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Extremo centro

Bastante circo para una generación

No entraría ni a dar los buenos días en Moncloa sin investidura monocolor, mayoría parlamentaria estable y dos presupuestos garantizados

«Los políticos son una especie distinta y necesaria. Si respiran, aspiran» Alberto R. RoldánPHOTOGRAPHERS

Estos días es casi imposible abstraerse de la oscuridad y los pactos que rodean los ascensos al poder. Hay tanta información nueva volando –quién hizo qué para quién, quién metió la mano, quién la retiró ensangrentada– que dan ganas de abrir la hemeroteca de la Generación Dedito y comprobar, una vez más, que todo lo que hoy parece novedad ya estaba escrito en titulares de hace siete años. Sé que podría seguir hablando del tipo de comisionista que ejerce su oficio a lomos de los asientos sudorosos de un Peugeot, pero en este negocio a veces toca ser menos previsible.

Hay cosas relevantes pasando que no tienen los colores vivos ni el rollito jocoso de los comentarios sobre putes y mordidas que algunos soltamos en redes para que la grada se ría. Cosas serias, de esas no aptas para memes. Nadie en su sano juicio puede pretender que un candidato a la Presidencia del Gobierno sea «auténtico», «corriente» o, lo que es peor, «alguien normal». Esa chatarra sentimental la dejamos para el tiktok y los anuncios veraniegos de cerveza con famosos. Los políticos son una especie distinta y necesaria. Si respiran, aspiran. Los de raza no sienten ni padecen como el resto de los mortales: lloran en público cuando conviene y duermen como bebés cuando los demás no somos capaces de pegar ojo. Todos los que llegan tienen una habilidad para leer a los demás: el miedo, la ambición, las debilidades, la traición. Esas facultades les dan lo necesario para sobrevivir en el entorno más adverso que un ser humano puede explorar: la carrera hacia el poder que llamamos «política».

Tan difícil es llegar como mantenerse, y en Ferraz ya se huele a derrota. La gente que piensa en el PSOE, esa minoría que aún conserva neuronas funcionando, interioriza que les toca perder el poder. Y como al partido le quedan varias toneladas de mambo judicial por digerir, algunos sanchistas sueñan con el modelo Kirchner: conservar el mando convirtiendo al PSOE en una plataforma-movimiento que reine sobre unas izquierdas unificadas. Una especie de peronismo cañí con pañuelo palestino e intereses público privados en un nuevo grupo de comunicación digital y transmedia. Fuera de Moncloa, su plan sería simple: movilizar la calle, alimentar la indignación social, avivar estados emocionales alterados y cruzar los dedos para que las ambiciones de Vox terminen dinamitando cualquier gobierno del PP.

Sin embargo, me permito señalar que Vox lleva años haciendo lo que nadie esperaba: renovando portavoces, purgando discrepantes y ejecutando una larga marcha que bebe del orientalismo de alguno de sus fundadores. Han estudiado a los que fracasaron antes –UPyD, Ciudadanos, Podemos– y parecen haber entendido una lección: en España, quien quiera durar debe tener poca prisa, y hacerse denso, duro y un poco desagradable. Anti frágiles, a la Taleb.

Los que los quieran ver, podrán observar que ya no son aquel aluvión de expeperos cabreados con Montoro o con las cesiones a los nacionalistas. Ahora compiten por la bolsa de votantes de izquierda desencantada: el obrero que ve el declive de su fábrica, el mileurista que sufre un alquiler imposible, el joven que ya no llega ni a la vida de hace diez años de un mileurista. Les oiremos criticando al capitalismo y a los liberales. No es contradicción; es una estrategia razonable. Cuando la izquierda tradicional se hunde, alguien puede recoger el voto de la rabia de los de abajo.

Mientras, el PP –pese a las ficciones gubernamentales– se ha convertido en el contenedor más ancho y estable del tablero presente y futuro. No porque sea algo definido, sino porque es el único en el que aún cabe España entera. El sitio al que va ese votante que quiere estabilidad, que le arreglen las cosas, que solo pide que la política le deje un poquito en paz. Después de tantas décadas de hegemonía cultural socialista, el sanchismo ha dejado hueco libre en lo de ser el partido «que más se parece a España», y eso, en un país tan diverso y fragmentado, es una ventaja.

En lo deseable, los mejores políticos vinculan su ambición personal al destino colectivo. No pido que sean agradables, simpáticos, que hablen inglés o que se pongan el lazo morado los domingos. Espero muy pocas cosas de quien pide el balón en plena crisis existencial de nuestro país. Pero después del experimento esquizofrénico de Sánchez España necesita tres años de Gobierno en solitario, dos o tres reformas impopulares de verdad y alguien con cojones para aguantar el pulso histérico de una izquierda que, precisamente por débil, se volverá loca en la calle. No creo que nadie lo haga.

Pero si alguien me pregunta, yo no entraría ni a dar los buenos días en Moncloa sin tener atada una investidura monocolor, una mayoría parlamentaria estable y, por lo menos, dos presupuestos garantizados. Lo demás es jugar a la ruleta rusa con cuarenta y siete millones de personas. Y creo que ya hemos tenido bastante circo para una generación.