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Rajoy pierde, pero no dimite

Pedro Sánchez tendrá hoy la mayoría con los votos de Unidos-Podemos, Nueva Canarias, Compromís, Bildu, PDeCAT, ERC y los nacionalistas vascos.

El líder del PSOE, Pedro Sánchez (c), abandona el hemiciclo tras finalizar el debate de la moción de censura presentada por el PSOE. EFE/Kiko Huesca
El líder del PSOE, Pedro Sánchez (c), abandona el hemiciclo tras finalizar el debate de la moción de censura presentada por el PSOE. EFE/Kiko Huescalarazon

Pedro Sánchez tendrá hoy la mayoría con los votos de Unidos-Podemos, Nueva Canarias, Compromís, Bildu, PDeCAT, ERC y los nacionalistas vascos.

El Congreso aprobará hoy la moción de censura por la que el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, dejará fuera de La Moncloa a Mariano Rajoy. El de ayer y el de hoy han acabado siendo días históricos, tanto que anoche todavía bastantes diputados abandonaban el Congreso sin creerse que estaban asistiendo a un cambio de gobierno. El PNV justificó su apoyo a Sánchez en la «responsabilidad» y la «ética».

Después de las situaciones tan complicadas con las que Rajoy ha tenido que lidiar como jefe del Ejecutivo, entre ellas la recesión económica, al final han sido los casos de corrupción que han afectado al PP los que han hecho quebrar su larga carrera política. Son casi diez años desde que estalló el «caso Gürtel» y la sentencia sobre este asunto, los otros casos abiertos y pendientes de juicio y todas las demás vías de agua que el PP tiene sin sellar en esta materia han sido la única justificación para unir al bloque de izquierdas, roto por dentro, y al independentismo en el objetivo de echar a Rajoy del poder. No comparten programa ni plazos electorales ni siquiera la estrategia en Cataluña, por ejemplo.

El líder socialista sorteó en el debate parlamentario las contradicciones radicales que separan las exigencias de sus socios de moción para conseguir sacar adelante su iniciativa. Y se fue creciendo a medida que avanzaba la jornada y los rostros de la dirección del PP auguraban cada vez más que el día pintaba negro para ellos. Sánchez no fijó fecha de las elecciones ni tampoco asumió compromisos que pudieran quebrantar la adhesión de los partidos catalanes o, por el contrario, enojar ya de partida a su formación o al electorado de izquierdas que no quiere coqueteos con el soberanismo. Y con esa estrategia de nadar y guardar la ropa esta mañana se encamina a conseguir el objetivo de llegar a La Moncloa sin haber ganado antes ninguna de las elecciones generales a las que se ha presentado como candidato. La dificultad está en seguir nadando y guardando la ropa como jefe del Ejecutivo, y con Pablo Iglesias poniéndole la zancadilla siempre que pueda.

Nadie negaba anoche, al terminar la sesión parlamentaria, que hoy se abrirá un periodo muy incierto tanto para el nuevo Gobierno como para el PP. Posiblemente el principal problema para Pedro Sánchez seguirá siendo Cataluña. También su limitadísimo margen de actuación con unos socios de censura coyunturales y con intereses opuestos a los de su partido. «Ni Podemos ni los partidos independentistas son compañeros de un viaje que pueda ir mucho más allá de cerrar la etapa de Rajoy», reconocían en el Grupo Socialista.

Y al PP le queda por delante encontrarse a sí mismo y decidir su liderazgo y su estrategia para renacer de sus cenizas. De momento, Rajoy desoyó ayer las presiones del candidato del PSOE, y los llamamientos que se escuchaban también en un sector amplio de su partido, para que dimitiera. Las presiones de Sánchez eran mero juego político bajo la apariencia de ofrecerle una salida digna. En la bancada popular, incluso en niveles altos, la demanda de dimisión buscaba que intentase controlar al menos un poco el proceso de salida del Gobierno. Pero Moncloa no dejó de combatir esta hipótesis con el argumento de que no servía para nada porque Rajoy no tendría apoyos para sacar adelante su propuesta de candidato a sustituirle en la obligada ronda de contactos con el Rey. Podía proponer a la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, pero sería una opción fracasada de antemano, alegaron. La secretaria general, María Dolores de Cospedal, compareció a última hora de la tarde para zanjar el debate: «No va a dimitir porque no garantiza que siga gobernando».

Ayer fue uno de los días más complicados que ha tenido que administrar el PP desde hace años. En lo político, y en lo humano, por lo brusco, e inesperado, de la caída del poder. Desde la noche del miércoles Rajoy y su entorno más cercano contaban ya con el aviso, pendiente de su oficialización, de que el PNV no iba a estar de su lado. Fallaron en ese cálculo, y fallaron también al medir la capacidad de Pedro Sánchez para rentabilizar a su favor el desgaste de sus siglas por la corrupción. Frente a los argumentos económicos que utilizaron con los nacionalistas vascos se impuso el miedo a quedar ante la opinión pública como sostén del partido castigado en su imagen por Gürtel, Púnica o Bárcenas.

Ese aviso de que estaba perdida la batalla no fluyó y altos cargos del PP y los «barones» territoriales seguían a media mañana sin saber qué iba a pasar, a pesar de que en Moncloa ya había despachos en los que estaban recogiendo sus pertenencias. La situación excepcional deja un proceso de traspaso de poder tan abrupto que a ese coste humano para tantos altos cargos que de un día para otro dejan de tener despacho se une lo complicado de «dejar bien recogidos y cerrados todos los cajones en cuestión de horas», describía gráficamente un miembro del Gabinete de Moncloa.

Rajoy sólo utilizó la sesión de la mañana para defender su legado y combatir las acusaciones de corrupción con las que se presentó en la Cámara el PSOE. Su mejor momento lo tuvo en la réplica al portavoz socialista, José Luis Ábalos, pero luego fue bajando la intensidad. El líder popular reiteró los argumentos con los que su partido ha contestado a la sentencia del «caso Gürtel», que no afecta al PP, sólo se refiere a dos ayuntamientos y por hechos de hace 15 años. Y que no es firme y ningún miembro de su Gobierno está condenado. Echó en cara al PSOE los ERE.