Extremadura

Años de plomo

Imagen de uno de los atentados sangrientos de la banda terrorista
Imagen de uno de los atentados sangrientos de la banda terroristalarazon

Inicios de los ochenta, San Sebastián. Aún es noche cerrada y una fina lluvia se deja sentir en la calle. Si no fuera por la luz de las farolas sería inapreciable a la vista. No sucede lo mismo al abandonar el portal y sentir cómo se moja una cara aún soñolienta.

Inicios de los ochenta, San Sebastián. Aún es noche cerrada y una fina lluvia se deja sentir en la calle. Si no fuera por la luz de las farolas sería inapreciable a la vista. No sucede lo mismo al abandonar el portal y sentir cómo se moja una cara aún soñolienta. Un jovencísimo policía nacional se dirige a iniciar su jornada. Son los llamados «años de plomo», donde se sabe a qué hora se inicia el servicio, pero no a qué hora se termina, ni tan siquiera si se llegará al final. Es la época más sangrienta de ETA, fruto de una absurda estrategia «acción-reacción-acción».

Al subirse a su viejo Seat 1.500, el policía comienza a secarse la cara mojada por la lluvia, y justo en el instante en que se dispone a introducir la llave en el contacto, observa entre las gotas del cristal del viejo Seat una figura. Sí, parece un individuo que observa desde la esquina. Pero no tiene mucho sentido a esas horas. Esto hace que realice un esfuerzo y fije su mirada en la figura, para que poco a poco se vaya aclarando la imagen hasta volverse nítida. No hay duda, es un varón y está tomando notas en una libreta. La somnolencia desaparece y el policía se pone en alerta. Salta del asiento de su vehículo y recorre de nuevo el camino hasta su domicilio. Nervioso y sobresaltado le dice a su mujer lo que ocurre: ETA podría estar haciéndole un seguimiento. Las instrucciones son claras: «Coge al niño y subid al primer autobús que salga para el pueblo». Han de regresar a su lugar de origen, una pequeña localidad en Extremadura. Tras dar el mensaje a su esposa, vuelve a salir a la calle, mira a la esquina, el hombre que tomaba notas ya no está, se dirige nuevamente a su vehículo y en esta ocasión sí se asegura de revisar los bajos. No hay nada sospechoso, sube y arranca. Normalidad. Suspira aliviado y se dirige a cumplir con su obligación.

Esta es una historia real, y el joven policía mi padre, hoy en la reserva. Yo por entonces era un niño que no comprendía por qué nos fuimos aquella mañana tan rápido, por qué en el viaje de regreso a Extremadura no nos acompañaba mi padre, por qué mi madre lloraba cuando comenzaba el telediario, o por qué la radio se escuchaba todo el día en casa. Dos meses más tarde mi padre regresó con nosotros. Ahora era conductor de autobuses y ya no sonaba la radio a todas horas, tampoco el telediario parecía tener importancia.

Solo el tiempo me hizo comprender lo que había sucedido, en una época en la que no existía el teléfono móvil ni internet, tampoco teníamos teléfono fijo en casa. Mi madre se pasaba los días temiendo que anunciaran un nuevo atentado terrorista, y cuando esto sucedía el llanto era inmediato, comenzaba la angustia hasta que el misterio se iba desvaneciendo. Número de fallecidos, heridos, policía o guardia civil y localidad donde se había realizado el atentado. Ese era el guión que se repetía con cada atentado.

Esta situación hizo que mi padre abandonase el Cuerpo. Sin embargo, cuando se decide por vocación ser policía o guardia civil (como es mi caso) no se puede vivir sin vestir el uniforme y mi padre tras unos meses como conductor de autobuses volvió a examinarse y pasar por la academia, para volver a ser policía nacional.

Hoy mi padre se encuentra jubilado, y nunca se sabrá si quizá sigue vivo por decidir abandonar la Policía Nacional durante unos meses. Pero no todos tuvieron esa suerte, muchos sacrificaron su vida por nuestra democracia en una época donde ETA asesinaba a estos ciudadanos de uniforme como si fueran «txakurras» (perros). Por eso, desde aquí me atrevo a afirmar que en España la democracia está en deuda con los guardias civiles y policías en general, y con los que ya no están entre nosotros en particular. Por este motivo, se debe reconocer el sacrificio y dar el reconocimiento en para quienes velan cada día por las garantías y libertades del conjunto de los ciudadanos. Por último, que este medio siglo de terror que ETA nos ha dejado sea debidamente correspondido con la acción de la justicia. En la verdadera paz no hay sitio para el odio, pero sí para el reconocimiento a las víctimas y la condena para los terroristas.

* Portavoz de AUGC Asociación Unificada de Guardias Civiles