Europa

España

Garante de la apertura global

La Razón
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La economía española durante el reinado de Juan Carlos I ha experimentado el mayor grado de apertura y progreso de toda su historia. En efecto, aunque con el Plan de Estabilización de 1959 y el Tratado de Comercio Preferencial de 1970 ya se produce una inflexión en nuestro tradicional proteccionismo, es durante la democracia cuando se realizan los grandes avances en nuestra apertura exterior. En primer lugar, España pidió en 1977 su adhesión formal a la Comunidad Europea. Se acababa de dar un paso en la integración, pero para que ésta sea posible los niveles de desarrollo no pueden ser muy diferentes, pero los regímenes políticos tienen que ser idénticos. Aunque a lo largo de los años sesenta, a consecuencia del «desarrollismo» España se acercó a la renta per cápita europea, la democracia y por tanto la posibilidad de integración real como miembro de pleno derecho se produce a partir de las primeras elecciones democráticas. Nuestro país consolida este acercamiento con la firma en junio de 1985 en el Palacio Real, del Tratado de Adhesión de España y Portugal a la Comunidad Europea.

Nuestra integración a partir de 1986 tiene efectos muy positivos sobre la economía. En primer lugar, se manifiestan los efectos estáticos vinculados al comercio. Se produce un fuerte incremento de nuestras exportaciones de bienes y servicios, aunque también un mayor incremento de las importaciones por nuestro diferencial de competitividad. Asimismo se manifiesta un efecto desviación del comercio que lleva a que el 72% de nuestras exportaciones tengan como destino países de la UE y la mitad de nuestras importaciones procedan de esta zona. Pero, sin lugar a dudas, son los efectos dinámicos, los que afectan a la «estructura económica», los que justifican plenamente nuestra incorporación. La economía se capitalizó como consecuencia del fuerte incremento de la inversión nacional pero también por la entrada de una fuerte inversión extranjera con destino a la mayor parte de nuestros sectores productivos. Hay que destacar el fuerte incremento de la competencia por la desaparición de los monopolios fiscales y naturales, y el aumento del tamaño del mercado, que a su vez también mejoró nuestra competitividad como consecuencia de las ventajas derivadas de las economías de escala y aumentó nuestra capacidad de negociación frente a terceros, a lo que ayudó, sin duda, la figura institucional del Rey.

Nuestra plena integración en Europa se produjo en 1999 con la creación del euro al que nos incorporamos desde el primer instante con las ventajas que representa en cuanto a la eliminación del riesgo cambiario, con el consiguiente incremento del comercio y la desaparición de los costes de transacción y la posibilidad de comparar realmente los precios a nivel internacional. Es verdad que el euro también nubló en algunos momentos los problemas derivados del déficit de la balanza por cuenta corriente pero, sin lugar a dudas, el euro es esencial para España, máxime si se tiene en cuenta que somos un país enormemente endeudado al exterior y que cuando éste se ha cuestionado sufrimos problemas de solvencia.

Durante estos 39 años, España y nuestras empresas se han incorporado plenamente a la globalización, tanto importando y exportando a cualquier lugar del mundo, como desarrollando un proceso de inversión directa en el exterior inédito en nuestra historia. Esta circunstancia ha sido fuertemente impulsada por los viajes que han realizado nuestros empresarios junto al Rey, durante estos años, para abrir mercados y garantizar inversiones. Por último, el Rey ha ayudado enormemente a garantizar en todo momento nuestro suministro energético, ya que España es uno de los países más dependientes del exterior de los hidrocarburos y las relaciones con los países árabes han sido fundamentales. Todas estas circunstancias han impulsado considerablemente el desarrollo de nuestra economía y sociedad. Se trata de un éxito conjunto, pero en el que la figura del Rey como garante del modelo de sociedad y democracia ha sido fundamental.

El Príncipe, próximo Rey, debe seguir manteniendo el espíritu de apertura exterior y de reformas estructurales necesario para mejorar nuestra competitividad en el futuro, aprovechar las ventajas de la globalización y, en definitiva, del bienestar común y continuar apoyando, como ha hecho siempre, a nuestras empresas.