcada por la tensión y por los reproches. Es más, varias federaciones apuntaron directamente contra María Jesús Montero –vicesecretaria general y vicepresidenta primera– y contra Rebeca Torró –secretaria de organización– por dejación de funciones respecto a las dos denuncias que el partido recibió en su canal interno contra Salazar. Aunque el entorno de la vicepresidenta primera traslada que no entiende por qué la dirigente andaluza se ha convertido en objetivo político.
El partido emitió el viernes una nota interna en la que reconoció no haber estado a la altura y lamentó no haber arropado a las víctimas. Como contó este diario, ya son al menos cuatro las mujeres que han sufrido el supuesto comportamiento machista de Salazar, de quien el presidente se desentendió ayer al negar cualquier tipo de relación hoy en día.
El sevillano nunca tuvo responsabilidades a nivel federal antes de la llegada de Sánchez a la secretaría general, según explican varios excargos del partido. Y, en todo este tiempo, se erigió en gurú gracias a sus análisis políticos. Su criterio era muy tenido en cuenta en el principal despacho de la Moncloa, donde aborrecen de las cuitas internas del partido.
Esta crisis coincide con el grito de algunos socialistas, como el exministro Jordi Sevilla, que reclaman a los suyos que empiecen a dar por superada la etapa de Sánchez al frente del PSOE.
Cada vez más voces, cada vez más relevantes, cada vez más llamadas a la insurrección. Pero, y esto es lo relevante, Sánchez aún pondrá a prueba la lealtad de su colectivo. La cultura del PSOE no suele cambiar. Y hay una regla no escrita pero sagrada que dice que mientras el secretario general sea el presidente está terminantemente prohibido plantearle un duelo. Solo cabe lealtad, aunque ahora parezca no haberla.