Terrorismo yihadista
Fátima, la yihadista silenciosa
La madre de la joven detenida en Alcorcón por pertenecer a una célula islamista asegura que «ni siquiera rezaba». Para la Policía, es el enlace con el funcionario que introducía material radical al jefe de la organización en la cárcel
La madre de la joven detenida en Alcorcón por pertenecer a una célula islamista asegura que «ni siquiera rezaba». Para la Policía, es el enlace con el funcionario que introducía material radical al jefe de la organización en la cárcel
El dispositivo policial en torno a su casa no fue discreto, como no suele serlo ninguno en este tipo de operaciones. Algunos vecinos dicen que llevaban desde las seis de la mañana viendo demasiada Policía por la zona, pero no fue hasta un par de horas más tarde cuando una docena de agentes subieron hasta un cuarto piso sin ascensor de Alcorcón y, al grito de ¡Policía!, entraron por la fuerza en casa de Fátima. En ese momento, además de la presunta yihadista, se encontraban en la vivienda su madre y su hermana menor, con quien comparte habitación y que sufre de un grave trastorno psiquiátrico. De hecho, fue la primera en correr aterrada a la habitación de matrimonio para preguntarle a su madre si sería ella a quien venían a buscar. Pero el grupo de agentes expertos en yihadismo de la Brigada Provincial de Información de Madrid tenía claro su objetivo: Fátima Lazare, de 33 años, uno de los eslabones más importantes de la célula yihadista que se disponían a desmantelar. La fase de explotación de esta «operación Kafig» (jaula, en alemán) se produjo el pasado lunes con ocho arrestos y varios registros aunque no se descartan más detenidos porque los investigadores tratan ahora de averiguar quiénes eran sus enlaces en el exterior mediante el clonado y exhaustivo análisis de la ingente cantidad de material que les han incautado.
Se trata de una célula capitaneada por un individuo que se encontraba en prisión y se encargaba del proceso de radicalización de otros internos mediante tres principales lugartenientes allí: un funcionario de prisiones corrupto y dos enlaces en el exterior, un tipo que había salido de la cárcel a finales de diciembre y una mujer que se encargaba de entregar dinero y prebendas al funcionario, la pieza indispensable. Esa era Fátima.
Lógicamente, nada de esto cabe en la cabeza de su madre, de la que heredó su nombre. «Esa niña es azúcar. Azúcar. Sé que ella no pertenece a ese mundo», asegura a este diario dos días después de su arresto. Esta familia marroquí llegó hace casi 30 años a España desde un pequeño pueblo de la provincia de Alhucemas. La investigada, que tiene ahora seis hermanos, tenía sólo tres años cuando pisó a Madrid. Primero se instalaron en Hortaleza pero después se mudaron a Alcorcón, donde llevan viviendo desde 1988. Como ocurría con los terroristas de Ripoll que perpetraron los atentados de Barcelona en 2017, parece cumplirse de nuevo el perfil de joven aparentemente integrada. Su madre dice que no guarda ningún recuerdo de su Marruecos natal ni ningún vínculo con esta cultura.
