Congreso de los Diputados

«Como no podía ser de otra manera»: la frase más repetida en el Congreso

Confesiones de las taquígrafas y estenotipistas que también «votaron» en la moción de censura

Milagros Cabezalí (taquígrafa) y Gloria Canencia, (estenotipista) en el hemiciclo
Milagros Cabezalí (taquígrafa) y Gloria Canencia, (estenotipista) en el hemiciclolarazon

Confesiones de las taquígrafas y estenotipistas que también «votaron» en la moción de censura.

«Descomponen cada palabra en sus sonidos elementales; trazan los signos correspondientes, y dividen la atención entre lo que oyen, lo que escriben y lo que luego traducirán». Así definía Eduardo García Bote, taquígrafo de principios del siglo XX, el trabajo de los taquígrafos parlamentarios. A 170 palabras por minuto las taquígrafas y estenotipistas del Congreso de los Diputados recogen la historia parlamentaria de España. En sus cuartillas cifradas y su estenotipia reproducen todo lo que han oído y lo que no, lo averiguan. Han pasado estos días más de 12 horas tecleando sin parar. En total, 173 páginas del Diario de Sesiones de la moción de censura que el líder de Podemos, Pablo Iglesias, presentó contra el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. Aunque confiesan que han tenido sesiones parlamentarias más largas, tanto en otros plenos como en comisiones.

En la era de la digitalización, aunque alguien se pregunte el porqué de su trabajo, subrayan que es «imprescindible», porque sin él «no habría constancia fedataria de lo que sucede en las sesiones de Pleno y de Comisión». Son una especie de notarias de la oratoria parlamentaria.

Milagros Cabezalí lleva 36 años en el Congreso de los Diputados, 21 como taquígrafa; y Gloria Canencia, jefa del Departamento de Redacción del Diario de Sesiones y estenotipista, 31. Forman parte del Cuerpo de redactores taquígrafos y estenotipistas de la Cámara Baja en el que, a día de hoy, solo hay un hombre, Alberto.

Milagros creció viendo los símbolos convencionales de la taquigrafía desde que era niña. Su padre y su abuelo también fueron taquígrafos, este último en el Congreso. «Mi padre era profesor de taquigrafía. Somos cuatro hermanos y en cuanto cumplíamos los 14 años ya sabíamos que nos tocaba clase de taquigrafía». Su hermano fue taquígrafo parlamentario antes que ella y, aunque dos de sus hermanas no se han dedicado a ello, confiesa que sí que lo empleaban sobre todo para coger apuntes cuando estudiaban. Gloria conoció la profesión a través de su hermana, que también trabaja en el departamento.

En la mesa central del hemiciclo siempre hay dos. «Ahí te está entrando por la piel realmente lo que está pasando. A veces, incluso, «estoy mirando hacia atrás mientras escribo para ver lo que está pasando», indica Gloria. «Somos como una especie de máquina en tres dimensiones», dice Milagros. Trabajan en «rueda», coordinando en un solo documento el trabajo de cada una. Un turno de cinco minutos en sala equivale a 50 minutos de trabajo posterior en el despacho transcribiendo, redactando y contrastando la información recogida. Cinco minutos de discurso dan lugar a tres o cuatro folios de transcripción. Además «hay que ir a contrarreloj» y evitar lo que denominan «horno» que es llegar a la hora de entrar de nuevo a sala sin haber terminado lo anterior. «Como es tan complicado el trabajo desde el punto de vista psicomotriz y tienes que estar atento a tantos estímulos, es conveniente traducirlo inmediatamente después de haber sucedido», destaca Milagros. Un trabajo en equipo en el que se pone todo en común. En el otro turno, rotan cada 30 minutos en sala y su misión será la de supervisar el trabajo de las seis taquígrafas o estenotipistas que han ido entrando cada cinco minutos. «Nuestro horario es especial, va con las sesiones» y es típico verlas comer un sándwich sin un horario fijo para ello.

¿Pero se escribe la literalidad? «Se hacen las correcciones imprescindibles, pero necesarias, para adaptar el lenguaje oral al escrito», destaca Gloria. «No puedes hacer el discurso por el orador. Si este es reiterativo, así tiene que quedar reflejado. El orador se tiene que reconocer en su estilo». De ahí que en el Diario de Sesiones aparezca reflejado el «cuanto peor, mejor para todos... cuanto peor para todos, mejor; mejor para mi –el suyo- beneficio político», que pronunció Mariano Rajoy. O el «formenteranos» y no «formenterenses» de otro diputado o, el Sole Turá de Pablo Iglesias con acento en la «a».

Lenguaje más coloquial

Con el paso de los años, reconocen que ha ido cambiando el léxico de sus señorías. «Ahora es mucho más directo, más coloquial, se cogen cantidad de arquetipos de la calle, otros se inventan palabras...», aseguran. Las palabras inventadas que no vienen en la Real Academia Española (RAE) se ponen en cursiva, las que tienen una doble intencionalidad entre una sola comilla. Un orador, en comisión dijo esta semana «la ley no tiene desenvolvido el artículo 75 de la constitución», cuando lo correcto sería «desarrollado». Pero ese fallo se corrige a no ser que tenga repercusión en el debate parlamentario. «Hay que mantener su estilo, pero hacer que sea inteligible», subrayan.

Charles Dickens, poemas de Francisco de Quevedo o Antonio Machado, fueron algunas de las citas a las que recurrieron los oradores en la moción de censura. Pero al quedar reflejado para la posteridad, «no basta con escucharlo hay que comprobar que la cita no haya sido un lapsus del orador». Así que contrastan que lo dicho es correcto para no conducir a error a quien lo lea. En ocasiones, incluso, llaman al diputado para que les aclare algo.

Hay políticos que hablan muy rápido, aunque destacan que la dificultad está más en cómo estructure el orador su discurso. «Hay oradores muy rápidos con una claridad mental tremenda, otros a lo mejor van a 130 palabras por minuto pero dejan frases sin terminar, eso es mucho más complicado», cuentan.

Entre las pesadillas recurrentes debido al grado de estrés está la de soñar que se les borran las hojas, que les desaparecen las cuartillas o llegan a la comisión sin ellas. Eso sí, van siempre provistas de dos bolígrafos, si no, «se lo pediríamos a un diputado si hiciera falta», cuenta entre risas Milagros. También en alguna ocasión el rollo de papel de la estenotipia o las teclas se han encasquillado. Tienen que estar muy pendientes de la actualidad política, al tanto de las tertulias porque cualquier comentario del orador puede hacer referencia a ello y tienen que saber de qué se está hablando.

Una de las frases más repetidas por los diputados es «como no podía ser de otra manera», y las palabras más difíciles de transcribir son las técnicas: comisiones de Sanidad en la que se citan virus, bacterias, fármacos. Recuerdan la comisión de las vacas locas, la de energía nuclear, Fomento o Defensa como algunas de las más complicadas.

Todos los miembros del Cuerpo de taquígrafos y estetonopistas del Congreso coinciden en una cosa: el orgullo de estar presentes en la historia, siendo parte de ella y relatándola.