Casa Real

El momento decisivo de Doña Letizia

La Princesa durante una audiencia en Zarzuela
La Princesa durante una audiencia en Zarzuelalarazon

Ayer la Princesa de Asturias vivió una jornada histórica, probablemente, una de las jornadas más trascendentales de toda su vida. Diez días después de festejar sobriamente su décimo aniversario de boda y rememorar el día en que se convirtió en la futura Reina de España, doña Letizia vio que ese futuro estaba a la vuelta de la esquina y que el compromiso que adquirió al dar el sí quiero al Príncipe Felipe aquel 22 de Mayo iba a tomar forma y materializarse después de una larga espera. Seguro que, como dicen los anglosajones en una frase que expresa muy bien la inquietud de cualquier persona ante un momento decisivo de su vida, la Princesa de Asturias debió sentir decenas de mariposas revoloteando en su estómago y una fuerte emoción al sentir que es hora de hacer frente al mayor reto que se le va a presentar en su existencia.

Durante toda una década, Letizia ha estado dedicada a prepararse para desempeñar su papel de consorte del heredero con acierto. Ha renunciado a seguir pensando con mentalidad de periodista para hacerlo como Princesa de Asturias, un tránsito difícil y complicado para una persona que amaba profundamente su profesión de reportera con la que había soñado durante su niñez y adolescencia. Pero que hizo por amor, por actuar de manera consecuente con la decisión que tomó al dar una respuesta afirmativa a Felipe de Borbón cuando éste le propuso que fuera su esposa y que compartiera con el su vida.

Ahora, el reto aumenta exponencialmente puesto que se trata de sustituir a una persona respetada y admirada por un gran número de personas como es la Reina Doña Sofía. Los ojos de millones de ciudadanos españoles y extranjeros van a estar puestos en ella, observando cómo se comporta, escrutando hasta el último gesto que haga, analizando cómo regula esa privacidad sagrada para ella y su familia, viendo si cambia en algo los usos y costumbres de su antecesora, juzgando si desempeña su nuevo rango de consorte del nuevo Rey de forma adecuada. La presión va a estar ahí y aunque todos saben que el carácter y temperamento de doña Letizia es firme y fuerte, ella va a tener que hacer acopio de serenidad, de responsabilidad y buen hacer para afrontar esta nueva etapa de su vida.

Como la todavía Princesa de Asturias es inteligente y sabe lo que pasa en la calle que ella frecuenta con asiduidad, a veces sola y otras veces acompañada de su marido o sus amigas, sabe que la situación es delicada, que hay personas que ponen en duda la legitimidad de la sucesión y que reclaman una mayor cuota de democracia. Nadie podrá decir que la futura Reina no pasea como cualquier otro ciudadano por las calles de Madrid, que no palpa la realidad de una situación crítica para muchas personas que han visto disminuir su poder adquisitivo, perder su trabajo y su vivienda y no saber qué hacer para salir adelante. La clave, supongo que ella lo sabe, es hacer llegar a la gente que la institución de la Monarquía está para compartir las angustias, preocupaciones y anhelos de los españoles, para ganarse su confianza, para que se sientan verdaderamente representados por una pareja que sea capaz de empatizar con las personas de su país, que estén próximos a ellas.

Han tenido diez años para planificar ese futuro que ahora está a punto de llegar, una década para escuchar los planes de Don Felipe cuando sucediera a su padre, el Rey Juan Carlos, un tiempo para intercambiar ideas entre ellos dos sobre lo que es necesario,cambiar, lo que es imprescindible modernizar, lo que hay que dejar atrás porque el tiempo en el que fue útil ya ha pasado.

A la Princesa de Asturias se la reconoce, incluso por quienes no la quieren demasiado, la influencia positiva sobre su marido, su capacidad para hacerle ver la realidad de la vida diaria de un pueblo que atraviesa y trata de superar unos años muy duros. Doña Letizia ha acercado al futuro Rey de España a una situación de la que él no era del todo consciente, ya que se movía en ambientes muy alejados de las dificultades de la gente corriente, esa que no llega a fin de mes y que trata de salir de lo que se ha convertido en una larga pesadilla.

Ella va a ser la compañera del jefe del Estado, la persona que le apoye en su labor institucional, la que le ayude a llevar a cabo su tarea de forma ejemplar pero también la que sea capaz de darle en alguna ocasión un pequeño tirón de orejas si ve que se le olvida en algún momento que la principal misión de un Monarca es estar al servicio de su país y de los ciudadanos que lo habitan. De todos y cada uno de los españoles. Y quizá él tenga que recordarle a su esposa que ser Reina es una tarea que ocupa las 24 horas del día, que no tiene vacaciones regladas, y que no puedes dejar de ejercer ni un sólo segundo de tu vida. Porque, aunque la mayoría de la gente piensa que ser Reina equivale a transitar todo el tiempo por un camino de rosas, eso queda sólo para los cuentos de hadas. El mérito quizá reside en que no se note que a veces las rosas desaparecen y lo único que quedan son las espinas.

Ése es el reto de Doña Letizia. Un reto enorme, el mayor que afronta en sus cuarenta y dos años de vida. Y en el que no se le van a permitir demasiados fallos ya que todos los ojos van a estar puestos en ella, la periodista que enamoró a todo un Príncipe y que, por amor, dejó su mundo y entró en otro completamente desconocido. Un mundo en el que ha tenido que luchar contra viento y marea para ganarse el puesto, para demostrar que no se equivocó el Príncipe al elegirla, contra todo pronóstico, a ella, sólo a ella.