PP
«Estoy limpio y sin ataduras»
El tercer hombre del PP emerge como un dirigente sin complejos con voluntad de integrar pero que se apoyará en «leales de verdad».
El tercer hombre del PP emerge como un dirigente sin complejos con voluntad de integrar pero que se apoyará en «leales de verdad».
El uno de abril de 1990, a las tres de la tarde, José María Aznar clausuraba el IX Congreso Nacional del Partido Popular. Había sido investido nuevo jefe de la derecha española que aspiraba a liderar el centro político. Recuerdo bien sus palabras de aquel día: «Prometo llevar este partido al poder, este es un proyecto ganador». Entonces, muy pocos creyeron en él. A lo largo de treinta años, el PP ha saboreado las mieles del gobierno, ha tenido los dos mejores presidentes de la democracia y ha sufrido, como nadie, durísimos ataques y travesías del desierto en la oposición. Pero como bien se ha puesto de relieve en esta convención, es un partido robusto, ganador y con un liderazgo incuestionable. Después de Aznar y Mariano Rajoy, emerge un dirigente joven y valiente. Pablo Casado es ya, sin duda, el tercer hombre sin complejos.
Para liderar hoy el PP se necesita un hombre rocoso como el granito, valiente como un guerrero y sin complejo alguno. Atinada reflexión de muchos dirigentes y militantes congregados en esta cumbre en la que se respira moral de victoria frente una izquierda trasnochada, fragmentada, con un gobierno frágil y rehén del nacionalismo más atroz. En un momento muy delicado, esta nueva refundación exhibe un partido sin prejuicios con un escenario a la americana, una gigantesca bandera española y un color azul de esperanza. Casado ha tenido el acierto de conjugar tradición y modernidad, experiencia y arrojo, veteranía y juventud. Sabe bien, porque lo ha padecido en sus propias carnes, que le esperan días difíciles. «Ninguno es fácil», dice el joven presidente popular como un castillo numantino frente a las dentelladas de la izquierda. «Estoy fuerte, limpio y sin ataduras». Es su mejor mensaje para los 7.000 militantes que esperaban como agua de mayo un halo de orgullo y moral de victoria.
El destino se escribe a veces con renglones fijos, y una vez más, Sevilla tuvo que ser. Si Aznar, sobre las cenizas de Manuel Fraga, hizo allí la primera refundación del PP, hoy Casado puede lucir los galones de un triunfo histórico: gobernar en Andalucía, arrebatar a la izquierda su tradicional cortijo. «Es el mejor regalo para Pablo», decían todos tras convertir a Juanma Moreno en su nuevo estandarte. Tal vez nadie lo esperaba, pero Casado ha demostrado una virtud: quien resiste gana y las prisas en política nunca son buenas.
Aznar logró embridar un partido bronco, indisciplinado y centrar la rancia derecha española. Rajoy, mucho más técnico, sacó a España de su mayor crisis económica, de un erial dejado por Rodríguez Zapatero. Pablo, el tercer hombre, tiene ante sí enormes retos, bajo la amenaza de una izquierda y un Pedro Sánchez capaz de todo para mantener su poltrona. Con la lacra de la corrupción y el desafecto, los españoles están cansados. El reto de Casado es sacarles de ese letargo. «Estamos preparados, endurecidos en la oposición y conscientes de la tarea», comentaba Javier Fernández Laskety, su jefe de gabinete, un «aguirrista» puro, liberal y caballero. En el «pablismo» no sobra nadie, como afirma Esperanza Aguirre, pero el nuevo líder tiene el deber de escoger el talento, la honradez y el trabajo frente a la adulación y las apariencias lisonjeras. Lo decían militantes por los pasillos: «Es la hora de menos amiguetes y más leales de verdad, bien preparados».
Cuando se cumplen 30 años de la primera refundación, Pablo ha querido unir a varias generaciones. Ahora emprende un camino no exento de luces y sombras. La derecha siempre ha sido cainita y combatirlo es otro gran reto. Aznar y Rajoy siempre proclamaron tener a su lado a los mejores, pero algunos les salieron rana. A los hombres y mujeres del «pablismo» jamás se les perdonará meter la mano en la caja, anteponer intereses particulares o desdeñar a España como nación. Tal vez, como piensa Alberto Núñez Feijóo, no se trata de «recambiar» el PP, sino de «reforzarlo».
Aznar y Rajoy se dejaron la piel en gobernar España, cada uno a su manera. Con la suerte de un PSOE en la oposición que no es ahora el mismo ni por asomo. Pedro Sánchez no es Felipe González, Zapatero o Rubalcaba, es muchísimo peor. Ha palpado que el poder es siempre una posición de privilegio y, si no le importa arrastrar a su partido a la deriva, menos escrúpulos tendrá para cargarse al PP y cualquier alternativa de centro-derecha. Bien lo sabe el propio Pablo, a quien intentaron seccionarle la yugular con un máster de infausto recuerdo. «Estamos preparados para las malas artes», confiesa Teodoro García Egea, uno de los grandes triunfadores de esta convención.
Pasado el fervorín de estos tres días, los populares tienen la obligación de mirar al frente, olvidar furtivas conspiraciones y arropar al líder. España necesita ser limpiada de la podredumbre de una izquierda letal y un nacionalismo que le arrebata su decencia y dignidad como país. Y frente a la sombra ascendente de Vox, en esta convención queda claro que nadie buscará fuera del PP lo que pueda encontrar dentro. Pablo Casado tiene ahora el poder para hacerlo. El tiempo dirá si también la gloria.
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