«Cuando vamos en verano no siempre viene con nosotros porque se aburre. Si está allí siempre dice: ¿Cuándo volvemos a España? ¡Ay mi España!». De hecho, ya es española porque hará poco menos de un mes que había obtenido la nacionalidad, según su madre. Ella está convencida que su hija no pertenece ni ha podido colaborar con nada relacionado con el yihadismo porque «ni siquiera era religiosa». «No rezaba, mientras nosotros sí lo hacemos. Tenemos un Corán que la Policía tiró por el suelo cuando registró la casa». Fátima (madre) se queja de las formas de los agentes. «Nada más entrar fueron corriendo a por ella y la tiraron contra el suelo; la pusieron tan nerviosa que empezó a vomitar. A mí me tuvieron en otro cuarto sola durante horas y a mi hija pequeña no la permitieron salir de casa para ir al médico. Dejaron todo como si hubieran entrado a robar y se llevaron hasta cosas de la chatarra que recoge mi marido». También varios dispositivos móviles de su hija, así como cámaras de vídeo que ahora serán analizadas. «Ella me dijo cuando se iba: ''Mamá, tranquila porque voy a volver. Yo no he hecho nada''». Efectivamente, Fátima Lazare no ha ingresado en prisión provisional porque, al parecer, podría colaborar con la investigación. Y es que la vida aparentemente aburrida de esta vecina de Alcorcón, que estudió en el instituto Al Qadir y trabajó de forma esporádica como azafata en el centro comercial Tres Aguas de la localidad, pasaba por algo más que dar algún paseo con una amiga, según relata su madre. «Apenas puede moverse porque la han operado ya tres veces de una hernia discal y ahora tienen que volverla a operar». Según la investigación, su hija, en realidad se desplazaba algo más lejos que al Tres Aguas para quedar con el funcionario de prisiones que trabajaba al servicio de la organización radical. Ella iba enviada por otra persona y era quien entregaba, «cada diez, quince días; puede que una vez al mes o varias veces en una semana, en función de las necesidades», dinero o regalos al funcionario de prisiones por su colaboración «a lo largo de los años» con Suleimán E. M., el jefe de esta célula «durmiente», que tenía el contacto con gente del Daesh.
Palizas en el baño de Valdemoro
Suleimán llevaba preso en la cárcel de Madrid III, Valdemoro, desde 2010 por un delito contra la salud pública y pertenencia a organización criminal, pero que ahora se había convertido en un reclutador de muyahidines. «No era un traficante cualquiera, era de los grandes», según los investigadores, y probablemente sus grandes beneficios fueran para financiar actividades terroristas. Se dedicaba a traficar con grandes cargamentos de «karkubi», unas pastillas de medicina legal como Rivotril al que mezclan con hachís. En Marruecos está haciendo estragos. Pero ahora, convertido en reclutador de yihadistas, sus secuaces en la prisión de Valdemoro eran Omar, Charik y Kamla, (tres presos con un perfil muy similar) y Mohamed, que fue trasladado a la cárcel de Mansilla de las Mulas en León. Estos jóvenes son caldo de cultivo para este tipo de musulmanes que llaman a hacer la Yihad. De unos 25 y 26 años, que entraron en prisión por delitos menores (trapicheo con hachís, robo con fuerza...), que no tienen grandes aspiraciones en la vida y que cumplen casi todos los requisitos para ser captados, según se desprende de los manuales que elabora Instituciones Penitenciarias para detectar la radicalización en prisión. Estos lugartenientes eran los que se encargaban de reclutar a otros en circunstancias similares: desarraigo, incluso problemas de toxicología o trastornos psicológicos. En poco tiempo se iban notando los cambios. El rezo comenzó a ser sagrado, así como el nerviosismo por sospechar que no les servían comida halal y otro tipo de conductas que se esforzaban por no mostrar para evitar ser detectados. Aunque la radicalización fuera en grupo, tanto la fase de captación como la propuesta para atentar en el exterior, se realizaba siempre de forma individual en el comedor o en talleres y, si no cumplían con alguna orden se llevaban una buena paliza en el baño. Eso le ocurrió a uno que salió de permiso y no cumplió con la orden de llamar a un miembro de la célula que debía indicarle los pasos a seguir. Ése era el mecanismo. De hecho, los investigadores aseguran que la fase de explotación (detenciones y registros) tuvo que anticiparse porque existía una «clara intención de atentar» en Madrid con mochilas, como ya adelantó este diario. Tienen la certeza de dos propuestas aunque ahora tratan de analizar si hubo más estudiando a los internos que ya se encuentran en libertad, pero que cumplen los requisitos para ser captados y coincidieron con los reclutadores en Valdemoro. La operación ha sido desarrollada por la Brigada de Información de Madrid, de Málaga y León, la Comisaría General de Información y la colaboración de Instituciones Penitenciarias a través de los Grupos de Seguimiento y Control. Los investigadores destacan la «impresionante» implicación en todo momento de todo el personal del Juzgado de Instrucción número 5 de la Audiencia Nacional.
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