40 años de la Constitución
Como Pórtico de la Gloria, por Alberto Núñez Feijóo
A veces sucede que los poetas expresan mejor que nadie el sentimiento de un pueblo porque logran condensar en palabras muchas emociones dispersas
A veces sucede que los poetas expresan mejor que nadie el sentimiento de un pueblo porque logran condensar en palabras muchas emociones dispersas. Antonio Machado y Blas de Otero expresaron una profunda frustración ante las oportunidades perdidas por nuestra nación. Tanto la advertencia amarga al «españolito» que viene al mundo, como la referencia a la «desesperada España», expresan la idea de que este país es una historia que nunca tiene un final feliz. Muchos españoles crecieron con la trágica convicción de que cualquier periodo de libertad era sólo un paréntesis. Valga esta introducción para hacer hincapié en una consecuencia de la Constitución que no debiéramos desdeñar. La Carta Magna de la España democrática nos proporciona un marco de libertades, derechos y deberes, situándolo al margen de vicisitudes políticas. No es desde luego un logro baladí. Pero hay algo más que afecta a nuestra mentalidad, a nuestro carácter y a nuestro orgullo colectivo. Pasados cuarenta años ese tramo de convivencia en libertad ya no es un paréntesis efímero, sino la normalidad. Hemos roto el maleficio y demostrado que el español no tiene una anomalía congénita que lo condena a sucesivas decepciones históricas.
En el caso de Galicia el autogobierno tanto tiempo anhelado no se logra contra España, sino en España y con los demás territorios españoles. El galleguismo culmina su tarea teniendo de aliado a la democracia española y al mismo tiempo la España democrática cuenta en Galicia con un bastión tan leal como exigente. El Estado negador de la pluralidad deja su paso a un Estado constitucional que la promueve y ampara. De acuerdo con la Constitución de 1978 las comunidades autónomas son Estado y tienen el derecho y el deber de contribuir a conformar la voluntad colectiva. Así lo viene haciendo el autogobierno gallego.
A la hora de conmemorar el aniversario de la ley de leyes se puede hacer hincapié en la necesidad de su reforma o aprovechar la efemérides para glosar virtudes que van más allá de su articulado concreto. Me inclino por esto último. Creo en reformas que respeten los valores que rezuma el texto constitucional, al tiempo que desconfío de aquellas que ocultan intentos de debilitar el orden democrático, romper la unidad y fomentar las dos Españas que causaron la desesperación de Antonio Machado. La Constitución ha sabido encauzar las discrepancias mediante la tolerancia hacia las opiniones ajenas. El monumento gallego por antonomasia, nuestra Constitución en piedra, es la catedral de Santiago y su conjunto más sublime es el Pórtico de la Gloria. Tras un largo periodo de estudio y trabajo se inauguró en fechas recientes su recuperación. Las imágenes recobraron su colorido original y ese diálogo que mantienen volvió a su primitivo esplendor. Recuperar en toda su plenitud el espíritu constitucional debiera ser la tarea prioritaria de los demócratas. Buena parte de las incertidumbres que nos acechan podrían resolverse con la ayuda de aquel talante que hizo posible una libertad sin ira y estos 40 años de fecunda convivencia. Que así sea.
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