El Rey abdica
Con los nuevos tiempos
Nuestra Corona, una de las grandes monarquías europeas, se sustenta en tres hechos: la Historia, la Constitución y la voluntad del pueblo español
Lo primero que hay que tener en cuenta es que la Corona está sustentada sobre tres hechos sin los que son imposible mantener su vigencia: la Historia, la Constitución y la voluntad del pueblo español. Históricamente, la Corona española es una de las grandes monarquías europeas. No es posible su arraigo sin entender ese profundo sentido histórico. La Constitución regula a la Corona en su Título II (de los artículos 56 al 65) y tiene plena vigencia, porque no hay que olvidar que, aunque se trata de una institución basada en la tradición, es una monarquía constitucional. La experiencia histórica nos dicta que las reformas constitucionales requieren prudencia. Por último, la voluntad del pueblo español sigue manifestándose claramente a favor de la Monarquía.
Sin duda, las opiniones y su intensidad varían según las circunstancias políticas, económicas y sociales, y en el contexto que vivimos, con graves problemas y grandes retos, la Corona sigue teniendo la misma solidez histórica, constitucional y aceptación. En estos días ciertamente turbulentos se quiere abrir paso un debate, creo que algo artificial, sobre la abdicación del Rey, siguiendo miméticamente el caso holandés. Si ambas coronas tienen rasgos de similitud, sus experiencias políticas e históricas son diversas. En primer lugar, en nuestro caso, la Constitución dice en su artículo 57.5 que «las abdicaciones y renuncias y cualquier duda de hecho o de derecho que ocurra en el orden de la sucesión de la Corona se resolverán por una ley orgánica». En segundo lugar, es un debate sin sentido porque la vigencia de la Institución es fuerte. Sin duda, hay aspectos circunstanciales negativos que tienen que ver con la Casa Real (familiares y personas cercanas), sabemos que algunos han tenido una conducta poco ejemplar, pero conviene esperar primero a los tribunales y no dejarnos llevar por algunos medios que, de manera irresponsable, quieren situar algo tan capital para la estabilidad democrática en el centro. En estos momentos hace falta sosiego, huir de la confusión. Es la hora del senequismo, si se me permite esta expresión. Es cierto que Su Majestad el Rey ha sufrido una decadencia física producto de algunos desafortunados accidentes que le han ocasionado más problemas que los propios de la salud. Él mismo reconoció que su conducta no había sido ejemplar y pidió perdón, un hecho poco frecuente en la vida pública española. Un acto de altísima dignidad. Don Juan Carlos es consciente de que tiene dos virtudes. La primera es que la edad tiene unos condicionamientos distintos que en el pasado. Con 75 años, mantiene sus capacidades intelectuales intactas. La segunda es la experiencia: hay pocos jefes de Estado que tengan tanta experiencia como él, en la política interior, con su poder moderador y de arbitraje, como en la exterior y su conocimiento al detalle de los intereses de España en el mundo. Es esencial diferenciar entre la Casa Real y la Monarquía. La Casa Real es un organísmo administrativo, pero no es propiamente la Monarquía. Es decir, puede haber problemas, pero que afectan de manera directa a lo que define nuestro sistema político: la monarquía constitucional. Se dice que la sociedad española no es monáquica, sino juancarlista. Diría que es una interpretación subjetiva propia de aquellos años de la Transición en los que se construía la democracia a la vez que se legitimaba públicamente la Monarquía, obviamente representada por Don Juan Carlos.
Pero hay algo sólidamente arraigado: su sentido de Estado, la unidad territorial y la presencia de España en el concierto internacional. En este debate hay que quitar ese aspecto trágico que caracteriza algunas polémicas nacionales. Fijémonos que la monarquía británica tuvo niveles de aceptación bajísimos en los peores momentos de la relación de Diana de Gales y el Príncipe Carlos y lo ha remontado y, lo más importante, no afectó al sistema político. Las instituciones tienen que afrontar los problemas. Vivimos un momento crítico muy agitado por la revolución tecnológica en los movimientos de opinión. El sentido de la Monarquía es intemporal y puede adaptase bien a los cambios. Todo régimen político está obligado a ser eficaz y dar respuesta a la voluntad popular.
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