
Mi perro no ladra
El arte de querer celebrar la nada hasta 2027
Sánchez juega con la idea de pulsar el botón de las elecciones y quiere que sus socios sean perros ladradores, pero poco mordedores

La verdad es que el Gobierno tiene arte. Reconozco que me pasma la habilidad del equipo de propaganda gubernamental para querer celebrar la nada hasta 2027. A estas alturas de la legislatura, a los ministros solo les queda congratularse de que la oposición no les mete un gol vía enmienda. Este jueves Junts decidió que no iba a permitir al PP chutar a portería para manchar un poquito la política energética del Ejecutivo respecto al cierre programado de las centrales nucleares.
Y el lado socialista del Congreso estalló en aplausos con la jugada. Hacía tiempo que los diputados del PSOE no jaleaban tanto una nimiedad, acostumbrados a poner cara de circunstancia en sus cañas mientras leen informes policiales con las supuestas tropelías de sus ex altos cargos. No me quiero imaginar qué pasaría si sus Señorías aprobaran los Presupuestos Generales del Estado. La verdad es que nadie entendió muy bien por qué Nogueras ha pasado en tan poco tiempo de anunciar la muerte parlamentaria de Pedro Sánchez a salvarle un minipunto.
Aun así, la portavoz de Puigdemont en Madrid se cabreó mucho con la «sobreactuación» del Gobierno. Nogueras se va enfadando con cada palabra de argumentario que suelta, aunque quienes la conocen saben que es un encanto. Y nada borde. La verdad es que Junts tuvo que hacer equilibrismo para explicarse. Pero lo peor no es la incertidumbre que provoca Carles Puigdemont en el Gobierno y en los periodistas que vivimos estresados en los pasillos del Congreso. Lo peor, sin duda, será la turra gubernamental. Porque se agarrará a lo de ayer para repetir que queda partido hasta 2027, que puede ir jugando con las mayorías en la Cámara a conveniencia del asunto que trate.
Si hay un ministro que ya tiene la cartera plagada de mensajes de «Mr. Wonderful» sobre la capacidad legislativa del Gobierno es el titular de Presidencia, Justicia y Relaciones con las Cortes, Félix Bolaños, Buñuelos para los amigos, que salió ayer eufórico a los pasillos del Congreso a celebrar otra victoria: la bendición de la Abogacía del Tribunal de Justicia de la Unión Europea a la ley de amnistía.
Moncloa cree tener pillado a Puigdemont, porque al final no se atreve a votar en contra de concesiones de última hora para Cataluña. El Congreso también firmó ayer la imposición a las empresas de atender en catalán a la clientela en todo el país. ¿Cómo decirle a Sánchez que «sí» tras prometer que solo dirías «no»? Que lo explique Junts. Lo que Pedro Sánchez le está procurando a Carles Puigdemont y a Ione Belarra es la auténtica doctrina del «shock» que definió la periodista canadiense Naomi Klein: agitar la crisis política que vive España para que tanto Junts como Podemos, los dos socios que han decidido saltar por la ventana, se vean forzados a no votar en contra del Gobierno bajo la premisa de que no pueden decir que no a sus principios.
Sánchez juega con la idea de pulsar el botón de las elecciones y quiere que sus socios sean perros ladradores, poco mordedores. Él se encarga de repartir las salchichas con la pastilla del veterinario escondida dentro. El presidente, que compareció el miércoles en el Congreso, ya ha terminado de construir el muro con el que ha dividido a los españoles en buenos (todos los que le votan a él o pueden hacerlo) y malos. No hace falta que diga quiénes son.
El muro es tan alto que, cuando Sánchez tiene enfrente a Feijóo, no puede escuchar lo que le pregunta: «¿Es usted el presidente de la cloaca?». Nada. Pedro Sánchez está tan seguro de sí y le importa tan poco todo que se presenta ante los españoles como el guardián de la moralidad. Sí, como lo lee.
Y todo, porque él y su partido son los únicos, según dijo en el Congreso el miércoles, que defienden «lo público». Los del otro lado del muro solo destruyen. Pero él, sin embargo, cuida.
Sánchez, que parece no tener números para lo importante en el Congreso, se ha inventado un nuevo tipo de corrupción: la ideología del PP. Y una nueva legitimidad: la de merecer gobernar porque solo el PSOE protege a los españoles.
Mientras, las instituciones se derrumban y los hechos se desvanecen. Cada día queda más claro que la política de 2025 no circula bien por la autopista de la Constitución. Casi medio siglo después solo hay baches. Y el peligro de accidente está disparado.
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