Política

Videos

Apoyo histórico a Felipe VI

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, durante el pleno del Congreso que aprobará la ley orgánica por la que se hace efectiva la abdicación del Rey
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, durante el pleno del Congreso que aprobará la ley orgánica por la que se hace efectiva la abdicación del Reylarazon

Ocho y media de la mañana. En los alrededores del Congreso bulle una marea de policías y coches oficiales. «¿Pero qué pasa hoy aquí?», se pregunta Herminia, una cerillera que lleva toda la vida en la llamada esquina del «Parlamento tabaquero».

Ocho y media de la mañana. En los alrededores del Congreso bulle una marea de policías y coches oficiales. «¿Pero qué pasa hoy aquí?», se pregunta Herminia, una cerillera que lleva toda la vida en la llamada esquina del «Parlamento tabaquero», entre las calles de Zorrilla y Cedaceros, donde sus señorías fumadoras compran y humean cigarros antes de entrar al hemiciclo. «Pues se vota lo del Rey», dice un camarero que presume de buena información. «¡Ah, pues viva el Rey!», apostilla la vendedora, como muestra de la opinión de la calle. En este bar emblemático desayuna un grupo de diputados socialistas. Uno de ellos, concretamente del PSC, lo dice claro: «Soy republicano, pero no puede salir un Jefe del Estado sólo con los votos del PP». Atinada frase que define su apoyo a la ley orgánica de la abdicación. Minutos después, se les acercan dos ministros del Gobierno. Toman café y coinciden: ésta es una jornada histórica. El momento es delicado y tiene que salir bien.

Así ha sido. El debate en lectura única de la Ley de Abdicación contiene claves políticas, un simbolismo histórico sin precedentes y unos protagonistas indiscutibles. Dos hombres de Estado, en diferentes fases de su vida. Mariano Rajoy pilotando el proceso y saliendo airoso, en momentos muy difíciles, desde el poder. Alfredo Pérez Rubalcaba, que ya lo ha perdido, pero con su minuto de gloria. El presidente del Gobierno hizo un discurso solemne, institucional, sin dar pie a provocaciones dialécticas. «No quería un debate típico de confrontación, sino enfatizar el trámite», según Moncloa. Y Alfredo, ya de salida, echó el resto. Por vez primera en toda la legislatura, sus palabras fueron aplaudidas por la bancada popular. «No tengo reparos en haberle aplaudido», reconocían varios diputados del PP en los pasillos, fervorosos del discurso del todavía secretario general del PSOE.

«Esto es un triunfo de Mariano, que ha logrado un fuerte bloque constitucional, incluso con Rosa Díez, en un momento complicado, y la gloria que Alfredo necesitaba para irse», aseguraban en el Grupo Popular. Similar opinión era compartida entre los socialistas, si bien el díscolo Eduardo Madina susurraba algo de mala leche, sin muchos testigos de por medio: «Podía haber sido un poco más hiriente, sabiendo el resultado de la votación». El otro aspirante, Pedro Sánchez, paseaba su atractivo con más mesura: «Ha sido fantástico y demuestra que el PSOE es una alternativa de gobierno». En las filas del PP no lo ocultan. «Con Madina, la que se avecina», dicen con sorna. Y como la imagen vale más que mil palabras, mientras Madina era asediado por los «plumillas» informativos, Pedro hablaba con diputados de postín. Entre ellos, el histórico Josep Sánchez Llibre y otros de CIU. «Si éstos le abordan, es que tiene futuro», ironizaban dirigentes del PP.

Eufóricos con Rajoy que, en este debate complejo, logró hasta el apoyo de Rosa Díez. Tiene mérito atraerla, llevar a tu terreno a la siempre díscola líder de UPyD. Pues para sorpresa de todos se marcó un discurso constitucional sin tapujos. «Ha estado más monárquica que nadie», opinaban en el PP y el PSOE. Por contra, un papel bien difícil le tocó al portavoz de CIU, Josep Antoni Duran Lleida. Tras el fuerte órdago de los últimos días, escoltado por sus fieles, pero también por «halcones» convergentes como el senador Josep María Clerís, sentado en el escaño con ojos de urogallo. «Éste ha venido a espiar», decía un diputado de Unió. Con mucha dignidad, Durán intentó salvar los muebles: recordó a Roca, a Cambó y desplegó una serie de agravios a Cataluña. Su discurso no gustó en el PP y fue comprendido por el PSOE.

Para los populares, debió ser más contundente contra el soberanismo. «Los líderes históricos han de ser valientes en momentos como éste», decían. «Ha hecho lo que ha podido», según los socialistas, quienes ven con horror sus posibles alternativas. El dirigente socialcristiano afronta en los próximos días un tenso debate sobre su futuro, entre la respuesta ácida de Convergencia, «Si te vas, te vas de todo», y un sector moderado que desea su continuidad para no romper los puentes con Madrid. En todo caso, nadie duda de que Duran Lleida hará equilibrios para seguir en política. «No le deis por amortizado», aseguran en su círculo cercano. El resto, lo previsto. El PNV, sin pena ni gloria. La Izquierda Plural y Esquerra, groseros, toscos, en su estilo radical trasnochado. Amaiur, vergonzante, con vivas a ETA y abandono del hemiciclo. Y el presidente del Congreso, Jesús Posada, magnífico en su autoridad: «Soy el presidente, a mí nadie me lleva la contraria y el que no quiera atender que se vaya al bar», espetó con firmeza a unos cuantos que pasaban de la sesión. «Holgazanes aquí, ni uno». A esto se llama tronío soriano.

La votación se saldó sin sorpresas. Abrumador bloque a favor con PP, PSOE y UPyD. Con dos notas de color, la anunciada abstención de Odón Elorza y la ausencia del socialista balear Guillem García Gasulla. Por cierto, un cirujano cardíaco de Menorca, de familia procedente de Lérida y cuyo padre fue profesor de José Zaragoza, una de las mejores cabezas del socialismo catalán y a quien muchos en el PSC tanto le deben. Al final, ninguna sorpresa. Mariano Rajoy salió triunfante con pocas palabras: «Todo ha ido bien, ahora seguimos los trámites». Rubalcaba, con su minuto de gloria para la historia. «Ay, Alfredo, cómo te quiero», le llegó a decir una diputada del PP ante la aviesa mirada de Eduardo Madina. Los diputados de CIU en torno a Pedro Sánchez, que se ha pateado Cataluña en los últimos meses a destajo. La izquierda, en minoría ridícula con la tricolor en la solapa. Y en la calle, la gente tan contenta decía «Viva el Rey». Objetivo cumplido.