Cataluña

Batalla final del «aznarismo» y el «marianismo»

Las dos almas del PP se cruzan en la segunda vuelta de las primarias. Sáenz de Santamaría prioriza la tecnocracia frente a Casado que defiende que sin principios un partido está condenado al fracaso.

Batalla final del «aznarismo» y el «marianismo»
Batalla final del «aznarismo» y el «marianismo» larazon

Las dos almas del PP se cruzan en la segunda vuelta de las primarias. Sáenz de Santamaría prioriza la tecnocracia frente a Casado que defiende que sin principios un partido está condenado al fracaso.

La batalla final del Partido Popular se va a librar en una pugna entre posibilistas e ideologizados: simplifiquemos así para mejor entenderlo. Las dos almas del centro derecha han persistido siempre en un complejo equilibrio interno. ¿Marianismo frente a aznarismo o aguirrismo? La formulación de Soraya Sáenz de Santamaría ha resultado simple: el PP es un partido institucional de gobierno, que no hace ascos a la tecnocracia, y cuya premisa pasa por fijar estrategias sin aristas para el adversario y por conquistar el voto de los ciudadanos poniendo en valor su capacidad de gestión. Prioriza, por tanto, un partido de cuadros que puedan, a través de sus propuestas, ganarse el favor de los votantes, antes que un partido de formación clásica, tal como ha sido históricamente el PP, con centenares de miles de militantes repartidos por toda España que hacen de correa de transmisión de sus líderes con los votantes cuando llega la hora electoral.

Esa apuesta ha llevado a los sorayos a cabalgar en esta carrera sobre una máxima: «Poder sí o Poder no». La teoría, sencilla y directa, tiene desde luego su encanto, sobre todo en la vertiente económica, que es, tras unos años complicadísimos de crisis, de lo que más y mejor puede presumir el Gobierno de Mariano Rajoy. Eso sí, la pérdida de identidad ha llevado a sus siglas a una acelerada sangría de votantes, ya materializada en casi 4 millones.

Sáenz de Santamaría basó precisamente su etapa como vicepresidenta en consolidar a la especie política de los tecnócratas, esos altos funcionarios a menudo demasiado alejados del terreno real, llegados al Gobierno o sus aledaños bajo su manto protector, frente a los políticos al uso. A ella, que despachaba a diario con el presidente, le han achacado una legión de dirigentes populares parte de la responsabilidad de la poca «piel» con la calle -aquello de la gobernanza «sin alma»-, y también haber «pasado» de su partido en los asuntos más espinosos para evitar pagar facturas.

Soraya Sáenz de Santamaría se ha forjado en beneficio propio una imagen mediática de mujer trabajadora, moderna y tolerante. La ex número dos ha sabido explotar los eslóganes y gozar además de la protección de poderosos «aparateros» como Javier Arenas, que llegada la hora ha puesto Andalucía en su mano.

Y es que esa forma de confundirse en el paisaje con la izquierda y con sus a menudo sugerentes mantras, incluido el afán por aplacar a los secesionistas a base de mano tendida, estrategia tan confusa como pragmática, es impugnada de plano por Pablo Casado, convencido de que sin los principios y valores clásicos cualquier opción política está condenada, más tarde o más temprano, a su desaparición. Él puede venderse, principalmente por su juventud, como el rostro de la renovación e incluso de la integración. Su talante, además de su edad, le permite dar una imagen moderada sea cual sea el tema que trate y, por ello, puede ser contundente tanto en el fondo como en las formas sin que se le considere «ultra». Asunto éste que no es baladí en la política.

Casado ha logrado llevarse bien con Rajoy, por quien hubo de dar la cara en muchas ocasiones cuando arreciaban los escándalos de corrupción mientras otros se escondían, pero también con José María Aznar, su padrino político, de quien fue jefe de gabinete en FAES. Así que puede presumir de haber cabalgado con éxito en las dos almas del PP, tantas veces enfrentadas y en tantísimas ocasiones sin que consiguiesen un diálogo fluido entre ellas, a pesar de militar en el mismo partido.

Aún así, durante este proceso, ha sido señalado como un tapado de Aznar, también por atender entre bambalinas a los consejos de Carlos Aragonés, otrora jefe de gabinete del ex presidente en La Moncloa, o un «viejoven», en el que se conjugaría, a ojos de sorayos de pro, esa renovación por su edad con premisas del pasado. Las andanadas de propios y extraños le han permitido configurarse como el candidato anti-establishment. Una circunstancia particularmente atractiva en los tiempos que corren. Obstinado, inflexible y con tan buena planta como crudeza en la oratoria, Pablo Casado ha demostrado tanta o más ambición como Soraya Sáenz de Santamaría.

Es obvio que los caminos de Casado y de Sáenz de Santamaría sólo pueden divergir. El ex vicesecretario de comunicación, fajado en mil y una tertulias de televisión, no ha tenido nunca empacho a la hora de hacer bandera del liberalismo, bajadas de impuestos incluidas, de las libertades, la unidad de España y la Democracia, particularmente en el País Vasco y Cataluña, de comprometerse en la defensa de la familia y de la vida, así como de renegar abiertamente de los tópicos impuestos por una izquierda que expresa, según qué temas, un clara superioridad moral sobre el centroderecha.

La prioridad de Casado pasa por recomponer un proyecto regenerador impulsando una renovada ilusión a través de las ideas que han levantado el PP de siempre. Desea la autenticidad, sin tapujos ni veladuras, nada de meras imitaciones, manteniendo la memoria, y considera representar, sin medias tintas, la última oportunidad para convencer a los españoles de que su partido sigue siendo la mejor opción política de gobierno.

¿Qué alma se impondrá en el Congreso del 20 y 21 de julio? Soraya Sáenz de Santamaría y Pablo Casado, y sus respectivas facciones en pugna por el liderazgo, prometen dar la gran batalla para llevarse, incluso casa por casa, territorio por territorio, cada compromisario del próximo Congreso Nacional.