PSOE
Ciudadano Sánchez
El discurso de Pedro Sánchez quería romper con una trayectoria y escenificar un advenimiento. Pasar de la nada a querer ser el todo sin solución de continuidad ni táctica que la aguante. Los vaivenes de quien no tiene un proyecto claro ni definido para España salvo sacar al PP de las instituciones (vago e insuficiente si tu fin es dirigir la nación) se ejemplifican en actos como el de ayer, donde advertí una sibilina estrategia de mimesis con una de las formaciones que más está dando que hablar en el mosaico mediático social español.
Cuando diferentes encuestas e informes aprueban, por ejemplo, las actuaciones de Ciudadanos en las negociaciones para constituir ayuntamientos y asambleas autonómicas y otorgan a su líder la mejor valoración de todos los políticos, en Ferraz advierten de la necesidad de acercarse, en método, forma y eslogan, a los postulados de la formación naranja.
Cuando uno lee «El cambio que une», frase con la que se abrió ayer a la concurrencia la candidatura de Sánchez a las generales, a uno le viene a la mente ese cambio sensato que en el partido de Albert Rivera tan buenos réditos está dando. E incluso parecía que estábamos asistiendo a cualquiera de los actos de Carolina Punset, Begoña Villacis o Ignacio Aguado en las elecciones del 24-M, cuando oíamos de boca del máximo dirigente de Ferraz (ahora que parece que Susana se pone de perfil) decir que sus máximos enemigos son el paro y la corrupción: «Dos desafíos que me comprometo a erradicar», dijo. Hago un paréntesis: si uno erradica un desafío personal, elimina el reto que lo empuja, por lo que el problema seguirá. Hubiera sido más pertinente hablar de problemas o cuestiones.
A todos nos llamó la atención –la falta de costumbre en un partido que hace tiempo decidió alejarse de su apellido de cierre– esa escenografía tan yanqui de candidato y bandera detrás. Pertrecharse tras la enseña de todos es un ejercicio efectista, que suma más que resta, y que pocas veces ha sido explotado en un PSOE que no ha sabido conjugar desde la Transición el apego a unos símbolos con la defensa de sus principios programáticos. De ahí que ayer, el ciudadano Sánchez intentara remediarlo, usando y abusando de la palabra España y españoles. «Por una España que es más que un territorio, por una España que es más que un lugar en la ancha geografía del mundo, por una España que es una idea, una idea de igualdad, de libertad, de fraternidad, una forma de convivir plurales y unidos».
Lo que sucede es que, en política, la coherencia es una virtud pagada a golpe de voto, donde el ciudadano mira con lupa si el relato y la acción van de la mano, formando una cadena creíble de garantía personal. Al mismo tiempo que Sánchez habla de descrédito general y apelaba a la unidad, muchos recordamos cómo ese mismo líder que deseaba encabezar hoy portadas nacionales bajo la enseña constitucional, ha permitido que en la Comunidad Valenciana su partido pacte con nacionalismos ajenos a esos valores de unidad; cómo en Pamplona o Vitoria se ha puesto de costado para que, quienes han hecho del odio su mejor virtud, gobiernen. El mismo partido que ha abrazado el discurso separatista en Cataluña cada fin de semana, incluso cuando llegó a Gobernar la Generalitat no hace tanto tiempo.
De ahí que pasara de puntillas sobre el tema: «Durante las próximas semanas echarán a andar los nuevos gobiernos autonómicos». Ahí se quedó, para dar paso a una verborrea patriótica como hace tiempo no se recordaba entre las hordas de Iglesias (el fundador): «Ser patriota es un valor exigente. Porque es querer que la historia de tu país discurra por la senda de la prosperidad y de la libertad de sus ciudadanos». La patria, junto a conceptos como exigencia y diálogo, sobrevolaron en los papeles de Sánchez, no sabemos si movido por honrar los ideales de quienes fundaron un partido de clase o para satisfacer voces interna que clamaban un rumbo definido. Sí, ese mismo partido del ciudadano Sánchez, que ahora reivindica cambio y habla de la fuerza que nos une, pero cuyo liderazgo están aún por ver y comprobar. Sobrepasado por la izquierda por el populismo y por el centro izquierda por el pragmatismo, el PSOE ha elegido un nuevo rumbo: el de presumir de lo que un día muchos creían que abanderaba pero en realidad abandonó: la defensa de una España plural donde se respetaran los derechos de todos. Atento el lector a la siguiente frase: El PSOE nació «para que todos compartiéramos la misma historia». Un aserto que evidencia que no ha leído muchos libros de Historia en ciertas regiones de la España que pretende gobernar.
La repetición mitinera bajo el formato titular fue otra de las constantes: «Decimos No a más bancos que desahucian. No a más salarios de escándalo...», De nuevo, el efectismo de una política en otro tiempo efectiva, aunque es de destacar ciertos guiños respetables, como la defensa que hizo del legado del 78: «No estoy de acuerdo con quienes pretenden deshonrar a nuestros padres para honrar a nuestros abuelos». Un discurso de mínimos para encabezar una España de máximos, donde la falta de preparación, el miedo y la crispación han llegado a las instituciones. Harían bien en Ferraz en no mirar tanto a los lados, para ver quien le adelanta en crédito y sensibilidad, y preguntarse por qué llevan desapareciendo desde 2007 del mapa cognitivo, visual y sentimental de muchos españoles.
*Director de La Fábrica de Discursos
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