La amenaza yihadista

Cómo luchar con una narrativa épica como las de los videojuegos

Es necesario desarticular el mensaje yihadista desde el propio Islam

La Razón
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Es necesario desarticular el mensaje yihadista desde el propio Islam.

Tras los atentados cometidos en Barcelona y Cambrils por la célula del 17-A, ya nadie puede dudar de que Daesh es una organización terrorista que emprende una lucha genocida contra todo aquel que defienda el Estado de Derecho y los Derechos Humanos. Amparados bajo una lectura del Islam absolutamente tergiversada y descontextualizada, los terroristas buscan implantar una forma de vida medieval donde están prohibidas, entre otras muchas cosas, dos de las esencias del mundo libre: la libertad de expresión y la libertad individual. Lo paradójico es que, para conseguir alcanzar ese objetivo, los terroristas que rinden pleitesía a Abu Bakr al-Baghdadi necesitan de la tecnología del siglo XXI.

Daesh es el actor del actual panorama internacional que mejor ha sabido aprovechar los avances de las tecnologías de la información y la comunicación. Siendo consciente de que libra una batalla asimétrica, ha sabido explotar las vulnerabilidades de un mundo interconectado y utilizar el ciberespacio para ganar la batalla por las mentes y los corazones de multitud de jóvenes a lo largo y ancho de todo el mundo.

La organización terrorista está presente en internet y difunde desde manuales con instrucciones para auto-radicalizarse y elaborar explosivos, hasta videos de execrables atrocidades y torturas. Daesh está en todas las redes sociales e invita a sus seguidores a emular sus matanzas. Podríamos decir que practica una especie de política de «creative commons» mediante la cual permite a cualquier individuo con deseos de atentar, poder realizar una formación exprés. Asimismo, ha creado sus propias revistas de propaganda, Dabiq y Rumiyah, tiene su propia agencia de medios y varias productoras de vídeos en diversas lenguas.

John Brennan, quien fue director de la Agencia Central de Inteligencia de EEUU, aseguraba que las nuevas tecnologías ayudaban a grupos como Daesh a coordinar operaciones, atraer nuevos reclutas e inspirar a simpatizantes en todo el mundo a actuar en su nombre. A través de su sofisticado aparato de propaganda en el ciberespacio, Daesh es capaz de convencer a jóvenes como los que han perpetrado los recientes atentados en Barcelona para unirse a su proyecto genocida, con la promesa de que participarán como mártires en un capítulo fundamental de la historia humana, aquella que ya mencionaba uno de los líderes ideológicos de este terrorismo de etiología yihadista, Sayyd Qutb en su libro-manifiesto Milestones: «Es necesario revivir el Islam. Para alcanzar el liderazgo de la humanidad, debemos tener algo que ofrecer además del progreso material, y esta otra calidad sólo puede ser una fe en una sociedad musulmana».

Quien se adentra en los cauces de captación de Daesh encuentra una narrativa épica, similar a las de los videojuegos de última generación, que invita a ser el protagonista de la batalla definitiva por la reconquista de un mundo que Occidente ha corrompido y transformado en una sociedad nihilista, pecadora y desviada. La organización terrorista ofrece a sus acólitos una falsa causa cultural-religiosa por la que luchar y morir. La promesa de ser Mujahedeen da sentido a las vidas de estos jóvenes y les hace sentirse héroes, defensores de un discurso religioso tergiversado y alterado que sienten como propio.

Un ejemplo perfecto de lo descrito hasta ahora, lo podemos encontrar en la célula del 17-A: el imán Abdelbaki Es Satty fue capaz de dotar de sentimiento de pertenencia e identidad a los integrantes del grupo. Por un lado, les garantizaba a estos jóvenes la respuesta a una necesidad biológica y cultural de afiliación; a través del odio, la venganza les ofrecía la pertenencia a un grupo que les reconocía como suyos, como soldados. Por otro lado, les hacía creer que estaban inmersos en una batalla y que no existía mejor muerte que aquella que fuera retransmitida en todas las cadenas del mundo. Todo ello les impulsó a cometer un nuevo atentado que ya es parte de nuestra historia y que España jamás olvidará.

