José Antonio Vera
Un debate perruno
El perro que ayer irrumpió en la sesión del pleno de Estrasburgo fue premonitorio de los ladridos ulteriores de Puigdemont y la manta de sopapos que Manfred Weber propinó a Sánchez
A estas alturas, todavía algunos se preguntan de dónde salió el perro que ayer irrumpió en la sesión del pleno de Estrasburgo que recibió al presidente del Gobierno con una suerte de aullidos más que desproporcionados. Desde luego que no era el perro de Sánchez, objeto de chanza en su encuentro memorable con Jorge Javier, el otro día en la presentación de su segundo libro. El líder hispano apareció solo en el estrado y apenas acompañado por Albares en el escaño, pero ninguno de los dos llevó a la solemne sesión animal alguno de compañía. Claro que el chucho estaba allí, aullando sin parar. Se coló por algún lugar o lo metieron sus enemigos, vaya usted a saber con qué intención. Premonitorio sí que fue de los ladridos ulteriores de Puigdemont, que una vez más hizo realidad la gloriosa leyenda de que quien mucho ladra, poco muerde.
El huido tuvo que rebajarse a hablar en la lengua del imperio para amenazar a Sánchez con consecuencias apocalípticas si sigue tomándole el pelo, como con el asunto de las lenguas. La historia es conocida: el Gobierno echó el resto para visualizar en Bruselas que en España, amén del castellano, tenemos varios idiomas cooficiales y se debería permitir hablar en ellos en los plenos de la Eurocámara. Solo que, transcurrida la investidura, Albares y demás ministros se han olvidado por completo de que era esta una promesa obligatoria de cumplir, según le trasladaron al bandido. O al menos, eso dijeron. De modo que Puigdemont entregó sus siete votos esperando recompensa. Con el resultado a la vista de que no ha habido recompensa alguna, ni parece que vaya a tenerla a corto plazo, más que por falta de interés de Sánchez, por la evidencia de que el resto de países de la Unión Europea no ven oportuna la medida.
Primer revés ayer para nuestro timonel en Estrasburgo. Podencos fuera, el segundo incidente se debió a la manta de sopapos que le propinó el jefe de filas del PP europeo, Manfred Weber, al acusarle, uno, de mentir a los españoles. Y dos, de entregarse a los planteamientos de Junts contra los jueces, advirtiéndole de que está dispuesto a convocar una comisión de investigación sobre la ley de amnistía y el «lawfare» al estamento judicial. Golpe bajo que el líder español encajó como pudo, respondiendo al alemán con reminiscencias nazis sobre los peligros de pactar con la ultra-ultra derecha y bla-bla-bla, a lo que el social-cristiano contestó: «Lo que nosotros hacemos en Alemania es acordar con la izquierda democrática». No como ustedes en España. Quiso decir.
O sea, que no tuvo el timonel el éxito esperado en su comparecencia para relatar los logros de la cacareada Presidencia. Ni siquiera éxito de público. Apenas 100 de los 705 eurodiputados registrados fueron a oírle. Pocos aplausos, pues no había mucho que aplaudir. La Presidencia iba a ser gloriosa para España, pero acaba en frustración. Nos deja en herencia la ley sobre la IA, de recorrido incierto, y su inoportuna polémica con Israel a propósito de los terroristas de Hamas. Nada de lo que sacar pecho. Ninguna medalla importante que colgarse, si nos olvidamos de la presidencia del BEI para Calviño. A la historia apenas pasará este debate perruno en el que Puigdemont volvió a ladrar, pero sin morder. El fugado hace mucho ruido, pero sin atreverse a magullar la mano que le va a librar de la cárcel. Mientras que la amnistía no sea una realidad, Sánchez puede dormir tranquilo. El de Waterloo no promoverá su caída. Y para cuando quiera hacerlo, igual ya ha conseguido un destino bien pagado en Europa, como su afortunada vicepresidenta primera.
Ergo al presidente no parecen preocuparle demasiado los aullidos que ayer escuchó en Estrasburgo. «Ladran, luego cabalgamos», parecía decirle a su escudero Albares. Otros piensan más bien que, muerto el perro, se acabó la rabia. Y en eso están.
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