Héroes

Se cumplen 20 años de la peor pesadilla del CNI: así fue el asesinato y linchamiento de siete agentes en Irak

El 29 de noviembre de 2003 una emboscada de los insurgentes iraquíes acabo con la vida de los militares españoles. Solo hubo un superviviente

Imagen de los ocho agentes que sufrieron el ataque en 2003 en Irak.
Imagen de los ocho agentes que sufrieron el ataque en 2003 en Irak.larazon

El próximo miércoles, 29 de noviembre, se cumplirán 20 años de la trágica emboscada que sufrieron un grupo de ocho agentes del servicio de inteligencia española en Irak y que acabó con la vida de siete de ellos.

Pero, ¿qué ocurrió aquel fatídico día de 2003 para algo así pudiera pasar? Unos meses atrás había finalizado la invasión de Irak llevada a cabo por una coalición internacional, pero el país estaba lejos de haber quedado bajo control de las fuerzas vencedores, siendo infinidad los grupos insurgentes que campaban a sus anchas por amplias zonas del territorio.

El Consejo de Seguridad de la ONU había aprobado la resolución 1483, por la que concedía a Estados Unidos y a Reino Unido el estatus de potencias ocupantes y abría la posibilidad de que otras naciones colaborasen «a la estabilidad y seguridad de Irak mediante la aportación de personal, equipo y otros recursos» bajo la Autoridad Provisional de la Coalición.

Uno de los gobiernos que se acogió a esta resolución fue el de España, presidido por José María Aznar en aquel entonces. La idea era formar parte de la Fuerza Multinacional Irak y desplegar un contingente militar de 1.300 efectivos que cooperase en la ocupación, integrando la Brigada Multinacional Plus Ultra. Junto a dicho contingente también viajaron a Irak miembros de la inteligencia española.

Desde el principio las cosas fueron complicadas. Un ataque suicida el 19 de agosto de ese mismo año contra la sede de la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas para Irak mató a 22 personas en el hotel Canal de Bagdad, entre ellos el enviado especial de la ONU Sergio Vieira de Mello y un militar español, el capitán de navío Manuel Martín-Oar Fernández. Poco después, el 9 de octubre, el segundo al mando del CNI en Irak, José Antonio Bernal, era asesinado en plena calle tras haber escapado en su casa del asalto de tres individuos.​

Otro atentado suicida golpeaba un mes más tarde, el 12 de noviembre, la italiana Base Maestrale en Nasiriya, causando la muerte de 19 personas de esta nacionalidad y de 14 iraquíes.​Así, en este clima contra la presencia extranjera en el país tenía lugar también, el mismo día de la emboscada en Latifiya, el asesinato de dos diplomáticos japoneses en las cercanías de Tikrit.​

Aquel 29 de noviembre, dos equipos del Centro Nacional de Inteligencia (CNIÇ), uno que iba a ser relevado en enero de 2004, y sus sustitutos, coincidían en Irak y se decidió que llevasen a cabo un viaje de reconocimiento. Por la mañana, los dos grupos visitaron diversos organismos nacionales e internacionales en Bagdad. Tras almorzar, en torno a las 14:30 iniciaron el camino de regreso hacia el sur, sector controlado por la Brigada Plus Ultra.

Los ocho agentes se repartieron entre dos vehículos todoterreno, cada cual con un teléfono satelital Thuraya a su disposición: el primero, un Nissan Patrol blanco, era conducido por Martínez González y viajaban Merino, Lucas y Zanón; el segundo, un Chevrolet Tahoe azul, conducido por Vega y en el que viajaban Baró, Rodríguez Pérez y Sánchez Riera.

Según el propio relato publicado por Alberto Martínez Arias en la Revista Española de Defensa un mes después de los hechos, “son apenas 200 kilómetros de distancia que van a recorrer en sus dos vehículos todoterreno”, que no estaban blindados, aunque se supone que a comienzos de 2004 iban a llegar dos con blindaje.

“Cuatro de ellos están realizando un viaje de reconocimiento previo a su incorporación definitiva a la zona prevista para enero de 2004 y los otros cuatro hacen las veces de cicerone antes de volver a casa [...]. Y es que, además, estaban trabajando en el máximo nivel de alerta porque durante todo el mes del Ramadán el acoso a todo lo que oliera a Coalición había sido muy duro.”