Para intentar conseguir que esto no ocurra de nuevo debemos de plantearnos y replantearnos muchas cosas.

En primer lugar hemos de comprender que la pérdida de territorios por parte del Daesh a consecuencia de la presión ejercida por la Coalición Internacional no significa que la organización terrorista este cercana a la derrota, sino todo lo contrario. El hecho de no tener que preocuparse por gestionar un pseudo-califato permite a la organización volver a centrar todos sus esfuerzos y toda su atención en la comisión de atentados. A día de hoy, el Daesh puede ser incluso más dañino de lo que fue mientras estaba ocupado en expandir sus territorios por Siria e Irak.

Esto nos obliga a hacer una autocrítica constructiva de cara a localizar los fallos que existen en la arquitectura de inteligencia y seguridad a nivel europeo y español. Ante una amenaza tan líquida, la compartimentación de la inteligencia ya no es algo que tenga justificación. Se requieren reformas y éstas no pueden demorarse más en el tiempo porque el número de víctimas inocentes a consecuencia del terrorismo cada vez se hace más grande.

En segundo lugar, para prevenir que nuestros jóvenes apuesten por tomar el camino envenado del Yihad que Daesh les ofrece, es necesario desarticular el mensaje yihadista desde el propio Islam. Son necesarias unas políticas anticipativas como las que se aplican en la cuidad de Villvoorde, en Bélgica. Este enclave era un punto caliente yihadista en 2014 pero, desde 2015, ya no lo es porque las instituciones han creado un departamento específico de desradicalización donde toda la sociedad en su conjunto participa. Se trata de un proyecto piloto que ya está dando sus frutos. Basta recordar que se negaron a dar trabajo a Abdelbaki Es Satty tras observar su comportamiento sospechoso.

Tenemos la necesidad y la obligación de elaborar una contranarrativa potente que articule un discurso desde las ideas, desde la palabra. Nuestro sistema de vida debe de ofrecer una paleta de valores lo suficientemente profunda y rica como para que los jóvenes no caigan en la trampa de Daesh.

En tercer lugar, hemos de luchar contra la financiación del terrorismo. La primera medida que hemos de tomar no es implementar mayores medidas destinadas al banqueo de capitales –que también–, sino reconocer que existen intereses económicos que fuerzan a nuestros gobiernos a mantener relaciones estables con países que sabemos a ciencia cierta que apoyan corrientes extremadamente radicales dentro del Islam o que financian, consciente o inconscientemente, directa o indirectamente, a multitud de grupos terroristas. Si no reconocemos que tenemos un grave problema en este ámbito, estaremos haciéndonos una trampa al solitario y nunca conseguiremos acabar del todo con la amenaza terrorista.

En cuarto lugar, si sabemos que Daesh implementa una estrategia de ataque sumamente letal que combina el ataque a nuestras infraestructuras críticas -aeropuerto de Bruselas, red de metro de Londres- con el ataque a nuestras infraestructuras sensibles –sala Bataclán, sala Reina, Las Ramblas–, esto es, los lugares simbólicos de nuestras ciudades, hemos de adaptar nuestras ciudades para hacerlas más seguras y más resilientes. Para conseguirlo no hemos de limitarnos a llenar la cuidad de bolardos. Desgraciadamente estos elementos arquitectónicos no tienen la capacidad de acabar con el terrorismo. Hemos de ir más allá. Nos toca ponernos a trabajar a nivel multidimensional y a pensar con mayor profundidad y finura.

En quinto y último lugar, nos urge comprender de una vez por todas que el terrorismo de etiología yihadista no es algo que se encuentre alejado de nosotros o pertenezca a la ciencia ficción. Es una amenaza muy real que ha segado la vida de 16 personas que tenían todo el futuro por delante. Toda la sociedad al completo debe participar en la lucha contra el terrorismo. La forma de hacerle frente exige medidas multidisciplinares y multidimensionales que se mantengan en el largo plazo. En esta lucha todos podemos aportar algo, ya sea luchando contra la radicalización y la xenofobia o apoyando a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Cada uno de nosotros tenemos que reflexionar y analizar qué podemos aportar. Lo que está claro es que ya no vale preocuparse, toca ocuparse.