Cataluña

El rey desnudo que se cree víctima

Perfil de Artur Mas. Quiso ser el primero de la clase y la realidad le puso en su sitio. Ahora vive de denunciar una caza de brujas

El entonces «conseller en Cap» Artur Mas y el ex presidente de la Generalitat Jordi Pujol, en el Parlamento catalán en una imagen de 2002
El entonces «conseller en Cap» Artur Mas y el ex presidente de la Generalitat Jordi Pujol, en el Parlamento catalán en una imagen de 2002larazon

Quiso ser el primero de la clase y la realidad le puso en su sitio. Ahora vive de denunciar una caza de brujas

Artur Mas i Gabarró era un joven al que le gustaba ser el primero de la clase. Se dedicaba en cuerpo y alma a destacar y, quizás por eso, el joven Arturo –aún no se había catalanizado el nombre– no fue a la primera gran manifestación de la transición que defendía la «libertad, amnistía y Estatut de autonomía», porque, según sus palabras, «tenía que estudiar». El Arturo de esos años hablaba en castellano –salía con una García Valdecasas– y estaba muy lejos de ser el líder independentista de los últimos años. De la mano de Jordi Pujol llegó al Ayuntamiento de Barcelona y ahí empezó todo. Desde la Plaza Sant Jaume llegó a la Consejería de Urbanismo y más tarde a la de Economía.

Pujol lo valoró y Mas, henchido de orgullo y satisfacción, se dedicó a labrar su futuro, codo con codo con Oriol Pujol, el hijo más joven del patriarca. Todos en Convergència veían a Mas como la transición entre el padre y el heredero político. Por eso, Pujol lo elevó a los altares del partido. Le nombró «conseller en Cap» y Mas se rodeó de su guardia pretoriana –Francesc Homs, David Madí, Jordi Turull, Antoni Vives, Josep Rull– para asaltar los cielos. Pero la realidad acabó con sus aspiraciones y «el primero de la clase» se rasgó las vestiduras cuando Pasqual Maragall, primero, y José Montilla, después, lo dejaban de jefe de la oposición.

Mas llevó mal esta etapa. Se resistió a ser un segundón, aunque se dio codazos con Maragall para liderar el nuevo Estatut y con Montilla para ser president. Maragall, cansado de las malas artes de Mas, le sacudió aquello de «tienen un problema que se llama 3%». Mas chantajeó a Maragall con la aprobación del Estatut porque pensaba que con el nuevo texto sería president. Este cambio lo pactó con Zapatero en Moncloa. Y allí, Montilla le dijo no a Zapatero y volvió a dejar a Artur –ahora ya sí se había catalanizado el nombre y cambiado el DNI– en la cuneta.

En estos años, CDC no sólo hizo oposición. Estableció una estrategia de financiación irregular que le llevó por el «caso 3%», el «Palau» o el «Pretoria». En 2011, Mas formó su «gobierno de los mejores», una reminiscencia de la Italia de Mussolini, que cercenó el Estado de Bienestar de los catalanes. Vio cómo a su alrededor crecía una amplia contestación social en contra de su gestión. La crisis económica hizo el resto y cuando llegó el PP a La Moncloa los estrategas de CDC vieron el cielo abierto: crisis y mayoría absoluta del PP eran el cóctel idóneo para avanzar hacia la independencia y tapar trapos sucios.

El alumno aventajado recibió otro correctivo. O varios. Convocaba elecciones y las perdía y, para colmo, fue enviado «a la papelera de la historia» por los independentistas anticapitalistas. Quedó noqueado. En el bolsillo llevaba su pacto con la CUP y explicaba que era positivo para Convergència. Parecía un alma en pena, hasta que decidió volver a presentar su candidatura. Es aún presidente de CDC, pero en CDC más de uno no le quiere ni ver.

El juicio del 9-N le devolvió a la vida. Fue astuto y se paseó por manifestaciones y se presentaba como víctima. Un papel que le viene a medida porque ha sido su sino durante décadas. Que la CUP le echara y que el Estado le llevara ante los tribunales hizo que su figura subiera enteros. Ahora, la sentencia deja, de nuevo, al rey desnudo. Para ilustrar su situación baste una frase de la portavoz de su partido, Marta Pascal. A ella, la corrupción le da asco, pero no sólo eso. «No es la época de los que están porque toca. Es la época de los que están porque se lo merecen y creen que forman parte de un proyecto colectivo, y no de un pequeño individuo que trabaja por la agenda personal y el proyecto propio». Mas no se dará por aludido. Es el primero de la clase. El líder. Es la víctima. Se flagelará con la sentencia y denunciará una caza de brujas. Se identificará con Cataluña. No se dará cuenta de que el líder está desnudo.