Política

Podemos

Aires de Nuremberg en Sol

A un lado de los Pirineos sacan en procesión a Juana de Arco; al otro, lucen prendas con la efigie del Che Guevara

Aires de Nuremberg en Sol
Aires de Nuremberg en Sollarazon

Gente había mucha, y el término es tan indeterminado como esos «miles» que anunciaron todas las crónicas de urgencia. Lo de siempre: según la organización, había más manifestantes que habitantes tiene Castilla la Nueva; según las autoridades, no juntaban para una convocatoria de Del Bosque. Pero no eran pocos, desde luego, y tampoco se circunscribía la concurrencia al rojerío de costumbre, vitaminado en estos albores de año multielectoral por el martilleo mediático y el colocón demoscópico. Aunque el primer semillero de asistentes eran los antiguos asiduos a las fiestas del PCE en la Casa de Campo, sí ha logrado Podemos cierta apariencia transversal. Eso sí, el mantra «no somos ni de izquierda ni de derecha» resulta en su boca tan creíble como cuando lo pronuncia, igualito pero en francés, la señora Le Pen. O sí porque, ¿con quién se ha coaligado el celebrado Alexis Tsipras, «homo precursor» del cambio? «Los extremeños se tocan», repondría Muñoz-Seca. Naturalmente, Podemos, sus directrices ideológicas, continúa siendo una especie de constructo amorfo, un gólem que aglutina titulares en la pechera adornados con cuentos políticos más o menos inverosímiles. Desde el último bandazo socialdemócrata, tras el inicio a lo Tirano Banderas, a Podemos le cabe una multitud de discursos en su gaseoso ideario. Y las personas reunidas en la Puerta del Sol compran el pataleo joven, carismático y contestatario, esa presencia que les hubiera gustado ostentar para enfrentarse al jefe o al gestor de lo público de turno. Es sobre todo izquierda y es, sobre todo y más que nada, airada la parroquia que Pablo Iglesias congregó ayer en el corazón de Madrid. Una muchedumbre uniformada que causa repelús al ciudadano librepensador porque la conexión entre la multitud monocolor y el autoritarismo es una constante en el último siglo, desde La Habana a la Plaza Roja y desde el «Altare della Patria» a Nuremberg. En la Europa de hoy, todos estos movimientos se hermanan en un ideario patriotero, germanófobo, antiamericano, euroescéptico, proteccionista... que sólo se distingue por sus ropajes folklóricos. A un lado de los Pirineos, sacan en procesión a Juana de Arco; al otro, lucen prendas con la efigie del Che Guevara; pero en el fondo se parecen como dos gotas de agua.

El morado corporativo de Podemos fue sin duda el color de la mañana. Que, no por casualidad, es el de la banda inferior de las banderas de la Segunda República Española que tremolaron por miles entre Cibeles y la Puerta del Sol. La plaza, sí, donde el 15 de mayo de 2011 acampó una avanzadilla antisistema deglutida por la biografía retrospectiva inventada por esta cuadrilla de profesores universitarios. Se atribuye a Eisenhower la frase: «Los que desembarquen en Normandía no desfilarán en París». En la lógica militar que mueve a un partido dispuesto «a tomar el cielo al asalto», es evidente que se tiene a muchos de los entusiastas de primera por mera carne de cañón prescindible cuando toque gobernar. ¡Ese apresurado despojo de los ropajes ideológicos más radicales! Pero cuidado, porque también en el ánimo del simpatizante, del potencial votante, anida un propósito de usar y tirar.

Es la misma Puerta del Sol del 15-M gestatorio, o sea, pero también la plaza en la que el 14 de abril de 1931 se proclamó la república... al día siguiente de unas elecciones municipales (¡como las de mayo!) que ganaron los partidos monárquicos. Fue un revival con mucho sabor a revancha y también con mucho figurante de cartón-piedra, asistentes hartos de pasar penalidades que compran cualquier discurso que vuelque en otro la culpa de su miseria. Molesta la inveterada manía de estos populismos de toda laya de confundir el ruido con los votos, de bramar «no nos representan» a la cara de electos de formaciones que suman el 80% de los sufragios. En ese recuento a ojo de mal cubero de la voluntad colectiva, interpretando con la infalibilidad de los hombres providenciales el pensamiento de lo que antes se llamaba «pueblo» y ahora se denomina «gente», se emparenta Podemos con los regímenes bolivarianos de los que ahora abjura.

Tic-tac, tic-tac. El gentío repite como el eco las consignas de sus líderes, inoculadas por la televisión y las redes durante los días previos. A la vuelta de la esquina, La Moncloa, según dicen, que es el cielo que hay que tomar por asalto. Podemos, en su cúspide, es lo que aparenta. Unos iluminados que pretenden hacer obras en el edén e instalarse en él, decretando seguidamente la obligación de ser felices. Son los constructores de Dios, dados a amoldar la realidad a sus sueños en los trabajos universitarios. Ahora es la realidad: un «ready-made» muy de investigación académica. Por las que Errejón cobra sin pisar el campus.