Estamos hablando en todo momento de soldados profesionales que ingresaron en el CNI, por sus especiales características y que llevaron a cabo un ciclo específico de enseñanza que incluye materias como normas generales de funcionamiento de los equipos, antecedentes del conflicto, aspectos generales de seguridad, conducción evasiva, tiro, perfeccionamiento del inglés y del árabe...

“El aspecto que ofrecen las ocho personas que acaban de comer en Bagdad no es en absoluto llamativo. Ni por su indumentaria, ni por su aspecto... [...] Llevan los depósitos de combustible al máximo para evitar paradas innecesarias por arriesgadas, las armas de dotación a mano, aunque no sean visibles y los chalecos antifragmentación muy cerca”, sigue el relato. “Los dos equipos del CNI mantienen periódicamente una comunicación de coche a coche a través de sus teléfonos satélite Thuraya, para cerciorarse de que todo está en orden”.

Empieza la emboscada

Debido a que la autopista estaba cortada, el convoy español tomó la llamada «ruta Jackson», en peor estado que la primera y con el inconveniente de que atravesaba núcleos de población, lo que obligaba a aminorar la velocidad. A las 15:22, diez minutos después de pasar Mahmudiya, cuando ambos vehículos circulan por una carretera ancha y con poco tráfico, un Cadillac blanco, con cinco ocupantes, se coloca detrás del segundo todoterreno “y, de improviso, comienza a disparar. Son disparos de AK-47. El segundo vehículo del convoy acelera y adelanta al coche de sus compañeros para avisarlos. Intenta situarse en posición de tiro lateral pero no lo consigue. Todo se desarrolla muy deprisa. A pesar de la intensa preparación para situación de emergencia, la realidad es infinitamente más cruda, más imprevisible y más cruel. [...] El sedán blanco que persigue al convoy sigue tras la estela del segundo coche de los españoles, rebasando por la izquierda al que, hasta ese momento, era el que marcha en cabeza. Lo conduce Alberto que es alcanzado mortalmente por una de las ráfagas de Kalashnikov. Los terroristas hieren en la cabeza mortalmente, a otro de sus ocupantes y revientan las ruedas del flanco izquierdo del todoterreno que se detiene en el arcén de la calzada. El Cadillac sigue su marcha. Se coloca a la altura del segundo vehículo sin dejar de disparar y los terroristas alcanzan mortalmente también a Alfonso, que es quien lo conduce. El vehículo, sin control posible, se sale de la calzada por el arcén derecho y, tras bajar bruscamente un pequeño desnivel, queda atrapado en una zona enfangada”.

Quedan seis agentes vivos y las luces del atardecer comienzan a desaparecer. Dos muertos dos heridos muy graves, uno con un disparo en la cabeza y otro en el estómago. “El coche de los agresores se cruza en la carretera mientras sus ocupantes siguen disparando sin cesar”. Los dos coches españoles se aproximan y repelen el fuego. El Cadillac blanco se va. Se produce una pequeña tregua. Los supervivientes deciden no huir y quedarse con los heridos. “Deciden luchar por ellos hasta donde sea posible”. Consiguen comunicarse con Madrid a través del teléfono móvil. “La comunicación es angustiosa, para quien la hace y más si cabe para quien la recibe. ‘¡M..., nos han atacado!. Tenemos por lo menos dos muertos. Avisa a la Brigada. Que manden helicópteros”.

Sin embargo, la tregua duró poco. Desde detrás de donde se encuentran los agentes españoles, desde unos edificios bajos, comienzan a dispararles de nuevo con fusiles, ametralladoras y granadas. Los cuatro ilesos se defienden como pueden, pero la capacidad de reacción es limitada.

“Carlos vuelve a marcar en el Thuraya el teléfono de Madrid. El tiroteo que reciben es muy intenso. La impotencia de quien recibe la llamada, con el impacto de las detonaciones al final de cada palabra, se revela en su gesto crispado. ‘M... ¡Hay cuatro muertos... o tres! Te doy nuestras coordenadas...2. Se han oído nítidamente cuatro, cinco detonaciones y, bruscamente, se ha cortado la comunicación sin que Carlos haya podido dar las coordenadas, leídas, entre tanta tensión, en el GPS. A tantos miles de kilómetros de distancia, la desesperación da paso a la desolación. No hay manera de ayudarlos. Sin saber dónde están exactamente es prácticamente imposible hacer llegar a tiempo los helicópteros, salvo que se barra kilómetro a kilómetro la carretera”.

