Cádiz

Alcalde «Kichi»: de los gestos a la inanidad

Cincuenta días después de su toma de posesión, la gestión del regidor de Cádiz sólo ha dejado poses para los «podemitas» y ninguna medida concreta que resuelva los problemas de la ciudad

«Kichi» se dirige a un policía durante un desalojo en Cádiz
«Kichi» se dirige a un policía durante un desalojo en Cádizlarazon

El primer mes de José María González Santos «Kichi» como alcalde de Cádiz se diluyó en un océano de gestualidad y los muchos detractores que tiene en una ciudad que sólo le otorgó ocho de los veintiún concejales de la corporación se lo reprocharon. Hoy, cincuenta días después de la toma de posesión, un gaditano crítico concluye con la ironía que da la tierra: «Casi mejor que no hubiese empezado a hacer cosas. Quienes conocíamos el perfil de los integrantes de la candidatura de «Por Cádiz sí se puede» (la marca blanca de Podemos), ya imaginábamos que la gestión iba a ser deficiente por su escasísima preparación. A estas alturas puede decirse que la gestión, sencillamente, no existe».

La primera actuación del equipo de Gobierno de «Kichi» fue oponerse a los funcionarios que ejecutaban el desahucio ordenado por el juzgado de un inquilino que llevaba dos años sin pagarle un céntimo a la propietaria de su vivienda, una anciana enferma y en situación económica desesperada que, según el ideario radical, no tiene derecho a cobrar el alquiler de su piso. Tampoco se lució en su tantarantán dialéctico con el cónsul honorario de Alemania, al que presuntamente tildó de nazi, o cuando retiró una bandera nacional a causa de un viento de levante que apenas soplaba... aunque la presión mediática le obligó a restituirla. Por no hablar de sus maneras de forofo en la grada de los ultras durante los partidos de la fase de ascenso a Segunda del Cádiz.

El regidor comparsista, de hecho, no ha conseguido satisfacer en estas primeras semanas de mandato ni siquiera a la gente del mundillo carnavalero. Al poco de tomar posesión, desairó una celebración de la Asociación de Coristas por considerarla afín al PP cuando todos los partidos con representación en Cádiz honraron la invitación a un acto que contó incluso con la presencia de un delegado de la Junta de Andalucía. También ha suprimido la concejalía de Fiestas, que gestiona desde tiempo inmemorial este importante motor económico de la ciudad, para integrarla en Participación Ciudadana, donde reina Adrián Martínez de Pinillos, un edil que antes de llegar al ayuntamiento no había cotizado ni una sola hora a la Seguridad Social. He aquí el nivel.

La gran colisión entre «Kichi» y su discurso, sin embargo, se produjo tras la constitución de la Diputación de Cádiz, de la que cobrará alrededor de 60.000 euros anuales. Pregonero de una «política distinta», voceó que percibiría como alcalde el triplo del salario mínimo (unos 1.800 euros mensuales). Se votó una propuesta para reducir el sueldo de los diputados provinciales y tanto González Santos como la jerezana Ángeles G. Eslava, la otra representante «podemita», se abstuvieron. En seguida quiso explicar que él se embolsaría el dinero prometido y que el resto lo donaría pero ni ha explicado a quién ni tiene la menor importancia: los gaditanos le pagan una cantidad exorbitante (otro miembro de la casta esquilmando a una diputación con más de 200 millones de euros de deuda) y él se lo gasta en lo que le venga en gana, sean donativos o sea güisqui de garrafa.

Es notoria la alergia del neocomunismo podemita al desarrollo económico de las ciudades que gobiernan. La vieja y célebre fórmula: tanto ama la izquierda a los pobres, que los multiplica. El Campo de las Balas es, según una cronista local, «el balcón más bonito de Cádiz». Después de una larga negociación con Paradores Nacionales, que tenía cedido este privilegiado solar entre el Atlántico y el emblemático barrio de la Viña, la corporación anterior logró la reversión al ayuntamiento. Se convocó un concurso para construir allí un hotel que paliaría el paro lampante en la ciudad y mitigaría el déficit de camas que impide el despegue local de la industria del turismo, único sostén de una provincia depauperada. Pero «Kichi» tiene otro plan: usarlo para equipamiento público. Exactamente igual que ocurrió con el cercano edificio Valcárcel, donde se paralizó la construcción de un hotel de lujo y lleva más de un lustro como ejemplo de espacio infrautilizado.