Jorge Vilches

Un caudillo, una militancia

Las bases han convertido a Sánchez en un caudillo que con tan solo siete millones de votos quiere cambiar el orden constitucional por la puerta de atrás

El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, vota en la consulta a la militancia del PSOE
Pedro Sánchez vota en una consulta a la militancia en 2019Jesús HellínEuropa Press

El plazo largo pedido por Feijóo para la investidura no va a ser tan inútil como algunos creen. Está siendo un tiempo para mostrar las grietas del PSOE, sus contradicciones y vergüenzas. La más reveladora es que Sánchez tiene las horas contadas si no consigue gobernar. Habrá un idus de marzo como nunca en nuestra historia. Muchos socialistas que ahora beben sus vientos y besan la moqueta que Sánchez pisa le darán la espalda.

Las vergonzosas declaraciones del presidente del Gobierno en la ONU, humillándose e insultando el Estado de Derecho, muestran que está contra las cuerdas. La amnistía lleva acordada desde agosto, como desveló Junqueras. Eso supone que hay un documento con firmas o una grabación que un despechado o chantajista Puigdemont puede filtrar a la prensa cuando quiera. El engendro legislativo de la amnistía quedaría al descubierto y el cataclismo sería considerable.

Sánchez es hoy un político atrapado, con poco margen de maniobra por su sectarismo, ambición y contradicciones. Es prisionero de la hemeroteca, claro, pero también de los informes elaborados por su Gobierno para conceder en 2021 el indulto a los golpistas, donde se decía que la amnistía es inconstitucional. Sánchez vive, además, oyendo el mismo ruido de sables de 2016, aquel que chapuceramente le defenestró. Sabe que si no forma gobierno se acabará su historia porque los viejos socialistas irán a por él usando su prensa. De ahí su humillación con la amnistía. Mejor una hemeroteca dolorosa que un impeachment.

No obstante, todos, tanto los viejos socialistas como los sanchistas, son responsables de la deriva del PSOE, de su conversión en un partido que, lejos de traer gobernabilidad y sosiego, es sinónimo hoy de conflicto e inestabilidad. El caudillismo de Pedro Sánchez se fundamenta en el apoyo ciego de una militancia extremista, que siempre traga feliz, y en la alianza del PSOE -salvo el paréntesis de 1977 a 2000- con los enemigos de la derecha española, ya sean comunistas, nacionalistas, golpistas o exterroristas.

Lo primero, el apoyo de la militancia, ha permitido que Sánchez se haga con todo el poder en el PSOE. Para esto contó con el silencio cómplice de los viejos socialistas, atacados por esa enfermedad que es el patriotismo de partido. Fue así cómo Sánchez se convirtió en un caudillo desde 2017, pervirtiendo las primarias, eliminando el control interno, cambiando direcciones territoriales a su antojo, y conformando las listas electorales. Convirtió al partido en una extensión de su persona, no en la expresión de unos principios socialdemócratas y constitucionalistas.

El cebo para que este plan caudillista fuera aceptado por el PSOE fue el poder, alcanzarlo como fuera y no soltarlo jamás. Tras varios gatillazos electorales Sánchez se lanzó en brazos de los enemigos de su enemigo; esto es, de independentistas y podemitas. Cabe recordar que en 2015, Sánchez sacó 90 diputados, 20 menos que Rubalcaba en 2011. Y al año siguiente bajó más, quedando en 85, el peor resultado del PSOE en la historia democrática. Entre este fracaso de 2016 y los 123 diputados de abril de 2019 media el cambio de estrategia, la unión con los rupturistas. Lo importante no ha sido el medio, esa alianza peligrosa para la libertad y la convivencia, sino el fin, disfrutar del poder.

Los socialistas han permitido que Sánchez se convirtiera en un caudillo apoyado en una militancia enfervorizada, que con tan solo siete millones de votos quiere cambiar el orden constitucional por la puerta de atrás. Y lo que es peor, apoyado en una ideología, la nacionalista, arcaizante y liberticida, supremacista y rupturista. La semilla la plantó Zapatero y casi todos los viejos socialistas callaron y siguieron votando a su iglesia laica, el PSOE. Han conseguido la tríada completa: un caudillo, una militancia, un partido, bajo la disciplina y la jerarquía. Este PSOE ha metido a la democracia española en un hoyo del que va a ser muy difícil salir.