Tribuna

Antonio Cortina y los orígenes del PP

Los «poquísimos» amigos que quedan vivos dieron su adiós el pasado día 7 a uno de los fundadores del partido con sede en la calle Génova

El Partido Popular cubre su sede con fotos de la manifestación contra la amnistía.
Sin la figura de Cortina, el actual Partido Popular difícilmente hubiera existidoDavid JarLa Razón

El domingo 7 de enero la tierra se tragaba para siempre los restos mortales de Antonio Cortina Prieto en el cementerio de Carabanchel. Un breve responso, sus íntimos y familiares en torno a la tumba, y el féretro se cubría con la tierra que a paletadas echaban sobre la madera de la caja. Golpes secos de impacto sobre algo más que unos restos humanos, apenas una semana antes del 12 aniversario del fallecimiento de, para él y para mí, «jefe»Manuel Fraga Iribarne. Fraga, Santacreu el banquero, Cortina y quien suscribe fuimos las piedras sillares de lo que es hoy el Partido Popular. Y, como sucediera en el funeral de José Mª Santacreu, el que abocó millones de pesetas para fundar – con riesgo y una cierta clandestinidad– en 1970 el hoy PP, nadie significado del partido lo acompañaría en su adiós. Una razón más para mi compromiso moral de concluir un libro en gestación: «El funeral de la gaviota», un tratado y memoria acerca de la ingratitud política, causa común en el devenir de las formaciones partidarias, como a diario nos demuestra Pedro Sánchez. La lealtad no es colonizar, ni tampoco la verdad es la realidad, aunque se fuerce el aserto de Aristóteles.

Un día de 1974 Antonio Cortina regresaba de Buenos Aires, donde el general Perón le ofreció la cartera de Ministro de Información y Turismo, en su gobierno, tras su exilio en Madrid, cuando Fraga, embajador a la sazón en la capital británica nos convocó a ambos a almorzar. Fue entonces cuando conocí a Antonio. «Mis queridos amigos» – concluyó el embajador a los postres– «ha llegado la hora de crear con sigilo un partido político. Uno desde Barcelona y otro desde Madrid. Combinad vuestros esfuerzos y cread la estructura del futuro partido».

Aquel mandato se cumplimentó con creces, a pesar de no conocer a mi socio. Desde 1971 había yo creado un grupo de intelectuales, catedráticos y empresarios en Barcelona bajo cobertura legal del Club Ágora, financiado por media docena de empresarios que secundaban a José Mª Santacreu, el genuino financiero que aportaría algunos centenares de millones de pesetas. Posteriormente Antonio Cortina hizo lo propio con sus amigos procedentes del Frente de Juventudes. La suma de ambos grupos daría lugar a la fundación de Godsa (Gabinete de Orientación y Documentación, SA), en la calle Artistas en el barrio de Cuatro Caminos. Una veintena de accionistas suscribimos el capital y en un edificio de cinco plantas nos reunimos a trabajar 30 personas bajo la dirección de Antonio Cortina. El grupito del Consejo de Dirección lo formábamos además de Antonio: Rafael Luna, Luis Santiago de Pablos, Nicolás Rodríguez, Carlos Argos, Fernando de la Sota, Manuel Jiménez Qillez, Juan de Arespacochaga –después alcalde de Madrid– Rafael Pérez Escolar, el notario Félix Pastor Ridruejo, Pedro López Jiménez, Gabriel Cisneros, Jorge Vestrynge, y yo mismo. Con nosotros colaboraban los militares de Estado Mayor Javier Calderón (hoy Tte. General), Florentino Ruiz Platero y Paco Ortuño (Tte General y exjefe de un destacamento de la OTAN en Yugoslavia). Los tres militares, con el comandante José Luis Cortina, hermano de Antonio fueron en 1976 convocados por el general Gutiérrez Mellado para crear el Cesid, tras suprimir el Seced, creando un nuevo servicio de inteligencia.

Antonio dejaría sus responsabilidades en Godsa para incorporarse con Arespacochaga en la dirección de las relaciones ciudadanas en el Ayuntamiento de Madrid, donde coincidiría con Florentino Pérez. En Godsa lo sustituiría, primero Javier Calderón y luego Pérez Escolar. En aquel gabinete de ideas no solo se plasmó buena parte de los estudios sobre la futura Transición bajo la supervisión de Manuel Fraga, sino que se pusieron las bases de un nuevo partido político que serían los inicios de lo que se denominó Reforma Democrática Española, y en Cataluña el otro núcleo se alumbraría bajo la denominación de Reforma Democrática de Catalunya, con un manifiesto en catalán: «Crida per a la Reforma Democràtica». Todo ello sucedía entre 1975-76, aún en vida de Franco.