Alberto, Alfonso y José Carlos ya están muertos y hay dos grupos de terroristas disparando desde las casas. “Luis Ignacio y José Manuel suben el pequeño talud desde el segundo vehículo hasta el que está más cerca de la carretera donde se encuentra José”. El tiroteo es cada vez más intenso y el tráfico en la zona se ha detenido. José Manuel cruza la carretera en busca de ayuda y se acerca a unos matorrales. “Está solo. Escucha a su espalda las detonaciones. Su objetivo es conseguir como sea un coche con el que puedan salir del infierno los que queden con vida”. Se le ha encasquillado la pistola-ametralladora, la gente le rodea y comienza a golpearle. “Y, de repente, de entre toda la muchedumbre, ve a un hombre que se acerca y que se aproxima la cara a la suya... No hubo ni una sola palabra que acompañara el gesto. Sólo un beso. En la mejilla. Un gesto de protección procedente de un hombre delgado, bien vestido, elegante...”.

Se trata de un notable de la zona que, con ese gesto, le salva la vida. Le busca un taxi para sacarlo de allí y que le conduzca lejos, a Bagdad. Al pasar junto a la zona del ataque “ve los dos coches españoles ardiendo y dos de los cuerpos de sus compañeros tendidos en la carretera. Es el único superviviente. No lo sabe, pero se lo teme. Cuando mira el reloj comprueba que, desde que comenzó el ataque apenas han pasado 30 minutos”.

Los vehículos en llamas y los cuerpos linchados

Sánchez Riera consiguió volver poco después al lugar de los hechos acompañado por la policía de Latifiya, pero ya era tarde: media hora tras el inicio de la refriega, los todoterreno se encontraban en llamas y todos sus compañeros yacían sin vida en sus posiciones. Antes de que pasaran 30 horas, los cuerpos fueron recuperados por las fuerzas armadas españolas y repatriados junto al único superviviente en un Hércules C-130 del Ejército del Aire vía Base Aérea de Torrejón de Ardoz, pero no sin que antes una turba linchase los cadáveres de las víctimas. Unos reporteros de Sky News que poco después del atentado transitaban los alrededores filmaron aquellas imágenes, que por ruego del Ministerio de Defensa no fueron emitidas.

Las víctimas fueron Carlos Baró Ollero (Madrid, 1967), comandante de Infantería; Alberto Martínez González (Pravia, 1958), comandante de Caballería; Alfonso Vega Calvo (Stuttgart, Alemania, 1962), brigada de Infantería; Luis Ignacio Zanón Tarazona (Cuart de Poblet, 1976), sargento primero del Cuerpo de Telegrafistas del Ejército del Aire; José Lucas Egea (Madrid, 1959), brigada de Caballería; José Ramón Merino Olivera (Madrid, 1954), comandante de Infantería; y José Carlos Rodríguez Pérez (San Martín del Pedroso, 1962), comandante de Infantería.

José Manuel Sánchez Riera, suboficial, fue el único superviviente.​

Monumento en la sede del CNI

Monumento en el CNI dedicado a los agentes fallecidos
Monumento en el CNI dedicado a los agentes fallecidosCNI

Hoy en día, en la entrada de la sede del CNI en Madrid, hay un monumento con nueve llamas "que honra la memoria de nuestros héroes: aquellos miembros del CNI que dieron su vida por defender los intereses de España y de los españoles. Ocho de esas nueve llamas tienen nombre propio: D. Carlos Baró Ollero, D. José Antonio Bernal Gómez, D. José Lucas Egea, D. Alberto Martínez González, D. José Ramón Merino Olivera, D. José Carlos Rodríguez Pérez, D. Alfonso Vega Calvo y D. Luis Ignacio Zanón Tarazona. Todos fallecieron en el otoño de 2003 en Irak: D. José Antonio Bernal falleció en Bagdad el 9 de octubre, y los demás compañeros en Latifiya el 29 de noviembre. La novena llama está dedicada a todos los que dieron su vida, en secreto, al servicio de España".