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Erik Martel: «España tiene cartas para ganar en Gibraltar»

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Erik Martel: «España tiene cartas para ganar en Gibraltar»
Erik Martel: «España tiene cartas para ganar en Gibraltar»larazon

Delegado Especial para el Campo de Gibraltar en una etapa crucial de su historia (1979-1984), el embajador marqués de San Fernando Erik Martel ha condensado en su libro «Gibraltar: la hora de la verdad» (Autoediciones Tagus), no sólo todo el saber y la documentación tras cuarenta años de trabajo y estudio, sino también las claves que a su juicio podrían desbloquear la situación actual. El volumen condensa todo lo que siempre quiso saber sobre «la espina clavada en el corazón de todo español» en 500 páginas en las que no falta ni la anécdota esclarecedora, ni el humor de un diplomático curtido tras décadas de servicio a España fuera de nuestras fronteras.

-¿Cuál fue el primero de sus antepasados del que se tiene constancia histórica que sirviera a España?

-Pues yo creo que desde Vermudo I, rey visigodo de Asturias en el año 700 o así (risas). Es mi abuelo 32. Él podría ser el primero, después vienen Alfonso X el Sabio, San Fernando, etc... Este rey fue el primero en heredar de su padre la corona, anteriormente se elegía entre los nobles visigodos. Así que sí... es una tradidición larga. Tenía un primo genealogista y una sobrina catedrática de historia que lo descubrieron utilizando un programa interesantísimo que se llama Genoom.

-¿Y la relación con Gibraltar es igual de antigua?

-Mi madre es noruega de parte de padre y gibraltareña-andaluza de parte de madre. Alonso de Arcos –que en mil cuatrocientos... creo que fue sesenta, conquistó Gibraltar para el duque de Medina Sidonia– fue antecesor de mi bisabuela. Ahí tienes una conexión. Segunda, mi abuelo, general-gobernador del Campo de Gibraltar. Tercera, mi abuelo gibraltareño Armando Casassa. Tenemos el documento por el que Carlos III garantizó a un tal Josefo Martel que, cuando Gibraltar vuelva a ser español, recuperaríamos la casa que está situada en tal sitio. La hemos buscado pero... ¡no aparece! (risas).

-¿Qué hace falta para que recuperemos Gibraltar?

-Una estrategia. Aunque antes, si no hay consenso respecto a si queremos recuperar Gibraltar o no, todo es una pérdida de tiempo. Y no hay consenso. El PP ha hecho todo tipo de maniobras tendentes a hacer Gibraltar. En cambio el PSOE lo quiere recuperar de una manera muy curiosa: ganándose a los gibraltareños. Pero el problema del PSOE es que no dice cómo piensa ganárselos. Porque yo, si fuera gibraltareño, ni loco querría ceder el territorio a España pues... ¿de qué viviría? ¿Como La Línea, con un paro del 46% y un PIB de 17.000 euros frente a los más de 45.000 de Gibraltar? Vamos a ponernos de acuerdo los dos partidos porque si no los ingleses no creerán que queremos recuperar Gibraltar.

-¿Le temblaría la mano a la hora de cerrar la verja?

-El cumplimiento del tratado que tenemos firmado con Inglaterra estipula que esté cerrada. Los tratados están para cumplirlos. Por lo menos nosotros. Y que esté cerrada depende de España. Eso es lo primero que no entiendo. Y lo segundo que no entiendo es que se haya abierto a cambio de nada.

-¿O sea, que Castiella tenía razón?

-Castiella se propuso recuperar Gibraltar. No por la fuerza, sino utilizando lo que tenemos a nuestra disposición. Es una de las estrategias que pudo tener éxito. Pero los ingleses nos conocen. Saben que cualquier medida que tomemos, por muy dura que sea, va a durar poco tiempo. Por otra parte, los ingleses sí saben amenazar. Tras la Transición nos dijeron: «O abrís la verja o no hay OTAN. O abrís la verja o no hay Unión Europea». Eso yo no me lo creía pero asustó al personal y comenzó la política de descongelación.

-Hay quien dice que es «imposible» recuperar Gibraltar...

-Una persona que no quiero citar ahora –ya ha muerto– me dijo: «En la partida de Gibraltar, España tiene cartas para hacerse todas las bazas». Yo pensé que aquello era un exceso de cariño, que no me quería desanimar, o me estaba haciendo la pelota. En 1984, tras cinco años de servicio en Gibraltar, pense: «me parece a mí que va a tener razón». Y hoy –a los treinta años aproximadamente, cuando, después de escribir el libro, he dejado mi puesto realmente– estoy más convencido que nunca de que tenía razón.

-¿Su libro es un ajuste de cuentas con Gibraltar?

-No lo he escrito ni para hacerme rico, ni para hacerme famoso. Al contrario: seguro que me va a dar disgustos. Lo hago como un acto de servicio. Yo lo que quiero es que se difunda entre los diplomáticos para que algún día alguno de ellos pueda aprovecharse de lo que sé y de lo que he reflexionado después de estos años.

-¿Tenemos miedo a Inglaterra?

Inglaterra está ocupando un trozo de territorio español y nos está haciendo daño por todos los lados, no solo económicamente. A Inglaterra le importa un bledo las relaciones con España. Si le importase, se iría. Un ministro que no citaré le dijo a un embajador que no citaré: «Cuando España sea China tendréis Gibraltar». Las relaciones con todos los países son importantes y con Reino Unido, que es socio, más, pero... ¿a qué precio? O por lo menos que el precio lo paguemos los dos.

-¿Cómo consiguió estando destinado en Pakistán, entonces miembro de la Commonwealth, que este país votara en la ONU a favor de España y contra Reino Unido?

-Tuve mucha suerte porque me hice muy amigo del hijo de Ayub Khan, el presidente de Pakistaán. Él tenía un Lotus y yo un Camaro y una cosa llevó a la otra, etc... También me llevaba muy bien con su hija que se casó con el Wali, Majaraha de Swat, que también era muy amigo mío. Así que tenía acceso a su casa y un día apareció el presidente a la hora de la cena vestido de blanco... Era un hombre imponente, muy inteligente. Se sentó con nosotros y me arreglé para que saliera Gibraltar en la conversación. Se interesó y tuve la suerte de poder resumírselo bien comparandolo con la situación de Cachemira y Bangla Desh respecto a India. Yo no digo que lo consiguiera yo, pero meses después votaron a favor de nuestra postura.

-¿Por que no cometen errores los británicos en Gibraltar?

-Cometen muy pocos. El jefe de los diplomáticos, el secretario permanente, no cambia con los gobiernos. Él hace los nombramientos y o tú eres un buen profesional o no te va a elegir para determinado puesto. Frente a eso nosotros tenemos un ministerio cada vez más politizado donde el mérito apenas cuenta.

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