El futuro de Moncloa
El ala dura de Vox gana a Abascal: bloqueo o sillones
La línea negociadora la impone en la sombra la corriente más próxima a la Falange y al Yunque. Apuntan ahora contra Rocío Monasterio, que teme por su futuro en la portavocía en Madrid
Rocío Monasterio es uno de los referentes nacionales de Vox. Portavoz en la Asamblea de Madrid, alter ego de la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, y el último nombre que parece que ha sido colocado en la diana por el ala dura de Vox. De la que dicen, por cierto, que ha ido tomando posiciones hasta hacerse con las riendas de la formación.
Monasterio ha empezado a sentir que los suyos le mueven el suelo que pisa, como se deduce de algunos de los mensajes que ha hecho llegar recientemente a personas cercanas a ella. Desde ese ala dura, que hoy manda más en los destinos del partido, se estaría trabajando en el objetivo de apartarla de la portavocía, para así, con un solo golpe, «matar dos pájaros» a la vez, ya que esta decisión orgánica debilitaría a Iván Espinosa de los Monteros. Espinosa de los Monteros ha sido una pieza clave en la estrategia parlamentaria y política de Vox en esta Legislatura que acaba.
Estos movimientos internos son un signo de lo que se cuece dentro del partido, y advierten, también, de sus posibles consecuencias en el caso de que las urnas del 23J despejen el camino a una investidura del líder popular, Alberto Núñez Feijóo.
De hecho, Feijóo y el líder oficial de Vox, Santiago Abascal, abrieron un canal de diálogo, que, según la versión de los populares, ha servido para constatar que Abascal no es el que toma las últimas decisiones, sino que quien manda es ese poder en la sombra al que vinculan con satélites ultras que se mueven alrededor de esta formación, y que serían los que aportan dinero y buscan influir y tocar poder. Falange, El Yunque..., son nombres que dirigentes y ex dirigentes del partido colocan en esta galaxia.
Los hechos dan pistas que avalan que desde ahí se estarían dirigiendo las negociaciones de los pactos postelectorales, con nombres como el del eurodiputado Jorge Buxadé –simpatizante del falagismo durante la década de los 90- como nuevos símbolos de esta nueva etapa del partido.
Desde este núcleo de toma de decisiones se ha impuesto la directriz de que, sea cual sea la distancia que separa al PP de Vox el 23J, no pueden facilitar el cambio político ni la investidura de Feijóo si no es a cambio de «sillones» en el nuevo Consejo de Ministros. Cierto es que en campaña los partidos prometen y fijan posiciones que luego se flexibilizan una vez que pasa la cita electoral –la posición maximalista como táctica de movilización de los votantes–. Pero si esta exigencia se mantiene después del 23J, el riesgo de bloqueo al «cambio» será una realidad.
De la misma manera que el PP ha negociado a nivel autonómico conforme al principio de que si Vox no tiene que dar su «sí» a un gobierno no tiene derecho a exigir la entrada en él, este criterio será la referencia a nivel nacional, y es la línea que motiva la estrategia de los populares para hacerse con una mayoría (internamente hablan de los 160 escaños) y poder gobernar en solitario.
Los colaboradores de Feijóo comprometen estos días su palabra, después de lo que se ha visto a nivel autonómico, a que el político gallego «no meterá en su gobierno a Vox»: él sostiene que atenderá el mandato de las urnas, pero dice estar convencido de que será un mandato claro y amplio.
Mañana, en todo caso, comienza el debate de investidura de Fernando López Miras como presidente de Murcia (PP). Está a dos escaños de la mayoría absoluta, y el PP ha convertido este debate en un examen para Vox y «su compromiso real con el cambio político», aunque en esta comunidad se trata, realmente, de validar la continuidad de López Miras, que es el presidente en funciones.
El barón murciano fijó desde el primer día como línea roja su «no» a incorporar a dirigentes de Vox a su gobierno apelando a su resultado electoral, y en las próximas horas se verá hasta dónde sostiene Vox su pulso. Es decir, si llega a votar con la izquierda, con el PSOE y con Podemos, para bloquear el cambio sólo porque no ha podido cobrarse sillones en el nuevo Gobierno regional a cambio de sus dos escaños.
Vox es un partido opaco. Vertical en sus decisiones, con esos citados satélites ultra girando alrededor, en algunos casos con nombre y apellido e intereses económicos concretos, y que se manejan en la sombra mientras que la atención mediática se distrae con las marionetas que operan bajo los focos.
En las horas previas al incierto pleno de investidura, el PP de Murcia cedió a Vox la Presidencia de la nueva comisión parlamentaria de Política Territorial, Medio Ambiente, Agricultura y Agua, y los de Abascal llegaron a hablar ayer tarde de un principio de acuerdo para cosas mayores.
López Miras insiste en público, sin embargo, en el «no», y desde la dirección popular precisan, dentro del respeto a las negociaciones en la región, que ellos tampoco quieren que entre Vox en el gobierno regional «en ningún caso».
De no contar con los votos de Vox en la primera vuelta, López Miras tendría que concurrir en una segunda vuelta, en la que sólo sería necesaria la mayoría simple de la Cámara regional. Cuenta con 21 de los 23 escaños necesarios para tener mayoría absoluta y salir elegido en primera vuelta. De negarle Vox su apoyo, la segunda vuelta ha quedado fijada para el 10 de julio, y en ella sólo sería necesaria la mayoría simple.
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