Opinión

Gusanos

Por entonces, por la época del gusanito asqueroso, comenzó a salir a la superficie la mugre que se escondía bajo las moquetas de los despachos oficiales

Recuperan una raza autóctona del gusano de seda español
Una raza autóctona del gusano de seda españollarazon

Hace más de treinta años un gusanoentraba por una nariz al otro lado de la tele para descomposición y malestar de los habitantes del salón familiar. “¡Qué asco!”, murmuraba el personal con gesto de fatiga en el rostro y los ojos cerraditos. En aquellos noventa la droga campaba por España con el mismo brío de ahora pero había más reparos a aceptarla.

El mismo drama, sólo que estos inciertos años veintedel veintiuno nos tapamos la nariz y nos importa un pimiento qué se mete cada cual. Por entonces, por la época del gusanito asqueroso, comenzó a salir a la superficie la mugre que se escondía bajo las moquetas de los despachos oficiales y caía sobre nosotros la caspa de los abrazos sonoros del tráfico de influencia.

No le hicimos mucho caso y se le aplaudió a más de un “chorizo” que trincó la pasta con cierta gracia para algunos. Los casos se amontonaban en las primeras páginas de los periódicos, los mismos que pocos años antes daban aliento a los jóvenes que pusieron los cimientos de la democracia, pero que dejaron de ser los mismos ante el calor del dinero.

En esos años comenzaron a alejarse los mejores de la política cuando vieron el numerito y la vergüenza, para dejarle el sitio a los mangantes profesionales con despacho y chófer pagados. Como cuando vas a cruzar, con la corrupción tienes que mirar a uno y a otro lado para ver de dónde te llegaba el golpetazo. Nadie se libró, de los fetén no quedaba ni rastro y los oportunistas que no entraron en el talego se retiraron al confortable espacio de la oscuridad.

Ahora en política la habitan los mediocres y los que no pueden alejarse de esa maldita droga que es el poder. Esta semana sentí la misma repulsión que cuando el gusano televisivo aparecía, pero nosotros dentro de su panza, sintiendo la inercia de sus patitas, amodorrados en su vientre de goma, excretados por una lombriz sentada en un escaño entre aplausos y sonrisas.