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Guerra nuclear

Esto es lo que pasaría si cayera la bomba nuclear más poderosa de Rusia en Madrid

La bomba Zar, aunque solamente fue un prototipo, es el arma más potente del que ha dispuesto jamás un arsenal atómico con más de 50 megatones

Esto es lo que pasaría si cayera la bomba nuclear más poderosa de Rusia en Madrid Nukemap

Una simulación con el artefacto de 50 megatones —la llamada Bomba Zar— sobre el centro de la capital muestra un abanico de efectos que van desde destrucción casi total en los primeros kilómetros hasta quemaduras de tercer grado a decenas de kilómetros. El modelo utilizado es el de detonación aérea, que reduce la lluvia radiactiva respecto a una explosión en superficie, pero maximiza el daño por onda de choque y radiación térmica.

En este sentido, conviene recordar qué es exactamente este dispositivo. La Bomba Zar fue un prototipo soviético probado en 1961 con un rendimiento cercano a 50 megatones (50.000 kilotones de TNT), la mayor detonación nuclear de la historia. No era un arma destinada a despliegue masivo, pero su potencia sirve para ilustrar el techo destructivo de este tipo de explosivos.

Por otro lado, el mapa de simulación sobre Madrid —con el marcador en el centro urbano y explosión a gran altitud— dibuja varias coronas concéntricas. La más interior corresponde a la bola de fuego, con un radio de alrededor de 5 kilómetros, donde la temperatura vaporizaría estructuras y el colapso sería inmediato. En términos urbanos, esa zona engulliría el eje central de la ciudad y barrios adyacentes en el anillo de la M-30.

Devastaría Madrid

Asimismo, el siguiente cinturón está dominado por la onda de choque con sobrepresiones muy elevadas. Con valores del orden de decenas de kilopascales (lo que en análisis clásicos se traduce en más de 20 psi), los edificios residenciales colapsarían en gran número, las estructuras de hormigón sufrirían daños graves y la mayoría de infraestructuras quedarían inutilizadas. Ese efecto se extendería en torno a 20–25 kilómetros desde el punto de explosión, afectando a grandes núcleos del área metropolitana.

De hecho, a partir de ahí se abre la franja de daños moderados por onda de choque (entorno a 5 psi), que alcanzaría aproximadamente los 25–30 kilómetros. Aquí se producirían derrumbes parciales, incendios generalizados por rotura de conducciones y chispas, y daños severos en puentes, estaciones y centros logísticos. Municipios como Alcorcón, Leganés, Getafe, Pozuelo, Majadahonda o Alcobendas quedarían dentro de esa zona de alto riesgo estructural.

En la práctica, el anillo exterior de la onda expansiva —sobrepresiones bajas, en torno a 1 psirompería cristales y tejados y provocaría lesiones por proyección de fragmentos hasta unos 50–55 kilómetros. Ese arco incluiría una buena parte de la Comunidad de Madrid y áreas limítrofes, con interrupciones masivas del suministro eléctrico, caída de redes de telecomunicaciones y bloqueo de carreteras radiales y circunvalaciones.

Por su parte, la radiación térmica marcaría otro límite crucial: quemaduras de tercer grado a cielo abierto hasta unos 60 kilómetros. Esa intensidad lumínica y calorífica podría iniciar incendios en materiales combustibles y provocar lesiones graves en la piel en cuestión de segundos. En esa distancia entrarían zonas del corredor del Henares, la zona Sur metropolitana y partes del norte de la provincia de Toledo y del oeste de Guadalajara.

A la vez, la radiación ionizante instantánea (la llamada “prompt”) tendría un radio de mortalidad mucho menor que en armas de menor potencia cuando la explosión es aérea: en torno a 3 kilómetros para dosis letales de referencia. En esa corona, la supervivencia sin atención inmediata sería muy baja y el colapso sanitario impediría la respuesta.

En este sentido, el tipo de detonación condiciona la lluvia radiactiva. Una explosión en el aire, como la simulada, genera menos deposición de material radiactivo sobre el terreno porque la bola de fuego no aspira tierra y escombros a gran escala. Si el estallido fuese a nivel del suelo, el penacho radiactivo seguiría la dirección del viento y contaminaría franjas de decenas o incluso cientos de kilómetros a sotavento, con necesidad de evacuaciones y restricciones durante semanas o meses.

Asimismo, las infraestructuras críticas se verían comprometidas. El aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas —a algo más de 12 kilómetros del centro— quedaría previsiblemente inutilizado por la onda de choque y el impacto térmico; lo mismo ocurriría con grandes nudos ferroviarios y depósitos de combustible, con el consiguiente riesgo de incendios secundarios. Las plantas de hospitales dentro de los anillos internos sufrirían daños estructurales y, en los exteriores, colapso operativo por cortes de energía y saturación.

Emergencia de nivel catastrófico

Por otro lado, el sistema de protección civil debería afrontar rescate en entornos urbanos densos, descontaminación (si hubiera penacho radiactivo), atención a quemaduras y traumatismos y gestión de incendios simultáneos. En un escenario así, los tiempos de respuesta se multiplican y la coordinación interregional resulta indispensable para habilitar corredores humanitarios, alojamientos temporales y abastecimiento de agua y alimentos.

De hecho, el impacto económico y en servicios básicos sería transversal: red eléctrica, agua, saneamiento, transporte y logística. La pérdida de capacidad productiva en la capital y su entorno, la paralización del comercio y la interrupción de cadenas de suministro tendrían efectos duraderos incluso fuera de la región afectada.

Como referencia, todo lo anterior procede de modelos físicos ampliamente divulgados y herramientas de simulación pública que permiten estimar radios de daño por sobrepresión, radiación térmica y dosis ionizante para un rendimiento concreto como es el caso de Nukemap. Los valores aquí descritos son aproximados, dependen de la altitud exacta de detonación, la meteorología, el relieve y la densidad urbana, y no sustituyen a evaluaciones oficiales.

En resumen, una bomba de 50 megatones sobre el centro de Madrid provocaría destrucción total en los primeros kilómetros, colapso estructural y múltiples incendios en gran parte del área metropolitana y lesiones graves por calor y onda de choque a decenas de kilómetros. La lluvia radiactiva sería menor con una explosión aérea, pero el balance humano e infraestructural seguiría siendo devastador. Se trata de un ejercicio técnico sobre un escenario extremo que no implica un riesgo actual, pero que ayuda a comprender la magnitud real de un arma de esa potencia.