Podemos

Con Iglesias hemos dado

La Razón
La RazónLa Razón

En el cuarto centenario de la muerte de Cervantes, abrir un artículo con una cita de El Quijote, viene al pelo. En el capítulo 9 de la segunda parte, cuando Don Quijote y Sancho entran de noche cerrada en El Toboso en busca de Dulcinea, avanzan a tientas hasta que topan con la Iglesia principal del pueblo. Y es entonces cuando el Ingenioso Hidalgo exclama aquello de: «Con la iglesia hemos dado, Sancho». A lo que el temeroso escudero responde «Ya veo, y quiera Dios que no topemos con nuestra sepultura, que no es buena señal andar por los cementerios a tales horas».

La cita que da título a este artículo viene muy a cuento porque, como es obvio, los españoles, andábamos a tientas en la oscura noche de la política sometidos a la casta y hemos tenido la inmensa suerte de dar con Iglesias que es el que nos ha hecho descubrir la luz. Y es que Iglesias, cuya figura nos recuerda a Jesucristo tal y como aparece en la imaginería católica tradicional, se ha convertido en el nuevo mesías de la política. O al menos eso es lo que él se cree a pies juntillas. Por eso le resultan intolerables las críticas, especialmente cuando vienen de una prensa a la que denosta abiertamente.

Ese ramalazo totalitario de Iglesias con ser inquietante no lo sería tanto si no tratara de ocultarlo bajo las ínfulas de una falsa intelectualidad. Recordemos que el divino Iglesias se mofó abiertamente de un periodista señalando que aunque tiene aspecto de epistemólogo, es decir de filósofo, es decir de intelectual, en realidad no era más que un vulgar periodista vendido al oro de su sueldo, un mercenario que escribe lo que le dictan sus pagadores. Y no contento con eso, cuando todos los periodistas indignados abandonaron la sala, el mesías les respondió que no habían entendido nada –claro, sólo eran periodistas con pinta de epistemólogos– ya que sus andanadas contra la canallesca se justificaban plenamente porque se trataba de un «acto académico», a la sazón la presentación de un libro que exalta el populismo, es decir: el todo vale en política, eso sí siempre y cuando sea de izquierdas.

A toro pasado no voy a entrar en la crónica de tan bochornoso episodio, pero me parece indispensable subrayar un aspecto de la impostura «eclesiástica» que ha pasado desapercibido. Y es el hecho de que en su prepotencia nuestro nuevo mesías trató de justificar lo indefendible con el argumento de que se encontraba en un acto académico en el templo de la inteligencia –Unamuno dixit–. Lo que no recordó es que fue en esa universidad en la que no hace muchos años organizó un escrache a Rosa Díez, a la que llamó fascista. Fin de cita.

Iglesias añade el cinismo a la vileza cuando se escuda en su inexistente dimensión académica ya que en Podemos el único académico profesional es Juan Carlos Monedero, que ha hecho un doctorado en Heidelberg y ha escrito el único libro interesante del Movimiento podémico: «El gobierno de las palabras». Sin duda Iglesias le da cien vueltas políticamente hablando a Monedero y es cien veces mejor comunicador que él, pero académicamente no le llega a la suela del zapato aunque utilice términos como «epistemólogo» tomado de una intelectualidad que ha vislumbrado de oídas, como cuando evidenció que no se había leído a Kant en su vida. Aunque con su verborrea ocurrente y ágil, y sus evidentes dotes dialécticas pueda esconder su incultura de forma muy aparente. Iglesias ha escrito artículos ocurrentes, y algún libro oportunista, y domina el chascarrillo más o menos gracioso, pronunciado siempre, eso sí, con una prepotente sonrisa de perdonavidas. Pero no es hombre ni de ideas ni de cultura profundas. Insisto, no por falta de dotes intelectuales, sino porque se ha dedicado a otra cosa. Por lo demás no es ni original, ya que hasta el nombre Podemos se lo copió a Obama que fue el primero que inventó aquello del «Yes, we can».

Lo que sí es Iglesias es un político dispuesto a todo por hacerse con el poder caiga quien caiga. Y ahí desgraciadamente «nihil novum sub sole», ya que lo normal es que la ambición política acabe no ya con la mosca cojonera de la libertad de expresión, sino de rebote con el pensamiento y al final con la inteligencia, burdamente reemplazada por la propaganda y las técnicas de comunicación vaciadas de cualquier contenido. Recordemos que la Revolución soviética fue obra de intelectuales como Lenin, Kámenev y sobre todo Trotsky, que era el único que lo había leído todo y por eso además de revolucionario era un excelente crítico literario que protegió al gran Mayakovski, el mejor intelectual de la Unión soviética, al que admiraba profundamente. Por eso en la Revolución rusa casi todo lo inventó Trotsky. No sólo los soviets, sino que fue el artífice de las revoluciones de 1905 y 1917 y creó hasta el ejército rojo que permitió al nuevo régimen bolchevique ganar la guerra civil contra el ejército blanco. En resumen, que de no haber sido por Trotsky no habría habido revolución en Rusia.

Pero al final ¿quién se llevó el gato al agua? El más burro, el que fue desasnado gracias a que estudió para cura en el seminario al que le llevó el pope de su pueblo: Stalin. El único de los revolucionarios bolcheviques que no era intelectual. El más inculto... y el más despiadado, porque fue acabando –físicamente– uno por uno con todos los revolucionarios de la primera hora en las purgas que llamó púdicamente procesos de Moscú. Tan implacable era que mandó al catalán Ramón Mercader a México para que le clavase un piolet en la cabeza a Trotsky en su casa de Coyoacán. Porque nunca pudo perdonarle que a diferencia de él fuera un verdadero intelectual.

Yo no soy periodista, aunque tengo el privilegio de venir escribiendo artículos de opinión desde hace casi dos décadas en diferentes periódicos. Y en mi amateurismo periodístico me he dado cuenta de que la prensa sigue siendo el bastión de la democracia. Porque como escribía Beaumarchais «sin la libertad de criticar no hay elogio halagador».

*Catedrático de Historia del Derecho De la Universidad Rey Juan Carlos