Diversas comisiones de trabajo componían secciones diferenciadas para desarrollar aspectos distintos de la futura Transición. No menos de 70 personas colaboraron en esta labor: desde Ramón Tamames a Leopoldo Calvo Sotelo o Nicolás Franco Pascual de Pobill – sobrino del Jefe del Estado– Fernández Ordoñez, Pío Cabanillas, Salustiano del Campo y toda una nómina de ilustres profesores y catedráticos de las universidades españolas, en particular la de Complutense. Aquel núcleo creó sendas aportaciones doctrinales y estratégicas: la primera el «Libro Blanco para la Reforma Democrática» (1975), autentica cuna ideológica de la futura Alianza Popular (1976-1977), y el Partido Popular (1989-90) a iniciativa de José Mª. Aznar. El segundo documento se cerró en Londres, en la embajada, un fin de semana en el que participamos una docena de personas: «Los cien primeros días de gobierno», un centenar de folios con las medidas a adoptar por el gobierno del Rey, tras el fallecimiento del general Franco. La aprobación del estudio se produjo el 14 de julio de 1975, y días después, el embajador Fraga haría entrega del mismo al por entonces Príncipe Juan Carlos. En el existía un apéndice con el texto del discurso del Rey en la proclamación de la corona ante las Cortes. Como expongo en mi reciente libro «Las paradojas de la amistad» (en catalán Ed. Portic), y el Rey utilizaría solo una parte del mismo en las Cortes; el resto implementó la famosa homilía del cardenal Enrique Tarancón en la misa de San Jerónimo el Real que tanto dio que hablar. Todo ello fue gracias a la conexión de Antonio Cortina con el secretario de Tarancón, el jesuita Martín Patino quien organizó una cena con el propio Cardenal en un convento de las afueras de Madrid y con la concurrencia de Gabriel Cisneros que había participado en la reacción del texto.

Antonio Cortina Prieto, que devendría empresario y fundaría la sociedad Asepro, SA de seguridad, fue un ser inquieto, generoso, entusiasta y arriesgado en política que vivía con inusitada pasión. Abierto de horizontes, con firmes convicciones políticas que le permitieron alcanzar los reductos de la izquierda y la derecha. Lo muestra el abanico de sus relaciones: de Fraga a los hombres de las proximidades del PSOE histórico (Enrique Múgica, Ricardo Martín y Tezanos – hombres de Alfonso Guerra– ) José Mª. de Areilza, Alfredo Molinas, José Mª. Cuevas e incluso el propio president Tarradellas. Pero su nómina de relaciones rompía aún más fronteras como demuestra el hecho de su gran amistad con el general Juan Domingo Perón, quien le pidió que alojase en su domicilio de Madrid el cadáver de Evita Perón, al ser trasladado desde Argentina antes de ser enterrada en Italia. De Perón conserva algunos de los documentos personales que el general le solicitó guardara en su casa. Otra de sus sorprendentes amistades fue Ernesto Che Guevara, cuya primera mujer, Ilda Gadea, fue acogida en su casa durante su actividad guerrillera, al tiempo que le recriminaba la represión y los errores tácticos de su lucha armada. Admiraba sin embargo, su espíritu revolucionario y, justamente, por tal motivo su hijo menor lleva el nombre de Ernesto.

Los amigos vascos de «la primera hora» podrían, asimismo hablar de él. En su entorno escuché el término de Euskalerria, referencia de los muchachos gudaris y de CC OO, uno de cuyos fundadores –sacerdote –se contaba entre sus más íntimos amigos. También de la UMD y del grupo militar «Forja» o del proyecto del padre Llanos, jesuita, en el Pozo del Tío Raimundo.

El pasado día 7, al mediodía, los amigos restantes, que ya somos poquísimos, le dimos el adiós en Carabanchel, húmedos los ojos y el himno de la OJE que algunos amigos y camaradas de la vieja escuela quisieron legarle mientras la tierra se lo llevaba para siempre.

Mis recuerdos se fundieron con alguna lágrima, pues con él se entierra toda una época de la histórica Transición. Sin él, el actual PP difícilmente hubiera existido.

Descanse En Paz.